El doctor Centeno: 20

El doctor Centeno
Tomo I

de Benito Pérez Galdós


Quiromancia : II

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Ruiz, taciturno y atento sólo a su deber, hizo la observación del paso del sol por el meridiano. No se verificó este acto sin cierta solemnidad como religiosa, con silencio, sosiego y aun algo de poesía, por cuya circunstancia y por ser operación diaria, decía Miquis que aquello era la misa astronómica. Cinco minutos antes del momento en que el péndulo sidéreo marcara el paso de Su Majestad, manipuló Ruiz en el telégrafo para subir la bola de la Puerta del Sol. Estuvo luego atento, callado, observando el mesurado latir del péndulo; preparó el anteojo con cristal opaco, se puso en el sillón, abrió las compuertas, miró. Una sección del globo inmenso entraba en el campo del objetivo, y su tangencia en los hilos de araña permitía determinar, por cálculo, el mediodía medio, por donde regulamos y medimos estas divisiones convencionales del tiempo, a las cuales acomodamos nuestro vivir. Luego manipuló otra vez para hacer caer la bola de la Puerta del Sol, y cerradas las compuertas y tapado el anteojo, registró los cronómetros y apuntó su observación en un cuaderno. Cienfuegos y Miquis, que habían visto esto muchas veces, permanecieron indiferentes, como los sacristanes ante los sagrados ritos. El uno leía un periódico, el otro se paseaba inquieto a lo largo de la sala.

Pensar que tres españoles, dos de ellos de poca edad, pueden estar en el lugar más solemne sin sacar de este lugar motivo de alguna broma, es pensar lo imposible. A la iglesia van muchos a pasar ratos divertidos, cuanto más a una sala meridiana donde no hay más respeto que el de la ciencia, donde se entra con el sombrero puesto y aun se fumaría, si la susceptibilidad de los instrumentos lo permitiera. No había concluido Ruiz sus apuntes, cuando Miquis se echó atrás él sombrero y poniéndole la mano sobre el hombro, le dijo:

-A ver tú... ¿por qué no me sacas mi horóscopo?

Era el mismo demonio aquel Miquis; ¡y qué cosas se le ocurrían! Si Ruiz no fuera un si es no es guasón y maleante, se habría escandalizado de aquella proposición sacrílega. Pero como no tenía entusiasmo por la ciencia, no tenía tampoco ese respeto fanático que impone deberes de compostura en ciertos sitios. ¡Oh! Sin ir más lejos... si él hubiera nacido en Inglaterra o en Francia, habría tenido aquel y otros respetos, sí señor; porque seguramente ganaría mucho dinero con la ciencia, ¡pero aquí, en este perro país!... Como español (y gato de Madrid, por más señas), podía hacer mofa de todo. Manos a la obra. ¿Horóscopo dijiste? Bien, ¿y de qué se trataba?

Cienfuegos, que sentado en una silla leía La Iberia, alzó los ojos del papel para decir:

-Ya los astros no dicen nada del destino humano. No quieren meterse en vidas ajenas... Desde que se ha empezado a decir de ellos que tienen miseria en sus cabelleras luminosas, es a saber, que están habitados, se han amoscado y no quieren cuentas con nosotros... ¡Oh!, si hablaran, Miquis lo agradecería... Está el pobre, que no le llega la camisa al cuerpo, pendiente de una resolución, de una sentencia...

Ambos le miraron. Miquis se paseaba a lo largo de la sala, con las manos en los bolsillos, arrastrando sus miradas por el suelo.

-¿Qué es eso, Alejandrito?... ¿Amores?

-No, no, ¡valiente tontería! Mejor dicho, vida o muerte para mí -dijo el estudiante de Derecho parándose ante el astrónomo-. Figúrate que con esta vida, jamás está uno en fondos, y la verdad... mejor sería no carecer de nada.

-Eso, aunque no lo digan los astros, es matemático.

-Yo te diré lo que hay -manifestó Cienfuegos-. Alejandro tiene una tía, que le ha prometido darle trigo... pero trigo... en gordo... Pasan días y días, y el recadito de la tía no parece.

-Me dijo que a mitad de la semana, y la semana ha concluido.

-Un día más o menos...

-Es que tengo un desasosiego... -suspiró el manchego, mostrando bien en su voz y en su gesto lo que decía-. Temo que si pasa tiempo, recobre mi tía el juicio.

-Que lo pierda, querrás decir.

-No, hombre, no, porque mi tía está loca, y al darme lo que ha prometido, si es que me lo da, se acreditará de rematada... Estoy agonizando... ¿Se habrá arrepentido? ¿Habrá entrado en aquel cerebro un rayo de esa luz del sentido común que anda esparcida por el mundo, sin que la vean muchos de los que tienen ojos? Porque se dan casos de que la vean, antes que nadie, los topos.

-Pues vete a su casa, tonto, y pregúntale, y dile: «¿Señora tía, ¿me da usted o no lo que me ha prometido?».

-Es tan nervioso y tan pusilánime -observó Cienfuegos-, que no se atreve a ir, porque si la señora le dice que no hay nada, le dará un desmayo.

-¡Yo no voy, yo no voy! -declaró Miquis volviendo a pasearse-. Si después de haberme consentido, dice nones, creo que cojo una enfermedad.

Ruiz se frotaba las manos, riendo con aquella expresión burlona que tenía para todo, para lo grave y lo cómico.

-Te voy a sacar el horóscopo, Alejandrito. Vamos a ver. Hay que principiar por saber la fecha del nacimiento de tu querida tía.

-¡La fecha del nacimiento! -exclamó Cienfuegos-. Debió ser el año de la Nenita.

-Eso lo sabrá la Diosa Isis. Creo que mi tía no tiene fecha. Debe proceder del antiguo Egipto. ¡La pobre es tan buena!... es lo mismo que los chiquillos, ¡y me quiere tanto...! No nos burlemos... Señores.

-¡No, no nos burlemos! -declamó Ruiz, remedando la tiesura de un sacerdote de ópera. Siento no tener aquí una sotana de ala de mosca y un cucurucho lleno de sapos y culebras. Cuando te digo que te voy a sacar el gran horóscopo, y a adivinarte lo que deseas... Sin ir más lejos: en este momento, ¿qué hora es?, las doce y veintidós minutos y tres segundos. Al pelo, chico. Mira: el Sol está saliendo de la constelación del León, a quien yo llamaría San Marcos, y entra en Virgo... ¡La virgen!, tu tía... Luego viene la Balanza... ¡dinero...! Esto es más claro el agua. Tenemos también a Mercurio sobre nuestras cabezas. Este caballero representa el comercio, las jugadas de Bolsa, el papel moneda. Lo dicho dicho: el encuentro de Mercurio y la Virgen, puede considerarse como felicísimo augurio. Y si añadimos que al entrar en la Balanza pasa junto al Centauro, que yo llamaría San Ignacio de Loyola, resulta lo siguiente: ¿Qué representa Mercurio? El comercio, las transacciones, el correo. Por algo le representaban aquellos brutos con aladas alpargatas. El correo, fíjate bien. De todo se desprende que debes escribir una carta a tu tía prehistórica, preguntándole qué vuelta llevan esos dinerillos que te prometió, y que no has visto todavía.

-Pues eso no me parece mal -dijo Miquis meditabundo-. ¿Y si me contesta que no?

-Pues si te contesta que no, te metes las manos en los bolsillos vacíos, y te quedas fresquecito, de verano...

Alejandro volvió a pasearse, y Cienfuegos a leer su periódico. De repente, el manchego, con la súbita vehemencia del que tras vacilaciones dolorosas se decide a tomar un partido, gritó.

-¡Pluma, papel, tinta!... Voy a escribir la carta a la Diosa Isis...

-Calma, calma, iremos a la biblioteca. No hay que alborotar esta santa casa.

-¿Y quién llevará la carta? ¡Es tan lejos!...

-No faltará quien la lleve. No te apures. Irá el Centauro, o mandaremos al mismo Mercurio. Vamos a la biblioteca.

Pasaron a donde decía Ruiz, y Miquis se puso a escribir. ¡Dios mío, qué premioso estaba aquel día! No sabía cómo empezar, ni en qué forma y con qué materiales construir la deseada epístola. Tres o cuatro empezó y las tuvo que romper, porque ninguna de ellas respondía bien a su pensamiento. La una decía:

«Querida tiíta Isabel: tengo que ir esta noche al baile de la Embajada austríaca, de frac, y como usted comprenderá...».

Esta no servía. Ras... Empezó otra así: «Estoy enfermo en cama. Me visitan siete médicos, y con tanta visita y gastos de botica, se me acabó el dinero que tenía. Como usted me prometió...». Ras, ras... tampoco valía...

Otra: «Estoy en casa de los catedráticos haciendo un trabajo...». Fuera.

Por último encontró la fórmula y la carta quedó hecha. Dio un suspiro al cerrarla y repitió su queja:

-No vamos a tener quien la lleve.

-¡Qué pesadez! -dijo Cienfuegos, suspendiendo otra vez su lectura-. Cuando este coge un tema... La llevaré yo, si es preciso.

-Si es en los quintos infiernos... allá, donde Cristo dio las tres voces.

-Sea donde fuere... Este es atroz cuando da en encontrar dificultades y en echar lamentos.

-Vamos a casa -dijo Ruiz-. Veremos si hay algún ordenanza. D. Florencio nos sacará del paso...

Salieron, y lo primero que vio Miquis fue el famoso héroe de aquel otro domingo, que gozoso y algo conmovido se acercaba a saludarle, gorra en mano.

-Hola, mequetrefe, ¿tú por aquí otra vez? ¿Qué es de tu vida?

Felipe, confuso, no sabía qué contestar, pues érale muy difícil exponer en breves palabras los motivos de su salida de la paternal casa de D. Pedro. Temía que su protector, por falta de explicaciones circunstanciadas, atribuyera la expulsión a cualquier denigrante y odiosa falta.

-Te has civilizado... ¡Pero qué bonita has puesto mi ropa! Es verdad que lleva tiempo... Y hablas ya como la gente. Lo que menos creías tú era verme aquí.

-Señor, estoy viniendo todos los días a ver si le veo...

-Pues mira, hoy caes aquí como agua de mayo. Nunca podrías ser más oportuno. Me vas a hacer un recado.

-¡Un recado!... -exclamó el Doctor con alegría-. Si los señoritos me buscaran una colocación...

-Sí, para colocaciones estamos -dijo Cienfuegos.

-Como me traigas buenas noticias -indicó Miquis-, te prometo...

-¡Adiós!, ya está este tocando el violón... No prometas nada, Alejandro, no prometas.

-Vas a llevarme esta carta.

-Sí señor.

-A la calle del Almendro. Entérate bien o te pego. ¿Sabes dónde está?

Felipe vacilaba.

-Entras por Puerta Cerrada...

-Sí, sí... démela, démela.

-Bien claritas le he puesto las señas. Número 11, cuarto segundo. ¿Sabes leer?

-Pues ya...

-Preguntas por doña Isabel... esperas contestación y me la traes aquí.

Llegó cuando menos se le esperaba D. Florencio, muy peripuesto, vestido de negro, con el rostro enmascarado de cierta tristeza fúnebre, y saludó a los tres amigos.

-Ya sabemos a dónde va usted, señor Morales y Tempra...do, D. Florencio.

Con solemnidad luctuosa, haciendo con ambas manos una elocuente mímica de ese dolor mesurado y correcto, que es propio de las tragedias clásicas, el señor D. Florencio dejó caer de su boca esta frase:

-Voy al entierro del grande hombre

-¡Pobre Calvo Asensio!

En tal día enterraban con gran aparato de gente y público luto a aquel atleta de las rudas polémicas, a aquel luchador que había caído en lo más recio del combate, herido de mortal cansancio y de fiebre; hombre tosco y valiente, inteligencia ruda, que no servía para esclarecer, sino para empujar; voluntad de acero, sin temple de espada, pero con fortaleza de palanca; palabra áspera y macerante; temperamento organizador de la demolición. Reventó como culebrina atacada con excesiva carga, y su muerte fue una prórroga de las catástrofes que la Historia preparaba. D. Florencio, que era su amigo, hacía aspavientos de dolor comedido y decía:

-Entre paréntesis, si no hubiera cambiado su farmacia por esta condenada política, todavía viviría. Era un mocetón... Vamos a echarle un puñado de tierra:

Después, como viera a Felipe, que oía con el mayor respeto aquellas elegiacas razones, le consagró también a él, pequeñito, una frase llena de socrático sentido:

-Doctor Centeno, ¿qué haces por aquí? ¿Sirves a estos señores? Como te portes bien, medrarás. Si no... Ya me contó Pedro que tienes mañas sacrílegas y dices muchas mentiras... Ojo, señores, ojo...

Ofendido y mal humorado oyó Felipe estos conceptos, mas no quiso contestar nada. Apremiado por Miquis para que fuera pronto al recado de la cartita, echó a correr por la rampa abajo, dejando muy pronto atrás a Morales, que iba con su metódico paso de procesión cívica.



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Quiromancia: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IX - X

En aquella casa: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIII - IXPrincipio del fin: I - II - III - IV - V - VI - VII
Fin: I - II - III - IV - V - VI - VII - VIIIFin del fin: I - II - III - IV - V - VI