Compendio de la filosofía: 42
CAPÍTULO III.
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La facultad contemplativa comprehende dos partes: la una de ellas mira á los principios, y la otra á las conseqüencias, que por via de discurso se infieren de los principios. Porque en todas las disciplinas hay ciertas proposiciones, que se conoce ser verdaderas, no ya porque se demuestren, ó se colijan de otras proposiciones, sino porque aparecen tales por sí mismas; y estas se llaman principios. Así si uno dice: el todo es siempre mayor que qualquiera de sus partes, este es un principio, porque dicha proposicion es manifiesta por sí misma, ni tiene necesidad de ser probada por medio de otras proposiciones y con discurso. Pero hay otras proposiciones que se conoce ser verdaderas solo por vía de discurso, deduciéndolas y derivándolas evidentemente y sin duda alguna de los principios; y tales proposiciones se llaman conclusiones, ó conseqüencias. En atencion á esto, si uno dice: los tres ángulos de qualquiera triángulo son siempre iguales á dos ángulos rectos, esta es una conclusion, ó conseqüencia; pues dicha proposicion no se tendrá por verdadera, si no se probare por via de discurso, deduciéndola de los principios.
Es notorio que la manera de conocer los principios es muy diversa de la de conocer las conseqüencias, pues aquellos se conocen por sí mismos, y sin ilaciones, y estas solo por via de argumentacion. De donde aparece que se divide bien y rectamente la facultad contemplativa del entendimiento en dos; esto es, en aquella facultad por la que conoce el hombre los principios, y en aquella por la que conoce y deduce las conseqüencias.
Esto supuesto, pudiendo estas dos facultades perfeccionarse con el uso, adquiriendo facilidad, prontitud, y hábito de exercrtarlas rectamente, podrán por lo mismo ser dos hábitos, uno de los quales perfeccione la facultad para conocer los principios, y el otro perfeccione la facultad para conocer las conseqüencias que se deducen de los principios, y serán dos virtudes de la facultad contemplativa. La primera de estas dos virtudes la llamó Aristóteles ......... [1]; y nosotros, siguiendo á otros, la llamarémos entendimiento. A la segunda nombró Aristóteles .......... [2], y nosotros la llamarémos ciencia.
La facultad consultativa comprehende tambien asimismo dos partes; porque, ó mira á la obra que se quiere hacer en quanto ella pide mas bien una cierta forma que otra, ó mira á la misma accion de hacerla, cuya distincion, por ser algo obscura, la explicarémos con un exemplo. Quando uno delibera acerca de hacer un relox, es preciso que consulte dos cosas. La primera es si le conviene á él la tal accion, y si le tiene cuenta hacer un relox, y esta consulta pertenece á la accion misma. La segunda es de qual manera deba ser un relox, como deban componerse las ruedas y los muelles, y como disponerlo para que el relox tenga aquella forma que mas le corresponde; y esta consulta pertenece al relox mismo, no buscándose otra cosa sino la forma que debe tener.
Es patente que estas dos consultas son muy diversas entre sí, y por esto con razon se ha dividido la facultad consultativa en dos partes; esto es, en aquella por la que se inquiere si la accion convenga, ó no; y en aquella por la que se examina qual deba ser la forma de la cosa que se quiere hacer.
Pudiendo, pues, estas dos partes perfeccionarse con el uso, adquiriendo facilidad, prontitud y hábito de exercitarlas rectamente, y como conviene, podrán admitirse dos hábitos, uno de los quales perfeccione la primera de las dos partes arriba dichas, y otro la otra, y serán dos virtudes de la facultad consultativa. Aristóteles llamó la primera ...... [3], y nosotros la llamarémos prudencia: la segunda ..... [4], y nosotros la llamarémos arte.
Nacen, pues, de las divisiones arriba dichas quatro virtudes intelectuales; esto es, entendimiento, que es un hábito de conocer expeditamente y con claridad los principios: la ciencia, que es un hábito de deducir expeditamente, y con evidencia las conseqüencias de sus respectivos principios: la prudencia, que es un hábito de conocer presto y bien quales acciones convenga hacerse, y quales no; y el arte, que es un hábito de conocer bien y rectamente todo aquello que se requiere para la perfecta forma de la obra que uno hace.
Esto supuesto, aunque parezca que esta division comprehende todas las virtudes que pertenecen al entendimiento, y pueda con ella algun Filósofo quedar satisfecho, no sucedió así á Aristóteles; el qual, ademas de las quatro virtudes ya dichas, se formó una quinta, que á él le pareció mas bella, mas graciosa, y mas noble que todas las otras, y la llamó ...... [5]; y nosotros la llamarémos sabiduría. Mas la explicó tan obscuramente, y la tuvo tan escondida, que no parece sino que tuvo zelos de ella. Nosotros dirémos alguna cosa acerca de ella, despues que hubiéremos tratado de las otras quatro.
Mas ántes de entrar en esta materia es necesario satisfacer á algunas preguntas. Porque en primer lugar habrá algunos que quieran saber por que causa, poniéndose la ciencia entre las virtudes intelectuales, no se ponga tambien la opinion, que es un hábito de deducir las conseqüencias con probabilidad; pero siempre con duda, y temiendo errar; en lo qual ciertamente se distingue de la ciencia. Ni se debe confundir con la prudencia, ni con el arte; pues estas dos virtudes, siendo prácticas, miran á la obra, ó sea á las acciones, siendo así que la opinion se detiene freqüentemente en la especulacion, y nada tiene de práctico. Pues ¿por que causa no se añade la opinion como una de las virtudes intelectuales á las otras quatro?
Respondo á esto brevemente. No se dice virtud, sino aquel hábito que perfecciona alguna potencia del ánimo. Y como la opinion está siempre junta con el temor de que pueda ser falso lo que se tiene por verdadero, no podria ser complemento y perfeccion del entendimiento. ¿Que entendimiento podria decirse satisfecho y contento, estando con un temor tan grande de engañarse? Y si la opinion por su naturaleza está sujeta al error, ¿quien querrá agregar al número de las virtudes un hábito engañoso y falaz?
Con todo, dirá alguno: tambien la prudencia está sujeta ai error, como se ve todos los dias, que se engañan aun los muy prudentes, y lo mismo sucede en el arte: luego por la misma razon ni la prudencia, ni el arte se habrian de poner en el número de las virtudes.
Yo respondo: que la prudencia es cierto que está sujeta al error; mas no por su naturaleza, y solo el accidente es causa de que yerre algunas veces. Y á la verdad si los prudentes se engañan, se engañan justamente, porque no son bastante prudentes; y en verdad siempre nace el error, no de la prudencia, sino de su falta. Y así si se diese una prudencia perfectísima, jamas se engañaría, y por esto no dexaría de ser prudencia; y esto mismo puede decirse del arte. Al contrario la opinion trayendo consigo por su naturaleza el temor del engaño, sin el qual no lo seria, ni se llamaria opinion, está por su naturaleza, como es claro, sujeta al engaño. Por esto se dice con razon, que es virtud la prudencia y el arte, y no la opinion; pues aunque el hombre se sirva laudablemente de la opinion en muchas ocasiones, no es porque quede con ella asegurado, sino porque no halla otro medio para llegar á un conocimiento mas perfecto. Pasemos ya á tratar de las virtudes intelectuales en particular.