Album de un loco: 44
Composición a S.M. El Emperador
editarComposición leída en la distribución de premios, hecha por el emperador y la emperatriz, en el colegio de la escuela imperial de minas de Méjico el 18 de noviembre de 1864.
A S.M. EL EMPERADOR
Sucesor imperial de Carlos Quinto,
lo que a mi voz franquea este recinto,
no es mérito o saber, que en mí se encierra;
es honor que se me hace en esta tierra.
Los que nacemos nobles en la mía,
no importa a qué opinión pertenezcamos,
atacamos por ley y cortesía
la augusta majestad donde la hallamos;
por eso antes de leer mi poesía,
cortés y sin servil palabrería,
caballero español, poeta rudo,
¡majestad imperial, yo te saludo!
A LOS ALUMNOS DE MINERÍA
Ya, mejicana juventud, dos veces
al poeta extranjero a tu presencia
a cantar has llamado, su aquiescencia
con tal honor pagándole con creces.
El poeta, esta vez, cree que mereces
algo más que el murmullo soñoliento
de sus versos, que, pobres de sentido,
son acaso no más gárrulo ruido,
que vibrando en la atmósfera un momento,
va a expirar, al nacer, presa del viento.
Yo amo la juventud, porque la he visto,
por doquiera que fuí, ser el apoyo
de la ventura patria, y he previsto
que en nuestra edad va a ser como un arroyo
que nace al pie de un monte en pobre fuente,
mas que, cruzando un valle hondo y umbrío,
va cobrando al rodar, cauce y corriente,
y al llano sale caudaloso río.
Yo amo la juventud de nuestra era,
porque la veo que serena avanza,
del porvenir dorando por doquiera,
con la luz de la ciencia, la esperanza.
Yo amo a la juventud, más cada día,
porque de ella me va, según me alejo,
amenguando la fuerza y la osadía,
cada día voraz que tras mí dejo.
Por eso, ¡oh juventud, amada mía!,
hoy que es la última vez que voy a hablarte,
(no por poeta, por amigo viejo),
como al venir, al irme, voy a darte,
en vez de una canción, un buen consejo.
Dios dijo al tiempo: «¡Marcha!» y desde la hora
en que le abrió la eternidad su mano,
con pasos que no cuenta el hombre insano
va hacia la eternidad que le devora;
mas cada siglo de él trae y se lleva
un sello peculiar por su camino;
cada generación cae o se eleva,
rastro dejando en pos, grande o mezquino;
herencia que recoge la edad nueva.
La nuestra no heredó de la pasada
más que legados de odio y de rencores,
porque en odio y rencor fué amamantada;
mas aunque un mar de sangre hay a su entrada,
da paso a un porvenir de luz y flores.
El vapor y el telégrafo a la idea
dando una rapidez desconocida,
van más de una mitad a hacer que sea
del espacio y del tiempo suprimida.
Al fuego del vapor, centuplicada
la producción de industria, artes e imprenta,
la producción en ellos presentada
bajará a los mercados casi a nada,
cuanto en precio menor, mayor en venta.
Todo a alcance de todos, adquirida
la idea para todos publicada,
por todos, y por todos extendida,
va a ser doble el saber, doble la vida,
doble la ilustración, y cimentada
sobre un doble poder, establecida
la civilización y entronizada.
Va a empezar a reinar la inteligencia;
pueblos y soberanos, sus derechos
deslindando a la luz de la conciencia,
van a dar y cobrar rentas, no pechos;
y de su pueblos van los soberanos
los amigos a ser, no los tiranos.
Quizás dentro de poco las naciones,
sobradas ya de buques y de trenes,
en vez de ciudadelas y bastiones,
labrarán astilleros y almacenes.
En poder niveladas, con conciencia
tomarán y darán comercio y ciencia;
van a sembrar por todas las regiones
fe, saber, amistad, paz, opulencia.
A fuerza de inventar y adquirir modos
de matarse mejor y aniquilarse,
han de parar en comprenderse todos,
en conocerse al fin y respetarse;
y a fuerza de añadirles perfecciones,
pararán en romperse los cañones.
Juventud, que tal vez me oyes absorta,
tal es tu perspectiva venidera;
la vida del error va a ser ya corta;
aunque oyes el cañón por donde quiera
todavía estallar, en fe; no importa;
es el postrer aullido con que aborta,
bajo el peso del siglo sofocada,
la guerra, de cadáveres preñada…
Ley, justicia, equidad, paz duradera;
ese es el porvenir de nuestra era.
Entra en la vía por tu edad marcada,
echa tierra al rencor de odios vulgares,
y a la verdad y a la razón entrada
abre en tu corazón y en tus hogares.
Dignidad nacional ten en buena hora;
nación que no la tiene, se desdora;
mas que tu orgullo nacional no sea
pueril y quisquilloso patriotismo,
que, dando en vanidad o en fanatismo,
el desdén o el ridículo acarrea.
Ten leyes, libertad, instituciones,
que te hagan grande y sin rival mañana;
mas de los otros pueblos y naciones
no te hagan enemiga, sino hermana.
Individuo o nación, mientras que vive,
tiene algo que aprender; y vive y crece,
si en saber y en comercio da y recibe;
si se aísla, en su abandono desfallece;
rey indigno del trono, que envilece,
de su manto a jirones se despoja;
árbol que apolillado se envejece,
su follaje da al viento hoja por hoja.
Para ser grande y respetada un día,
sé justa, sé leal, sé generosa;
observa perspicaz, oye prudente;
no te fíes no más en tu osadía;
siempre, quien menos sabe, es quien más osa,
y es más útil saber, que ser valiente;
sé sabia, sé prudente, sé ilustrada,
y querida serás y respetada.
Cubre la faz de tu fecunda tierra
de una red de caminos y canales;
y en vez de tropa y munición de guerra,
con mano liberal haz que a raudales
corra el oro y el pan por sus ramales.
¡Juventud mejicana!
Tuyo es el porvenir; Dios te le entrega.
¡Marcha! Tú la nación serás mañana;
tú has nacido ya libre; no doblega
tu instinto ajena ley; rompe la insana
ruin preocupación del tiempo viejo.
Marcha a par con tu siglo; borra, olvida
el recuerdo de ayer; con él no luches;
nuevo es tu porvenir, nueva tu vida.
Tal es mi convicción, tal mi consejo;
y es sano y es leal; como le escuches,
en el camino de tu bien te dejo.
No lo olvides jamás: Dios me es testigo;
nací español y moriré tu amigo.
Ahora sólo me resta hacer un voto
para hacer que ese albor que ya refleja
fúlgido sol, del porvenir remoto
en el Oriente azul se determine;
para volver a su equilibrio roto
la ley que la vorágine domine,
que la guerra civil tras de sí deja.
Mejicana nación, ¡Dios te proteja!
Augusto Emperador, ¡Dios te ilumine!