Compendio de la filosofía: 79

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

CAPÍTULO XVII. editar

Del deseo de la felicidad.


Se ha dicho por muchos, y muchas veces que el deseo de la felicidad es el estímulo de todas las acciones, de suerte que no se haga ninguna sino por su incitamento: y que este es necesario, ni se puede extinguir de modo alguno; y que no tiene término, sino que va y procede hasta lo infinito. Todo lo que expondrémos ahora brevemente, explicando primero qué sea este deseo y en qué consista.

Es, pues, el deseo de la felicidad un instinto por el qual el hombre desea la suma de todos los bienes que le convienen, y le hacen cabal y perfecto. Este deseo está ciertamente en el hombre; porque si parece que tal vez se contente con algunos pocos bienes, no es porque no quisiese tenerlos todos si pudiese; y de aquí es que ora va en seguimiento de un bien, ora de otro, no estando verdaderamente contento con ninguno, y querria recoger quantos le fuese posible; y ya que no puede ser feliz del todo, trabaja sin embargo para serlo en parte.

De aquí se infiere quan poca sea la diferencia que hay entre el deseo de la felicidad y el amor propio, si es que hay alguna; y no son mas presto un instinto solo con dos nombres: de lo qual nada nos importa ahora el disputar. Es tambien claro, que el deseo de la felicidad no es virtud, porque no se adquiere por hábito, sino que se halla inserto por la naturaleza, y por esto se llama instinto: esta misma razon prueba que tampoco es vicio.

Explicado en esta forma el deseo de la felicidad, se puede entender fácilmente como sea este el incitamento de toda accion; porque ninguna accion se hace sino es por conseguir algun bien, sea deleytable, ó sea honesto; de lo que se colige, que el incitamento de toda accion deba ser aquel instinto que nos trae hacia el bien; y este instinto es sin duda el deseo de la felicidad.

Y siendo esto así, es tambien manifiesto que el deseo de la felicidad es necesario, ni puede quitarse absolutamente, ni extinguirse de ningun modo. Porque si él es el incitamento de toda accion, se sigue que qualquiera accion que el hombre hiciese para extinguirlo, la haria incitado y movido por él mismo, y seguiria el natural deseo de la felicidad en aquel mismo tiempo en que procurase y se esforzase para arrojarlo de sí. Ni habria otro medio para quitar de sí un deseo semejante, sino reduciéndose del todo á la inaccion, echando de sí todo entendimiento y toda voluntad, lo qual seria mudar la naturaleza.

Y aquí deseará tal vez alguno, que se explique con alguna mayor amplitud, cómo es que los hombres pequen; porque si la voluntad es llevada siempre al bien, como se ha dicho arriba, y la trae á él un invencible deseo de la felicidad, parece ciertamente que no es posible proceda de ella ninguna accion torpe, ni mala. ¿Y cómo seria mala proviniendo de un deseo que atrae al bien, y es invencible?

Esta á la verdad es una dificultad que importa mucho explicarla: y así, aunque se haya hablado ya alguna cosa en otro lugar, volveré á tratar tambien aquí del asunto con mas extension. Digo, pues, que componiéndose la felicidad de dos partes; esto es, del placer, y de lo honesto, aquella seria suma felicidad en la que se juntasen sumo placer y suma honestidad. Y si se pudiese mostrar al hombre, y presentársele esta soberana, perfecta y divina forma de felicidad, no hay duda alguna en que él se enamoraria de ella extraordinariamente, y olvidando todos los demas objetos, correria precipitadamente hacia este solo: ni en obrar así tendria él libertad ni arbitrio, sino que seguiria su cierto natural, é invencible instinto, en lo qual no habria vicio, ni maldad alguna, ni virtud tampoco.

Mas esta tan exquisita y excelente forma de felicidad no se halla en nuestra vida; y aunque, segun mi opinion, no pueda haber sumo y perfectísimo placer sin una suma y perfectísima honestidad; ni la suma y perfectísima honestidad sin un sumo y perfectísimo placer; con todo eso, porque los placeres, que se nos presentan en esta vida, son imperfectos, y la honestidad de la misma suerte, acontece bien á menudo que se dividan entre sí, y se nos ponga delante, ora el placer junto con la deshonestidad, y ora la honestidad junta con el disgusto y con la incomodidad.

Y entónces es quando el hombre viniendo á deliberacion y á consejo, y usando de la libertad que tiene de escoger entre los bienes imperfectos, que se le muestran, aquel que mas le agrada, se dispone para abrazar, ó el placer con la deshonestidad, ó la honestidad con el disgusto; y si hace esto, hace una accion laudable y virtuosa; y si aquello, una accion malvada y reprehensible.

Pero qualquiera cosa que él hiciere, su voluntad siempre se dirige al bien, porque haciendo accion mala quiere el placer que es un bien, y haciendo accion virtuosa quiere la honestidad, que es otro bien: ni sucede jamas que quiera aquello que quiere, sino en quanto es bien. Porque en efecto, ni el malo quiere la maldad en quanto es maldad, sino solamente en quanto es gustosa, ni el virtuoso quiere la virtud en quanto es incómoda, sino solamente en quanto es virtud.

Aquí se ve que el hombre, aun obrando criminalmente, con todo sigue algun bien, y por esto es movido, é incitado del deseo de la felicidad; pues no peca él porque no quiera el bien, despreciando la felicidad, sino porque no quiere aquel bien que deberia, y de las dos partes de la felicidad escoge aquella que es la menos excelente, y la menos laudable; esto es, el placer, dexando la otra, que es nobilísima y laudabilísima, esto es, la virtud.

No faltarán algunos que pregunten, por que razon componiéndose la felicidad de dos partes, á saber de lo honesto, y del placer, deba el hombre mas bien seguir lo honesto sin el placer, que el placer sin lo honesto. De suerte que siguiendo aquello obre virtuosamente, y sea digno de alabanza, y siguiendo esto obre criminalmente, y sea reputado por digno de desprecio.

Pero estos tales dan verdaderamente á entender, que no han comprehendido suficientemente la excelencia y dignidad de lo honesto. Pues si lo honesto, como tantas veces hemos dicho, es aquello que por sí mismo y por su naturaleza se debe querer y seguir; el dudar si el hombre lo deba seguir, ó si le sea lícito apartarse alguna vez, es lo mismo que dudar si el hombre deba seguir lo que debe seguir. La qual duda ¿á quien le podrá ocurrir? Luego no es lícito al hombre el apartarse de la honestidad, sea por lo que se fuere, y si él lo hace obra criminalmente, y es digno de reprehension y de castigo.

Mas porque hay algunos, que teniendo grande abundancia de placeres vienen á tal arrogancia y soberbia, que despreciando toda honestidad, y riéndose, ponen la virtud debaxo de los pies, y con tal que no tengan sobre sí el castigo, nada les importa el merecerlo: será bueno añadir otra razon, para que entiendan lo mal que proveen á sus acciones con esta su arrogancia. Porque pensando bien y meditando en el ánimo quan disonante cosa sea y monstruosa, é indigna de la magestad de la naturaleza un malvado que se goce por mucho tiempo en su malicia, y quan abominable y horrible sea el ver, que aquel que asesinó al pupilo deba ser feliz perpetuamente por su asesinato; no puede menos de creerse y de tenerse por cosa firmísima, que el insidiador, el ladron, y el perjuro deberán perder alguna vez aquel placer, para cuyo logro no dudaron de ofender tan altamente á la honestidad. Y al contrario, siendo el virtuoso muy digno de los placeres, y como dice Aristóteles .........[1]; esto es, muy amigo, y muy querido de Dios, es bien de creer, que él recibirá algun día el premio que ha merecido.

Porque si la naturaleza está tan bien ordenada en el régimen de los cuerpos mundanos, que segun los Físicos escoge siempre las disposiciones y las formas mas perfectas y mas hermosas, ¿por que razon creeremos nosotros, que en el regir los hombres y en el conducirlos á su fin deba estar descuidada y sin ningun orden? Este es el motivo de portarse mal, y mirar mal por sí mismos todos aquellos que apartándose de la virtud, se abandonan al placer, pues perdiendo ahora la virtud, que no estiman, perderán tambien un dia el placer, que tanto procuran. Y al contrario los justos deben esperar mucho en la providencia de la naturaleza y en la divina amistad, y procurando exercitar la virtud, no apresurarse mucho por conseguir el placer; porque si la naturaleza lo concede ahora á los malvados, ¿quanto mas benigna y liberal lo deberá ser algun dia para con los virtuosos? Y así aquellos que siguen la parte mas noble de la felicidad, que es la virtud, conseguirán tambien alguna vez la parte menos noble, pero dulce y amable, que es el placer; quando los malvados lo habrán perdido todo. Mas volvamos al propósito.

Hemos declarado hasta aquí como el deseo de la felicidad sea el incitamento de todas las acciones, ni pueda extinguirse por ningun modo. Resta que declaremos como él, segun enseñan los Filósofos, no tenga término alguno, sino que se dirija y proceda á lo infinito. Y aunque esto pueda explicarse de muchas maneras, nosotros nos contentarémos con explicarlo solamente de dos modos.

Mas será bueno decir primero alguna cosa acerca del deseo y del contentamiento. Porque el contentamiento quita el afan de los deseos, los quales aunque hemos dicho que proceden á lo infinito, no por esto debe temerse que procedan tambien á lo infinito los afanes: que esta en verdad seria una miseria muy grande; mas el contentamiento sirve mucho para aliviarla. Para dar, pues, ánimo á los tímidos, comenzarémos á discurrir de este modo.

Dícese que el hombre desea aquellas cosas que él tomaria si las pudiese tener, el qual deseo es muchas veces acalorado y ardiente con exceso, é inquieta el ánimo, y lo turba, como por lo comun son los antojos de los jóvenes. Otras veces es este deseo mas quieto, y no da tanta molestia, como suele especialmente acaecer en aquellos, que siendo prudentes y moderados, y bastante virtuosos, y no teniendo cosa que les dé mucho fastidio, se contentan con los bienes que tienen, ni buscan mas, los quales mas bien pueden llamarse contentos, que felices. Porque consistiendo la felicidad en la suma de todos los bienes, no teniendo ellos esta, no tienen la felicidad; y bien que deseen tenerla, pues si pudiesen tendrian tambien de buena gana los bienes que no tienen, con todo no les turba el deseo, y por tanto se llaman contentos. Y aun tales pueden serlo muchos en medio de los dolores, particularmente quando ellos mismos los desean. ¿Quien dirá que no estuviese contento Scévola, quando con fortaleza inaudita y verdaderamente Romana se abrasó la mano, si él mismo quiso abrasársela? Y Curcio y Caton tambien estuvieron contentos quando se mataron; puesto que lo quisieron ellos mismos, juzgando que matándose hacian una accion lícita y honesta; y la hicieron puntualmente, porque creyeron deber hacerla. Y á la verdad, aunque el hombre contento se acerque alguna cosa á la felicidad, no es con todo feliz; tanto mas que aquel estado de contentamiento, para el que bastan pocos bienes, suele ser de ordinario poco duradero, á no ser que esté fundado en la virtud; porque los otros bienes están expuestos á la fortuna, que tan presto los da como los quita; y aun muchos por el demasiado durar nos cansan, y vienen á molestarnos y fastidiarnos, por lo que falta el contentamiento. Mas vengamos ya al asunto.

Yo digo que el deseo de la felicidad va y procede á lo infinito primeramente, en este modo. Es cierto que la felicidad humana, como que es finita, y no puede ser de otro modo, debe tambien ser tal que siempre se le pueda añadir alguna cosa, por la que se acreciente cada vez mas, y se haga mayor: siendo esta la diferencia que hay entre las cosas finitas y las infinitas, que así como á las infinitas siempre se puede quitar, así á las finitas siempre se puede añadir; y por esta razon puede haber dos felices, el uno mas feliz que el otro, como en otra parte hemos declarado. Pues si esto es así, ¿qual será aquel feliz que se crea ser feliz suficientemente? ¿Y quien seria el que noticioso de una felicidad mayor, no la cambiase gustoso con la menor que él tiene? Pues así como no está asignado término alguno á la felicidad, fuera del qual no pueda ella extenderse y hacerse mayor, así tampoco se le ha señalado al deseo, el qual traspasa todo término qualquiera que se le quiera señalar, y va y corre hasta lo infinito. Lo que sí sucede en los otros bienes, que constituyen y forman la felicidad, mucho mas y principalmente se manifiesta en la virtud. Porque ¿qual es el hombre que quiera ser templado y justo, cortes y valeroso con medida? Antes bien todo el que es honrado, desea cada vez hacerse mas honrado; y es honrada cosa el desearlo. Y en quanto á aquellos placeres, que adornan la felicidad, y que son honestos, ¿quien es el que pudiendo hacerlo, no quisiese conseguir siempre los mayores? A no ser que viniese algun Dios, que le hiciese contentar con aquellos placeres que él tuviese, haciendo nueva virtud el abstenerse de los otros. Y este deseo de los placeres ¿adónde no conduce al hombre, ó por mejor decir, adónde no le transporta y arrebata? Alexandro, que fué grandísimo en las empresas y en los deseos, ademas de la Macedonia, deseó tambien el Asia, y despues del Asia queria otro mundo; y si deseó las virtudes como los Imperios, mostró bien á las claras quan grande sea en el corazon del hombre, y quan vasto, interminable, é inmenso el deseo de la felicidad.

Va ademas de esto y procede á lo infinito el deseo de la felicidad tambien por otra razon. ¿Quien es aquel que quiera ser feliz por un cierto espacio de tiempo, y no mas? Y pudiendo añadir un dia solo, ó por mejor decir, una hora sola á su felicidad, ¿no se la quisiese añadir? Luego no hay en el tiempo, por largo que se considere, término alguno en que se fixe, ó por mejor decir, que no pase corriendo siempre mas adelante el deseo de la felicidad. Y á la verdad, si los infelices, con tal que no sean infelices del todo, y les quede todavía algun bien, desean y buscan, y procuran con todo esfuerzo, y estudian de vivir quanto mas pueden, mucho mas parece que corresponda el hacer esto á los felices, los quales estando en tan grande abundancia de todos los bienes, no tienen razon alguna para que les deba ser odiosa la vida; ántes bien la tienen muy poderosa para desear el vivir y durar largamente. Y este deseo de vida, que no tiene término alguno donde se pare y repose, ¿que otra cosa es sino deseo de eternidad? Y de aquí nace aquel aborrecimiento natural y quasi necesario, que tiene cada uno al morir. Por lo qual parece bien que seria extraña y desordenada providencia de la naturaleza, si hubiese prescrito algun término á la vida del hombre, no habiéndose prescrito alguno al deseo; y por esto muchos Filósofos se persuadieron firmemente, que la muerte es, no el fin del vivir, sino mas presto un tránsito de esta vida temporal y breve á una mas larga y sempiterna. Y esto deberíamos creer para mas alto decoro de la naturaleza, aun quando no lo consintiesen las razones de los Físicos; las quales no solamente nos lo consienten, sino que nos demuestran claramente, que se deba tener el alma por eterna, é inmortal. Y que no muere ella muriendo el hombre, sino que nace á vida mejor y mas perfecta. Y habiendo creido muchos, que la gloria de las acciones pasadas debiese agradar y ocasionar deleyte y contento á las ánimas de los pasados, pusieron todo su estudio en dexar despues de la muerte una gran fama de sí mismos, creyendo que por esta via se proveían de algun modo para la vida futura. Ni pareció que la naturaleza desaprobase del todo su opinion, habiéndose ella misma servido de un estímulo semejante para excitar la virtud. Lo qual es verdad; y si, como es constante, nos aguarda otra vida tanto mejor, en que debamos vivir eternamente, ¿á qué será apresurarnos por ser felices en esta tan imperfecta y breve; y no esperamos mas bien nuestra felicidad en el curso larguísimo y sempiterno de la otra? Como si uno debiendo vivir cien mil años, pusiese todo su trabajo, y estudiase por todos los medios el ser feliz por un minuto de tiempo, sin cuidar nada de lo restante. Pues la presente vida es todavía menos que un minuto respecto de la vastísima eternidad. Y á la verdad siguiendo esta razon, es difícil de contenerse, y no pasarse corriendo á aquellas altísimas esperanzas platónicas, que me excitan continuamente el deseo de abandonar del todo la breve felicidad de esta vida, y dexarla para los Peripatéticos.


  1. Palabra griega.

Dedicatoria - Advertencia de la traductora - La Filosofía Moral según la opinión de los peripatéticos
PARTE PRIMERA - De la felicidad: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX
PARTE 2º - De la virtud moral en general: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII
PARTE 3º - De las virtudes morales en particular: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI - XII - XIII - XIV - XV
PARTE 4º - De las virtudes intelectuales: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII
PARTE 5º - De algunas cualidades del ánimo, que no son vicios ni virtudes.: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X - XI: (- - - ) - XII: (- - - - ) - XIII: (- - - - - ) - XIV - XV - XVI - XVII - XVIII