Compendio de la filosofía: 75
El hombre á la verdad es atraido por cierto instinto natural á querer lo que es bueno para sí, y se dice que es bueno para él todo lo que le hace mejor, y mas perfecto, y mas tranquilo, y mas feliz: es así que esto hacen el placer y la honestidad: luego el hombre naturalmente es inclinado á querer el placer y la honestidad.
Pero se ha de notar, que aunque se diga que el hombre debe querer lo que es bueno para sí, no por esto se dice que lo deba querer por el solo fin de que para sí sea bueno; porque bien puedo yo querer una cosa que sea buena para mí, y quererla no obstante por otro fin; y esto se ve en la honestidad, pues el que quiere la honestidad, quiere una cosa que verdaderamente es buena para sí; mas él no mira á esto, sino antes bien á la belleza eterna, é inmudable de lo honesto, de la qual arrebatado no se acuerda mas de sí mismo. Y aun obrando así, sigue el instinto que él tiene de ir en pos de las cosas, que para él son buenas.
Este instinto es puntualmente lo que se llama amor de sí mismo, principio de todas las acciones, el qual las guia siempre á cosas buenas, unas veces al placer, y otras á la virtud. Bien es verdad, que separándose en esta miserable vida el placer de la virtud, sucede freqüentemente que se le proponga al hombre por una parte el placer sin la virtud, y por otra la virtud sin el placer; y siendo él libre, y pudiendo elegir lo que mas le agrada, apartándose de la virtud sigue muchas veces el placer, en lo qual peca siguiendo un bien que entónces no deberia seguir. Y peca tanto mas, quanto si él hubiera esperado, acaso la virtud le habria preparado mayor placer, que el que pueda darle la culpa. De este modo ofende la dignidad de lo honesto, y mira mal por sí mismo, y en lo uno y en lo otro no sigue bien el amor propio.
Por cuya razon los que tanto gritan contra el amor propio, no entienden bien lo que dicen; porque el que se ama á sí mismo, como conviene, no apetece el placer sino en quanto se lo consiente la virtud, y no lo busca de modo alguno quando se lo propone la virtud; en lo qual sigue las cosas que le son buenas, siguiendo rectamente el amor de sí mismo. Y si por ventura se hallase alguno que procediese siempre así, y con constancia de ánimo, no sé yo por qué no diríamos, que era este aquel sapientísimo, y aquel felicísimo, que los Filósofos hasta ahora tanto han deseado ver.
Explicado así el amor propio, no será difícil decidir tres qüestiones, que suelen excitarse acerca de la amistad. La primera es: ¿si el amor propio se oponga á la amistad? La segunda: ¿si un amigo se ame mas á sí mismo, que á su amigo? La tercera: ¿si amándose el hombre á sí propio, pueda por esto llamarse amigo de sí mismo? De todas estas disputas yo me desembarazaré brevemente.
En quanto á la primera, siguiendo á Aristóteles, digo que el amor propio está tan léjos de oponerse á la amistad, que ántes bien la apetece y la quiere. Y la razon es esta: el hombre llevado del amor propio quiere todas las cosas que le son buenas; es así que la amistad le es buena: luego su mismo amor propio debe moverlo á quererla.
Pero dicen algunos: si uno quiere bien al amigo llevado del amor propio, querrá bien al amigo, porque le resulte bien á él, y pensará á su provecho: luego no será verdadera y perfecta amistad. Mas en esto se engañan, porque el hombre llevado del amor propio quiere las cosas honestas, las quales son verdaderamente para él buenas, como se ha dicho antecedentemente; mas no las quiere por el fin de que á él le resulte bien, ni queriéndolas piensa á su provecho; es así que la amistad es cosa honestísima: luego la querrá por este motivo, y no por su utilidad.
En quanto á la segunda qüestion digo, que un amigo se ama mas á sí mismo, que á su amigo. La razon es esta. Aunque el hombre quiera su felicidad, y la felicidad del amigo, sin referir á otro fin, ni esta ni aquella, hay sin embargo esta diferencia, que él quiere su felicidad por cierto instinto que le ha impreso la naturaleza, al qual no podria resistir, aun quando quisiese; mas la felicidad del amigo la quiere por eleccion, y no hay duda alguna en que es mas fuerte el impulso del instinto, que el de la eleccion.
Tambien se puede alegar otra razon. Hay algunos bienes prestantísimos y sumos, que el hombre no querria perder porque los tuviese el amigo, como es la virtud: luego es claro que el hombre se ama mas á sí propio, que al amigo. Bien es verdad, que tratándose de los bienes menores, como son los de fortuna, no debe el hombre procurar tener mas que el amigo: y muchas veces se portará sabiamente, si debiendo dividirlos, dexare al amigo la mayor parte; porque obrando así, usará cortesía, y hará una accion virtuosa; y dexando al amigo el dinero, dexa para sí el placer de la virtud.
En quanto á la tercera qüestion, espero que los Peripatéticos no tengan queja de mí, si habiendo yo seguido á Aristóteles en tantas opiniones, me aparto de él en una; y así digo, que aunque el hombre se ame á sí mismo, no por esto deberá decirse propiamente amigo de sí mismo; porque la amistad pide necesariamente mutua correspondencia, la qual no se puede hallar en un sugeto solo; y si Aristóteles sentia, que no puede el hombre decirse justo para consigo mismo por no poder ser consigo mismo injusto, ¿por qué no debia él del mismo modo inferir, que no puede el hombre decirse amigo de sí mismo, no pudiendo ser enemigo de sí mismo?
Hasta aquí hemos hablado de la amistad, que es un raro don del Cielo, y poco conocido de los hombres, los quales la han deshonrado imponiendo el mismo nombre á todos aquellos conocimientos y familiaridades comunes, por las quales se conserva una cierta sociedad entre los hombres, y que nacen por lo comun de la necesidad, y alguna vez del placer. Y no por esto son malas, antes bien son buenas, y es útil tener muchas; mas es menester no confundirlas con aquella perfecta amistad, que hasta aquí hemos descrito, ni exigir de todas ellas los mismos oficios. En lo qual faltan muchos, que habiéndose hallado con uno por tres, ó quatro veces en un convite, y habiendo recibido de él alguna atencion, y habiéndole hecho otra, luego se llaman amigos, y exigen de él tantos oficios quantos pudiera haber pedido Pílades á Orestes. Por lo qual es necesario distinguir bien estas amistades imperfectas de aquella perfectísima de que hemos tratado, y no exigir mas de lo que corresponde á cada una, teniendo siempre presente, que la verdadera amistad se ha de tener con pocos: la cortesía, la generosidad, y la gracia con todos.
Del agradecimiento — Del amor propio