Compendio de la filosofía: 32
CAPÍTULO VIII.
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Aquel que excede anhelando por estas pequeñas atenciones mas de lo debido, puede llamarse ambicioso: aquel que falta queriéndolas menos de lo que debe, no sabria como llamarle; mas este vicio es raro, y por esto acaso no tiene nombre. La ambicion es mas comun, y es vicio tan grande y tan fastidioso, que á frente de este puede el otro extremo parecer virtud. Y ciertamente aquel que rehusa los pequeños honores, que manifiestamente le corresponden, hace mal; pero perturba mucho mas la compañía el que escrupulosamente los exige, y es tan zeloso de ellos, que por qualquiera pequeña falta se resiente, y se queja amargamente.
Yo no sé si pudiera reducirse á esta virtud aquel cuidado que ponen muchos, especialmente los nobles, en el honor; porque queriendo ellos ser tenidos en cierta manera por honrados, y consistiendo en esto aquel honor que buscan, parece á la verdad que se contentan con poco; pues el menor honor que se puede dar á uno, es el de creerle honrado; y de aquí es, que el honor generalmente se debe á todos, siempre que no se pruebe con eficaz argumento que alguno lo desmerece.
Ni porque yo diga que es pequeño este honor, quiero por esto inferir, que no se deba hacer caso de él; porque así como el saber los elementos de una ciencia es poca cosa, mas es sin embargo necesaria, y no se ha de despreciar; así el tener buen nombre, aunque sea un honor pequeño, es sin embargo necesario para la vida civil, y no debe despreciarse; antes bien se debe procurar el tenerlo aun mas que los honores muy grandes, que son menos necesarios.
Y si es verdad que el deseo del honor se reduce á la virtud, de que ahora tratamos, será necesario decir, que toda la ciencia caballeresca no sea otra cosa que un particular tratado de la misma virtud. La qual ciencia, porque algunos niegan que la puede haber, al paso que otros la enseñan difusamente, no será fuera de propósito señalar aquí lo mejor que sea posible, y en pocas palabras sus partes, para que aquellos que tienen comodidad, examinándolas todas separadamente, puedan formar un juicio mas cabal.
Establece, pues, la ciencia caballeresca, segun enseñan los mas excelentes Maestros, estas tres cosas: primera, que el hombre noble debe conservar su honor íntegro: ademas de esto, que este honor se pierde, ó se disminuye por la injuria; y en último lugar, que se restituye por la satisfaccion, y no de otro modo. Supuestas estas tres cosas, se deduce por justa conseqüencia, que el hombre noble, siempre que recibe injuria, deba exigir satisfaccion; y porque el exigirla es resentirse en cierto modo, se deduce que deba resentirse el hombre noble todas las veces que recibe injuria.
Qualquiera, pues, que quisiese entrar á explicar parte por parte toda esta ciencia, debería mostrar en primer lugar quanto, y como, y hasta que punto deba el hombre apreciar el honor y tenerlo en estima. En esto temo mucho que algunos declinan al exceso, anteponiéndolo, no solo á la vida, sino tambien á la salud de la patria, de los hijos, de los parientes, y de los amigos: ni yo sé por qué un noble estando fuera de su pais, y siendo desconocido, no pudiese sabiamente, y con virtud sostener la vergüenza de ser tenido por un ladron, siempre que esto fuese necesario para conservar la vida del hermano, ó del amigo, posponiendo así el honor á la amistad.
En segundo lugar se debería explicar quando la injuria quita el honor, y quando no; porque aunque en esta ciencia caballeresca no se suele llamar injuria, sino aquella ofensa que quita el honor; hay sin embargo ciertas ofensas, que por lo que es en sí podrian quitarlo; y por tanto se llaman injurias; mas las circunstancias hacen que no lo quiten. Porque si lo que dice, ó da á entender el injuriador es manifiestamente falso, no quita el honor; pues ninguno lo cree: tambien la ira quita la fé á las palabras, las quales no conviene examinar tan sutilmente, ni medir cada sílaba, rezelándose de qualquiera equívoco, solicitando al instante su declaracion; porque á la verdad manifiesta que tiene su honor mal fundado todo el que teme perderlo por tan poco. No es mi ánimo decir con esto, que la injuria no quite jamas el honor; pues realmente algunas veces lo quita: digo solamente que esto no sucede tan freqüentemente como algunos creen; y aun por esto es muy debido y justo distingan las injurias.
Por último se debería declarar quales sean las satisfacciones útiles y convenientes para restituir el honor perdido por la injuria. Y á la verdad son muy suficientes las que se obtienen por juicio público; pero las otras se deberian examinar con mucho cuidado. Porque debiendo restituir el honor la satisfaccion, debe hacer creer á los hombres lo contrario de lo que les habia hecho creer la injuria; lo qual es difícil de conseguirse por declaraciones y protestas que haga el que injurió, el qual si pudo persuadir á los otros con la injuria, no será fácil disuadirles con desdecirse, sabiendo todos, que esto se hace las mas de las veces por salir de la dificultad, y no por otro fin. Y los hombres en estos asuntos siempre están dispuestos á creer lo peor, prevaleciendo entre ellos mas la experiencia de lo que sucede en el mundo, que los testimonios. Mas no es mi ánimo ahora hacer un tratado de caballería: básteme haber descrito, ó por mejor decir, bosquexado, ó delineado la forma.