Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

VENGANZA.

Cuanto mas que el tomar venganza injusta (que justa no puede haber alguna que lo sea) va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien á nuestros enemigos, y que amemos á los que nos aborrecen: mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y mas de carne que de espíritu. [1]

  1. Se suele decir que la venganza es el placer de los dioses; mas este dicho envuelve en sí mismo contradiccion, porque debe suponerse á la divinidad justa, y la venganza no es justicia. El no querer vengarse pudiendo indica tanta grandeza de alma como menosprecio del enemigo. Fuera de eso, la mayor parte de las ofensas ecsisten solo en la fantasia y no merecen llamar la atencion de un hombre sensato. No deja de ser ridículo que una palabra que el aire la lleva, nna mirada que no es sino una contraccion del rostro, ó un movimiento del cuerpo sean capaces de alterar la tranquilidad de un ser racional. Si se reflexionase debidamente que no depende siempre del hombre conducirse al gusto de otro, ciertamente superaria la tolerancia al resentimiento. Personas hay v g. que responden con frialdad ó indiferencia, ó tal vez con descortesia porque su caracter es brusco; semejantes individuos merecen por haber sido tan poco favorecidos de la naturaleza, mas bien nuestra compasion que nuestro enojo, debiendo mirárseles como a seres destituidos de racionalidad.
    ¿Y qué diremos de los desafios, transformados por el orgullo humano en hijos del pundonor, cuando lo son de la venganza y la insensatez? Nunca acabo de admirarme de las anomalias del siglo llamado de las luces, cuando veo que aun ecsiste en él la preocupacion de los siglos del obscurantismo. Plumas mejor cortadas que la mia han probado lo ridículo y juntamente criminal de los duelos, y entre ellas la de un sabio ingles, cuyo pasage insertaré aquí por las profundas ideas que encierra. «Una noche que Faramundo rey de Francia fue á la estancia de Eucrates, le encontró tan abatido que le dijo con aquella agradable sonrisa que tan natural le era. ¿Por qué Eucrates está tan triste? ¿Hay acaso algun desgraciado á quien Faramundo no pueda consolar? Temo que lo haya, respondió el favorito: ahi afuera está un gentithombre de buen continente y ricamente vestido, que parece se halla en la flor de su edad, y próximo á rendirse al peso de alguna grave afliccion, todas sus facciones manifiestan la angustia de su alma; pero me parece dispuesto antes á deshacerse en lágrimas que a caer en la desesperacion. Le he preguntado lo que deseaba: Hablar á Faramundo me ha respondido, y habiéndole rogado me comunicase su negocio, apenas ha podido responderme: Dignaos Eucrates, presentarme al rey, porque mi desgracia es demasiado dolorosa para referirla dos veces, y ni aun sé si tendré valor para decirla una sola. Entonces mandó Faramundo que entrase, y el gentilhombre se presenté con la mayor turbacion. El rey, que desde luego lo echó de ver, procuró serenarle diciéndole entre otras cosas que se acordare de que trataba con un amigo, y que como tal debia mirarle si podia dar algun remedio a su afliccion. "¡Oh gran Faramundo, contestó el gentilhombre, no hableis de un amigo al desgraciado Spinamonte! Yo tenia uno, pero ya no ecsiste; esta mano le ha muerto y Faramundo es el culpable. No vengo á pediros gracia; vengo á contaros el dolor que me consume y que no tengo fuerza de soportar. No hay ya para mi alegria ni placer en este mundo, y todo en él me parece un sueño, ó por mejor decir un delirio. Permitid ¡oh príncipe magnánimo! que a pesar de vuestro escelente caracter os inculpe en la amargura de mi alma de ser cómplice en la efusion de la sangre generosa que hoy ha derramado mi mano. ¡Pluguiese al cielo que hubiese yo antes perdido la mia! Despues de haber hecho una corta pausa y coordinado sus ideas, prosiguió de este modo.
    Hay cierta especie de autoridad en la afliccion, y pues que todos los hombres estan sujetos á ella, no hay uno solo qne no esté obligado á darla audiencia. Bien persuadido estoy á que Faramundo se halla siempre dispuesto á escucharla. Sabed pues que he tenido la desgracia de matar esta mañana en desafio al hombre del mundo que mas amaba. La presencia de vuestra magestad me contiene lo bastante para no deciros que me volvais mi amigo, y que vos me habeis privado de él; y no me atreveré á esclamar. ¿Seria posible que el compasivo Faramundo destruyese á sus propios súbditos y que el padre de la patria degollase á su pueblo? Sin embargo haceis lo uno y lo otro. Es tan buscada la fortuna por todos, que la gloria y el honor de los súbditos se hallan entre las manos de su príncipe, porque él distribuye las gracias y los empleos y eleva ó abate á cuantos quiere. Asi es que los monarcas son responsables de todas las malas costumbres que se introducen en sus estados con perjuicio de sus órdenes. Una corte puede hacer que la moda y el deber caminen á la par, y jamas sucederá que se apruebe en ella el crimen, á no ser que sea tambien ella cómplice. Pero ¡ay! ¡la tirania de una mala costumbre llamada falsamente pundonor, hace que en el reinado de Faramundo un duelista mate á su amigo, y el juez le condene, aunque apruebe su accion! ¿Qué significan todas las leyes, si los que las quebrantan no se esponen mas que á la muerte, y si el deshonor, que es el mayor de todos los males, recae sobre los que las observan? En cuanto a mí, no me es posible espresar los diferentes afectos de ternura y de pesar que me atormentan al repasar los lances de mi vida pasada con mi amigo; y mi alma esta tan oprimida que me cuesta contenerme en presencia de Faramundo." Al decir esto brotaron sus ojos mi torrente de lágrimas, y se puso á gritar en alta voz: ¿Por qué Faramundo no habia de sentir las crueles angustias que me roen, y de las que él solo puede libertar en adelante á los otros? Aprenda de mi hasta donde llegan los remordimientos de los que han muerto a sus amigos por la falsa dulzura de su gobierno, y represéntese lo que clamará la sangre de todos los que han perecido por la inejecucion de sus leyes.»
    Este pasage dice mas que muchas disertaciones voluminosas sobre la materia. ¡Podia pensarse asi en tiempo de Faramundo, y no se piensa generalmente de este modo en el siglo de la ilustracion!...