La leyenda del Cid: 88
X
editarVII
editarY yendo a Jimena a ver,
tal noticia la fué a dar;
pero la santa mujer
no quiso a Burgos volver,
ni sus haciendas cobrar.
En vano con sutileza
la arguyo Alvar: sus razones
escuchó ella con tristeza
y desechó con firmeza
del Rey las proposiciones.
«Que el rey me ponga en olvido,
dijo: y hacedle saber
que, en destierro mantenido
el Cid, no irá su mujer
donde no está su marido.
»Que al rey desplazca o le cuadre,
yo apoyo en bases muy fijas
mi deber de esposa y madre:
de aquí no saldrán mis hijas
si no las saca su padre.»
Y aquella mujer modelo
de amor y fe conyugal,
sobre su faz echó el velo
y a amparo siguió del cielo
en la soledad claustral.
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Y el Rey, ya fuese ofendido
de aquella repulsa audaz,
o contento de poder
tal pretexto aprovechar
para no cumplir su oferta
y ser con el Cid leal,
ni la devolvió sus feudos,
ni volvió al Cid a mentar.
Alvar Fáñez, que era hombre
expertísimo y sagaz,
que la corte conocía
y que sabía sondar
el ruin corazón humano,
viendo una conducta tal,
vió bien que era con el Cid
el Rey ingrato y falaz,
y que dominaba en Burgos
una influencia fatal
que no dejaría al Cid
volver a Burgos jamás.
Mas Alvar Fáñez, que sonda
el porvenir perspicaz,
y que conoce del pueblo
español la calidad,
dijo para su conciencia:
«Rey don Alfonso, mal vas;
lo que el Rey niegue a su héroe
su pueblo se lo ha de dar,
y si tu pueblo del Cid
en hacer su ídolo da,
los siglos vendrán estrechos
a su gloria popular.»
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Cuestión de España; el que vale
tiene en vida tal vez pan
si se lo gana; y es, muerto,
una gloria nacional.