La leyenda del Cid: 91
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editarDe palacio el Cid Ruy Díaz
salió en triunfo como entró,
como el héroe de Castilla
y en ella sin superior.
En premio y en desagravio,
el Rey por juro le dió
a Bribiesca y a Escalona,
a Berlanga y a Muñón.
El Cid tiene satisfechos
ya su orgullo y su valor:
nadie hay ya que no le tenga
o miedo o admiración;
y con lo que el Rey le ha dado
y lo que él en lid ganó,
no hay ya sobre él más que el Rey.
Mas de Alvar la apreciación
era exacta: el Rey tenía
más que entusiasmo temor,
y el Rey ni entonces ni nunca
leal con el Cid obró.
El Cid no volvió a la corte,
ni de su Rey al favor,
por más que ante ella el Rey, falso,
de favores le colmó.
El Rey le dijo: «Tú eres
de Castilla el Campeador:
ve por Castilla a campear:
tus feudos guardaré yo:
y pues de Castilla el héroe
eres, sélo a condición
de no dejar de campear
de Castilla un día en pro.»
Y el Cid después de a Cárdeña
que volver tiene a Aragón,
donde campean los moros
o su Rey cuando ellos no.
Esto, según pensaba Alvar,
era ir de la suerte en pos;
porque cuanta más corriente
hombres y ríos, mejor.
Mas como en la vida humana
todo lo compensa Dios,
y no ser feliz en ella
es humana condición,
Dios a este astro sin mancilla,
que en la historia es casi un Sol,
a este Rey incoronado,
a este inmarchito florón
de las crónicas de España,
con las espinas que no
le ciñó la frente, quiso
coronarle el corazón.
Dios es justo; sus pecados
de su edad fueron error;
pecó por no saber más,
es verdad: pero pecó.
Y así como sus virtudes
no dejó sin galardón,
su pecado sin castigo
no dejó tampoco Dios.