Album de un loco: 1

Introducción y prospecto de Album de un loco
de José Zorrilla

Todo aquel que en un libro o un periódico,
determina imprimir sus opiniones,
cree lo más necesario y más metódico
dar a su escrito causas y razones,
y en un prospecto, prólogo o programa,
del público sobre él la atención llama.
Allí, con más torpeza o más ingenio,
ya en pretencioso o en humilde estilo,
según es su carácter o su genio,
empieza, en tono enfático o tranquilo,
a torcer de su idea el primer hilo,
e invocando muy recio santos nombres,
RELIGIÓN, LIBERTAD, VIRTUD O CIENCIA,
promete, cuando menos, a los hombres,
riqueza, ilustración, independencia,
paz, dicha, bienestar… Anuncia, en suma,
que el bien universal tiene en su pluma.

Yo supongo que tienen los prospectos
inmensa utilidad, grandes efectos;
que tan precisos son como el Decálogo,
mas, sea que el autor haga un monólogo;
o que con el lector entable un diálogo,
en el mejor prospecto y mejor prólogo,
de estilo el más cortés y el más análogo,
de períodos más puros y correctos
¿qué es lo que el escritor dice en resumen?
En términos más claros e indirectos,
que le pasen por alto sus defectos,
y que compren su pliego o su volumen.

Esto a mí me parece indigno dolo
de quien pasó por cátedras y escuelas,
y medio de anunciarse digno sólo
de un escamoteador o un sacamuelas.
Esto a mí me parece bajo y pobre;
pero, si yo atropello esa costumbre,
puede que inquina el público me cobre,
y al presentarme a él me haga ver lumbre.
Así que, protestando contra el modo
actual, que no es de gentes de mi fuste,
mas mirando que es fuerza que ante todo
a la costumbre general me ajuste,
a escribir un prospecto me acomodo,
aunque el mío tal vez a nadie guste.
Allá va, ¡vive Dios! Mas hacer quiero
una oportuna observación primero.

Paso por los prospectos y los prólogos,
ya en diálogos se escriban o en monólogos;
mas por lo que no paso ni con bueyes,
con lo que no estaré jamás conforme,
por más que mi opinión sea falta enorme
que a quien me lea enoje o atribule,
es con que el escritor, al dar informe
de su obra, servil se congratule
antes con el lector, que disimule
con su palabra lo que trae en mente;
que le dé excusas; que taimadamente
le engañe, y sobre todo que le adule.
¿A qué empezar con tal hipocresía,
de piropos llenándole y de flores,
y vendiendo modestia y cortesía,
cuando el autor más bárbaro confía
en que su libro encante a los lectores?
¿A qué dar a quien lee nombres bonitos,
y fingirle amistad y hacerle honores,
que no han de mejorar nuestros escritos?
Carísimo lector– esto es mentira:
el autor casi nunca le conoce,
y maldito el cariño que le inspira,
ni se le importa de que rabie o goce.
Respetable lector– esto es bajeza,
miedo a que le critique o le destroce
con satírica lengua. –Lector sabio
esto es una sandez, una torpeza
del corazón servil, a quien el labio
traición hace imprudente. Por de pronto
puede el que abre su libro ser un tonto;
puede ser, además, un hombre bueno,
leal, de buena fe, de orgullo ajeno,
que se conozca bien y tome a agravio
tal vez, o a burla, que le llamen sabio;
y, al leer, con justísimo desprecio,
diga del escritor: –¡Valiente necio!
Benévolo lector, lector preclaro,
lector benigno– esto es pedir amparo,
indulgencia, perdón: y para eso,
vale más que el que escribe diga claro
que se mete a escribir porque es avaro
o pobre, y que va a ver si gana un peso.
Porque el hombre de fe, conciencia y seso,
que la verdad expone, o que critica
el vicio torpe, o que al social progreso
cree que con sus escritos contribuye,
no se excusa, no adula, no suplica,
no en siervo del lector se constituye,
no pide indulto, ni perdón, ni amparo,
como si cometiera algún exceso;
si dice la verdad, dígala claro;
su libro haga en conciencia y sin reparo;
en lo que diga en él téngase tieso.
El que tema la crítica, que viva
siempre en la oscuridad y que no escriba;
pero si escribe con razón, que tenga
fe en ella; que a la luz su libro arroje
y a soportar la crítica se avenga
del que juzgar su libro se le antoje.
Al que tiene talento verdadero
no le ahoga la crítica: le venga
de la mordacidad, de la malicia,
de la envidia de un Zoilo el mundo entero:
y la posteridad le hace justicia.
Si se funda la crítica en razones,
corríjase juicioso y reconozca
la exactitud de tales correcciones.
Ninguno es infalible; mas si al paso
le salen con mezquinas objeciones
o con indecorosas invectivas,
ni de éstas ni de aquéllas haga caso.
La sátira mordaz, las diatribas
prueban claro que aquel que las escribe,
las hace con rencor o con envidia;
y quien con odio o con envidia vive,
él la pena mayor es quien recibe,
pues con sus viles sentimientos lidia;
y el que de nimiedades se apercibe,
muestra, a más de que al público fastidia,
su mezquindad y sus instintos bajos,
y que, en su instinto ruin, mordiendo, vive,
a los que van delante, los zancajos;
gozque que, con risible impertinencia,
sale audaz a ladrar la diligencia.

Así se piensa ya en el siglo nuestro;
que, a los pasados sin hacer agravio,
por ser más viejo que ellos, es más sabio
y en verdades sociales más maestro;
y en él comienzan a saber los hombres
que Dios a los nacidos hizo iguales;
que la excelencia no consiste en nombres,
ni uniformes, ni títulos banales,
sino en la rectitud de la conciencia.
La dignidad la da la inteligencia,
los pensamientos nobles, los servicios
prestados del común de los mortales
a la existencia universal, la ciencia,
la humanidad, el celo y la creencia,
que contribuyen a extirpar los vicios
y a mejorar del hombre la existencia.

En este siglo liberal, los hombres
que no abren su alma a sentimiento bajo,
no buscan más Mecenas que el trabajo;
no se abaten a títulos, ni a nombres;
no se echan, como turcos, boca abajo.
El hombre de pudor, el hombre digno,
si no sabe hacer más, suda en el tajo;
que, hecho con fe y honor, nada hay indigno;
pero no se envilece, no se humilla,
ni ante ídolos mortales se arrodilla,
ni se arrastra a los pies del poderoso,
ni adula al que gobierna y al que manda,
ni se aviene a servicio vergonzoso
por oro, por favor, bastón, ni banda.

El trabajo da pan, si no riqueza;
y como presta honor, y honor demanda,
más vale pan ganado con nobleza,
lecho de paja y choza de corteza,
que palacio dorado, cama blanda
y millones logrados con bajeza.

Tal es la observación que hacer quería
antes de comenzar; y aunque de exótica,
ruda y extemporánea y estrambótica
se la tache, tal es la opinión mía;
y siempre una verdad será de a puño,
y de la dignidad hecha en el cuño.

En consecuencia de ella, abandonando
frases pomposas y protestas huecas,
cosas que ya de moda van pasando,
por viejas, por raquíticas y entecas,
empiezo mi prospecto apellidando
al que le quiera leer, lector a secas;
y he aquí cómo ante el público me pongo,
y así el prospecto de mi libro expongo.

Yo no tengo, lector, ningún motivo,
ningún objeto, ni intención alguna,
para darte a leer lo que aquí escribo.
Nada espero, ni nada me propongo
con ello: ni renombre, ni fortuna
adquirir, ni importancia, ni dinero,
ni favor; nada busco y nada esquivo,
aunque no soy Quijote pendenciero.
Nada soy, nada fuí, ni he de ser nada
jamás; no tengo ni hijo, ni heredero,
la hacienda a quien dejar por mí amasada,
ni una higa se me da del mundo entero;
y de mi vida al fin de la jornada,
me basta para tumba un ahujero.

Y aunque no pegue aquí, lo advierto de paso:
ese ahujero que mi polvo encierre,
gratis me lo ha de dar, llegado el caso,
la católica Iglesia que me entierre;
porque, para mi entierro de poeta,
no tengo de dejar ni una peseta.

Yo pagaré aranceles mientras viva:
justos o no, es forzoso que los trague;
pero ¿después de muerto? –No; que pague
por mí la sociedad caritativa,
a cuenta de los cuentos que la dejo,
que la tierra con él de balde abone,
o que haga un tamboril de mi pellejo;
porque, después que mi alma le abandone,
no le estimo yo en más que al de un conejo.

Y tras este paréntesis o aparte,
no dudo en esperar, lector, que creas
que es buena la razón que voy a darte
de por qué a escribir voy; y que esta parte
es el lugar mejor de que la leas.

Voy, pues, a revelarte francamente
la verdad; y, lector, me importa poco
lo que de tal verdad piense la gente:
YO ME DOY A ESCRIBIR, PORQUE ESTOY LOCO.

Otros escriben, porque aspiran a algo;
otros, porque son tontos y se precian
en más de lo que son; yo no me salgo
del lugar inferior a que mi ingenio
llega; y aunque conozco más de cuatro
que atrevidos, del mundo en el teatro
avanzan, con orgullo, hasta el proscenio,
que al mundo entero al avanzar desprecian,
que se creen dignos del laurel del genio,
y que su ciencia creen de Apolo Pitio,
yo me quedo en el patio, que es mi sitio;
tal vez no tanto por modestia mía,
pues que de ella no está mi alma tan llena,
cuanto porque me gusta a mí en escena
del tonto ver la vanidad vacía.

Mas yo nací hablador, y soy fanático
por ensuciar papel: no es que presuma
de sabio, de doctor, ni catedrático;
yo no soy más que un loco, soy lunático;
es un defecto natural; y en suma,
sin darla de orador ni de retórico,
cuando ya mi cerebro está pletórico,
reviento por la lengua y por la pluma.

Y tal de este librillo es el secreto:
tal su razón de ser y tal su objeto;
conque, lector, los sesos no te hiles
en suponerme ocultas intenciones,
ni literarias y altas pretensiones,
ni miras diplomáticas u hostiles.
Yo lo digo, y lo sé, no me equivoco:
LE ESCRIBO NADA MÁS, PORQUE ESTOY LOCO.

Puedes muy bien haberlo conocido
en lo que hasta esta línea dicho llevo,
y aun a esperar sin vanidad me atrevo
que ha de dejarte de ello convencido
lo que decir más adelante debo;
porque, a través de fábulas poéticas,
de mentiras tan raras y tan locas
cual las de las sonámbulas magnéticas,
con pluma muy cortés, pero muy libre,
pienso decir verdades, aunque pocas,
del más macizo, del mayor calibre;
pues ya sabes, lector, que las verdades
mayores, sin retóricos aliños,
dicho las han en todas las edades,
con éxito, los locos y los niños.
Yo, que de la vejez en la edad lacia,
por mi desgracia o mi ventura, toco,
no aspiro a que hagan mis verdades gracia
por ser de niño, ni por ser de loco;
mas tengo comezón irresistible
de escribir y de hablar, y es imposible
que calle; hablar de todo se me antoja:
de religión, de ciencia, de política,
de historia, de moral, de numismática,
de botánica, esgrima y ortopédica,
de heráldica, de amor, de ciencia médica
(o arte de asesinar con privilegio),
de guerra, de estadística, de crítica
(o ciencia de pedantes de colegio),
de agricultura, leyes y farmacia
(o arte de envenenar sin compromiso.
¡Feliz aquel a quien le coge en gracia!)
Y, en fin, voy con audacia enciclopédica,
y en versos hasta faltos de gramática,
a meterme en estudios anatómicos,
a innovar los sistemas astronómicos
y a hacer bailar la gravedad enfática
de la dorada farsa diplomática;
que no es más (sea dicho entre nosotros)
que el arte de engañarse unos a otros.
Voy a escribir opúsculos, apólogos,
calendarios, sermones, sainetes,
sátiras cuentos, diálogos, monólogos,
trovas, novenas, églogas, motetes,
tragedias, villancicos, tonadillas,
y un poema de Job en seguidillas.
Voy a hablar de los pueblos y las razas
todas: de la de Cam y la semítica,
hasta la americana y la sajona;
de la más fuerte hasta la más raquítica,
desde la gigantea a la lapona;
de sus costumbres, trajes, lengua y trazas,
de sus juegos, peleas, bailes, cazas;
y fenicios, asiáticos, mongoles,
árabes, esquimales, mejicanos,
hotentotes, canarios, españoles,
industanis y chinos y romanos,
negros, blancos, cobrizos, tornasoles,
ricos, mendigos, nobles y villanos,
con sus mantos, sus plumas y sus mazas,
tirsos, báculos, picas, quitasoles,
calzoneras, carcaj, palios, corazas,
incensarios, turbantes y capuchas,
zorongos, palanquines y faroles,
castañuelas, bonetes y cachuchas,
guarda-infantes, casullas, sambenitos,
tamboriles, dalmáticas y pitos,
van a pasar revista entre mis manos;
y aunque les traiga aquí por los cabellos,
les voy a examinar con los frenólogos,
y a dar mi parecer de todos ellos.

Mi religión no gustará a los teólogos,
ni mi loca opinión a los políticos,
ni mis extraños juicios a los críticos,
ni mi moral excéntrica hará gracia
a los que en todo ven una blasfemia,
ni mi ley cuadrará a la diplomacia,
ni mi lenguaje inculto a la Academia;
pero hará mal en darse por sentido
nadie de mi opinión; porque es sabido,
y el testimonio universal invoco,
sólo un tonto, de tonto convencido,
puede hacer caso de lo que hable un loco.

Todos los que han tenido pretensiones
de tildar los defectos o los vicios
de creencias, costumbres u opiniones
del siglo y sociedad en que vivían,
lo han hecho haciendo al mundo concesiones;
y de sus convicciones, sacrificios
han hecho a algo, de lo cual tenían
recelo o esperaban beneficios;
más claro: han inmolado sus conciencias
a ese fantasma que se llama humanos
respetos y sociales conveniencias;
poner osando nada más las manos
en detalles aislados, en abusos,
ridiculeces de costumbres y usos
de débiles, de pobres y villanos.
Tildaron pequeñeces y patrañas;
pero apenas han dicho alguna frase
que fuera a herir al vicio en sus entrañas,
que llegara a su origen y a su base;
y hasta el de más valor, que fué Quevedo,
ha escrito tal vez sin fe o con miedo.
Yo, en mi razón lunática y raquítica,
comprendo de más alto y noble modo
la misión de la sátira y la crítica,
y en mi fe y libertad no me acomodo
a aspirar esa atmósfera mefítica
que de la envidia vil exhala el lodo.
Ensañarse en los débiles y bajos,
atacar las personas, y no el vicio,
es hacer profesión de escarabajos,
y no es mi instinto ni será mi oficio;
mi corazón, exento de perfidia,
no tiene vanidad, rencor ni envidia.
Yo la firme verdad tengo por norma
de mis juicios de loco; yo no acuso
a los pueblos que de ella hacen mal uso;
sino, atento a la esencia y no a la forma,
al que en viciosa institución la puso,
al que dió por verdad una mentira,
al que una infamia como ley impuso,
a aquel por quien cual ley y verdad mira
la mentira y la infamia el pueblo iluso.
Y esa verdad que la razón invade
por su propio poder, que nunca cede
a consideraciones de grandeza
mundana, y que la crítica no evade;
esa verdad, que es libre, y que haber puede
quien la esconda, mas no quien la degrade,
es, con educación y con nobleza,
la que voy yo a decir cuando me agrade;
no esa verdad impúdica, que ofende
con su descaro y desnudez, que sale
de una pluma que envidia o que se vende;
que no enmendar, sino insultar, pretende,
y que a una injuria estúpida equivale.

Mi verdad, ya de veras, ya de chanza,
dicha será sin personal desdoro,
con entereza sí, mas con decoro;
pues no excluye verdad buena crianza.

Todos los que de crítica escribieron,
y que los vicios de su edad tacharon,
ser más cuerdos que el vulgo pretendieron;
y aunque al mundo enmendar se propusieron,
ofender su amor propio recelaron,
y con él, recelosos, transigieron;
así que, al dirigirles sus verdades,
al empezar hicieron salvedades;
diciendo en el lugar más oportuno
que su crítica, zumba y claridades
dirigían a todos y a ninguno.
Yo, como loco estoy, y no las echo
de cuerdo ni doctor, ni hablo en provecho
de nadie, corrigiéndole importuno,
ni de lo por mí dicho o por mí hecho
se me importa que el vulgo satisfecho
quede, o me ponga el gesto entrecejuno,
ni tiro a ver si a tuerto o a derecho
la aprobación universal reúno,
no me he de andar con tan ambiguos modos;
lo que yo digo, se lo digo a todos:
aplíquese lo suyo cada uno,
de la misma manera,
que lo que por mí dicho y por mí hecho,
tiene derecho a criticar cualquiera,
y no niego a ninguno tal derecho.

Los libros no son onzas españolas,
que en todas partes con aplauso corren,
y que se recomiendan por sí solas,
aunque un poco se gasten o se borren.
A mí, quien me critica, no me aflige;
a mí me hace un favor, quien me corrige.
Por ahí andan los críticos mayores
del mundo, que en justicia o por capricho,
de mis escritos y de mí primores
a placer en sus críticas han dicho;
y en la unión más leal seguimos siendo
los amigos mejores;
sin que tengan de mí, según entiendo,
ni motivos de queja, ni temores.
No porque quiera yo afectar modestia,
porque me crea yo más que otro bueno,
ni porque de amor propio esté yo ajeno;
sino porque, tal vez, como estoy loco,
cuando una corrección se me dirige
(de buena o mala fe, me importa poco)
al sabio que se toma tal molestia,
no me cuesta rubor, si me equivoco,
decir: «Usted perdone, soy un bestia»;
pues tiene más valor el que con calma
reconoce un error o un disparate,
que el que, su error por sostener, se bate,
y por no desistir, se rompe el alma;
aunque, según los humos que en mí asoman…
dice un refrán: «Donde las dan, las toman.»

A pesar de lo dicho, pensamiento
no tengo, ni esperanzas, ni intenciones,
de dar a respetar mis opiniones,
y ni enseñar, ni corregir intento;
porque, aunque loco soy, conocimiento
tengo de los humanos corazones,
y no tengo en la chola tanto viento.
No intento corregir, porque es sabido
que el amor propio de la raza humana
al consejo leal no presta oído,
y que una corrección de intención sana
a muy pocos jamás ha corregido,
si del que erró la petulancia vana,
del consejo leal no se ha ofendido.

No pretendo enseñar, por tres razones:
la primera, porque es mi ciencia corta
para dar, ni consejos, ni lecciones;
la segunda, porque hoy hay a montones
sabios que tienen a la tierra absorta,
o al menos tales son sus pretensiones,
y yo a tal vanidad no me remonto;
y la tercera, porque no me importa
que nadie sea sabio o sea tonto.

Y a pesar de lo dicho, es muy posible
que fatigado a lo mejor me sienta,
y que a pesar de anuncio de tal pompa,
o no salga mi libro inteligible,
o el hilo ruin de mi relato rompa;
o que, poniendo el colmo a mis locuras,
me haga a la mar, en vez de ir a la imprenta,
a lector y editor dejando a oscuras.
Que es en lo que a parar, según mis cuentas
vendrá, al fin, esta escrita pepitoria;
que no es, lector, ni libro, ni diario,
ni relación, ni crónica, ni historia,
con pretensión de juicio, ni de ciencia;
esto es sólo un apunte estrafalario,
a manera de ayuda de memoria,
para que otro escritor de más conciencia
y de mayor saber, en prosa o verso,
dé una broma pesada al universo.
Esto es un papelucho mal zurcido,
donde consigno yo las opiniones
que he formado en el tiempo que he vivido
alucinando al vulgo con ficciones.
Estas son las verdades del barquero,
que le digo yo al mundo porque quiero;
no me pidas razón, forma ni esencia;
éstos, no versos, ásperos renglones,
son la prueba no más de mi demencia.
Yo estoy loco; si abordo las cuestiones
de sentido común con pretensiones,
al mundo voy a convencer muy pronto
de que no soy un loco, sino un tonto;
así, pues, abreviemos las razones.

CONCLUSIÓN. –Mi papel escribo en verso,
lo primero, porque es mi gran manía
dar a todo un barniz de poesía;
lo segundo, porque hoy al universo
va contagiando la locura mía,
y hoy usan ya del verso los primores
hasta las lavanderas y aguadores;
lo tercero, porque es, por su armonía,
más fácil de grabarse en la memoria
el verso; y una zumba en verso dada
tiene mucha más gracia, que se aumenta
repetida, y tal vez pica en historia;
y a aquel a quien la zumba va aplicada,
¡Jesús!, le hace reír que es una gloria,
y hasta de pura risa le revienta.

Así, quien en mi fama la tijera,
con intención dañina, meter quiera,
yo mismo se lo advierto y no le engaño:
corte en verso, y que sea de manera
que tenga gracia, porque me haga daño.

Una cuarta razón hay todavía
para emplear aquí la poesía,
y es: que de nuestra historia en los registros
consta que los poetas son ministros
y generales ya y embajadores;
y aunque yo creo, en mi razón raquítica,
que cuando los poetas ponen mano
en la fe y la política, es que es llano
que, no teniendo ya remedio humano,
se hunden la religión y la política,
yo no está bien que tal verdad exponga,
ni, de su cofradía siendo hermano,
de los poetas al favor me oponga.
Pues los que cuerdos son, si bien me fundo,
tienen empeño en estropear el mundo,
no tengo de ser yo quien le componga.

He aquí, pues, el prospecto de mi obra,
que un totum revolutum en sí encierra;
más bien cajón de sastre que volumen,
que mi editor en publicar se emperra,
que en mi opinión me paga muy de sobra,
y del cual sacaremos, en resumen,
que yo estoy loco, y que quien no me crea,
será de mi opinión cuando me lea.

Ni atención pido, ni favor invoco;
no puede ser un hombre más solícito
en decir la verdad, ni más explícito:
MI EDITOR ESTÁ IDO Y YO ESTOY LOCO.