Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

FAMA BUENA.

Mas vale el buen nombre que las muchas riquezas.


Una de las cosas, dijo á esta sazon don Quijote, que mas debe de dar contento á un hombre virtuoso y eminente, es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa: dije con buen nombre, porque siendo al contrario ninguna muerte se le igualará.


Tambien viene con esto lo que cuentan de aquel pastor, que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, solo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra ó por escrito mencion de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavia se supo que se llamaba Erostrato.


El deseo de alcanzar fama es activo en gran manera. ¿Quién piensas tú que arrojó á Horacio del puente abajo armado de todas armas en la profundidad del Tiber? ¿Quién abrasó el brazo y la mano á Mucio? ¿Quién impelió á Curcio á lanzarse en la profunda sima ardiente que apareció en la mitad de Roma? ¿Quién contra todos los agüeros que en contra se le habian mostrado, hizo pasar el Rubicon á Cesar? Y con ejemplos mas modernos ¿quién barrenó los navios y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el nuevo mundo? Todas estas cosas y otras grandes y diferentes hazañas son, fueron y serán obras de la fama, que los mortales desean como premios y parte de la inmortalidad que sus famosos hechos merecen, puesto que los cristianos católicos y andantes caballeros mas habemos de atender á la gloria de los siglos venideros, que es eterna en las regiones etereas y celestes, que á la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mismo mundo, que tiene su fin señalado.