Album de un loco: 43
Confidencias y serenata a S.M.C. Doña isabel II - 1864
editarI. Confidencias
editarDe la casa de naide
Que no hable naide:
Porque no sabe naide
Lo que hace naide.
(Cantar Gitano)
Me habéis mandado invitar
para que os cuente una historia
u os entone algún cantar;
no os lo puedo rehusar:
ese es mi arte y fué mi gloria.
Mas pudiendo suponer
que estamos en nuestra casa
y en familia aquí, a mi ver,
debo hablaros sin poner
a mis confidencias tasa.
Hablar de sí mismo, sea
bien o mal, creo en verdad,
que es siempre una cosa fea;
quien habla de sí, da idea
de una pueril vanidad.
Mas insisto en que me creo
con los míos aquí a solas;
y así, no ha de ser tan feo
decir de mí, a mi deseo,
dos verdades españolas.
Seré breve en todo caso,
pues no intento en realidad
más que deciros al paso
algo, que no estará acaso
fuera de oportunidad.
Me han puesto por condición,
al llamarme a vuestra fiesta,
que mi historia o mi canción
fuera para esta ocasión
expresamente compuesta;
y como la vida extraña
que llevo fuera de España,
hace muchos años ya,
contra mí han puesto en campaña
muchos supuestos quizá,
será bien, si mal no infiero,
de haceros oír primero
mis estrofas baladíes,
que os ponga yo, como quiero,
los puntos sobre las íes.
Yo me he empeñado en vivir
en sombra y en soledad,
viendo a mi fama morir;
y hay quien no quiere sufrir
este afán de oscuridad.
Mi mismo empeño en callar
es tal vez lo que os impele
a quererme hacer hablar;
y bueno es que yo os revele
lo que os hace irme a buscar.
¿Sabéis por qué todavía
me pedís nuevos cantares?
Porque os recuerdan que un día
el vapor os los traía,
ecos de los patrios lares.
Mi apellido era un cantar
de la tierra que os dió a luz,
que, por encima del mar,
os traía sin cesar
la voz patria a Veracruz.
Mis libros, como palomas
mensajeras de consuelo,
os llegaban entre aromas,
recogidos en las lomas
y valles del patrio suelo.
Mi caliente fantasía,
con audacia juvenil,
en la vuestra os infundía
de mi loca poesía
la fermentación febril.
Mis trovas, tristes o gayas,
en sueño os hacían ver
los castillos y atalayas
de los cerros y las playas
de Burgos y Santander.
En mis leyendas, la historia
de las góticas centurias
mecía en vuestra memoria
la cuna de nuestra historia,
las nobles breñas de Asturias.
Mis orientales cantares
os hacían percibir
la brisa que, entre azahares,
susurra en los olivares
que riega el Guadalquivir;
y en mis tonos berberiscos
víais, siluetas bizarras,
los alminares moriscos
en que rematan los riscos
de las hoscas Alpujarras.
Por eso con patrio afán
fuisteis veces más de cuatro,
con aullidos de huracán,
a Don Pedro y a Don Juan
a aplaudir en el teatro.
Mi osada imaginación
con mi poesía extraña
os hizo tal impresión,
porque os enviaba en montón
memorias frescas de España.
Y eso es lo que os place en mí,
que soy un recuerdo vivo
de la tierra en que nací;
los que habéis nacido allí
creéis que aún de allá os escribo.
Mas yo os digo, y no os asombre,
que lo que obró tal hechizo
no fué el talento del hombre;
la distancia fué quien hizo
un talismán de mi nombre.
Por eso me comprendéis
ahora como soy, pequeño,
porque ya me conocéis;
porque a la luz no me veis
de la ilusión de aquel sueño.
Y ahora que a mí se me antoja
ir de mi fama el laurel
arrancando hoja por hoja,
el no sentir ya os enoja
el rumor del viento en él.
Si hubo razón que causó
silencio tal, yo la sé;
por qué mi arpa enmudeció,
revelar no hay para qué;
basta que lo sepa yo.
Porque yo os he consagrado
mi imaginación no más;
mi mente es lo que he franqueado,
mi corazón se ha quedado,
de ella escondida detrás.
Y en mí hay algo de salvaje;
yo me rebelo, bilioso,
contra todo vasallaje;
y en todo intento curioso
recelo un espionaje.
Si yo no os quiero franquear
más que mi imaginación,
¿Por qué no os ha de bastar?
¿Por qué os habéis de empeñar
en buscarme el corazón?
Mas si a él queréis asomaros,
forzando mi voluntad,
sea; no os andéis en reparos;
hablemos, de una vez, claros,
y en mi corazón entrad.
Pero vais, al irle a abrir,
la verdad a hallar en él,
y es verdad que, en mi sentir,
amarga, aunque está sin hiel…
¡no os vayáis a arrepentir!
Confesad que habéis creído
que mi nacionalidad
en mis viajes se ha perdido;
que la han dado o la han vendido
desidia y debilidad.
Confesad que habéis pensado,
si tal vez no lo habéis dicho,
que Méjico me ha embriagado;
que en él me ha narcotizado
la pereza o… el capricho.
Confesad que no entendéis
mi amor a esta hermosa tierra,
donde cual sombra me veis,
sin que para mí alcancéis
el interés que se encierra.
Confesad que en la grandeza
con que he desdeñado hablillas
que atacaron mi nobleza,
creído habéis ver semillas
de temor o de bajeza.
Pues ved en mi corazón
el intento que se encierra:
borrar en esta nación
una preocupación
que no existe en nuestra tierra.
Estudiarla; y convencido
de que nos mira a través
de un error envejecido,
no de un odio merecido,
de ella escribir tal cual es.
Yo amo a Méjico, aunque ignoro
si por instinto o por raza;
yo no busco aquí un tesoro;
aún valen mis versos oro
sobre la española plaza;
y cuando yo desde allí,
de Méjico escriba en pro,
pensará mejor de mí;
comprendiéndonos así
vosotros, Méjico y yo.
Mi corazón visteis ya;
la verdad escrita en él
ya a vuestros ojos está;
cualquiera en él leer podrá,
como yo, en este papel,
que, apoyada mi entereza
en mi fe y en mi razón,
no da entrada mi nobleza,
ni al orgullo en mi cabeza,
ni al odio en mi corazón.
Que, no intentando enseñar,
ni lucir, ni dominar,
mi fe y mi convencimiento
me dan un solo talento:
el de saber esperar.
Que, como nunca he caído
en políticos errores,
jamás dañar han podido
mi corazón, nunca herido,
los políticos rencores.
Que, en lo que cuento de edad,
por doquier, bien o malquisto,
con su fe y su caridad
fuí predicando, con Cristo,
concordia y fraternidad.
Que, aunque pese al odio insano
de raza y de tradición,
doquier que halle a un mejicano
le daré siempre la mano
sin hiel en el corazón;
Porque antes de mi venida
a esta tierra occidental,
a la hora de mi partida,
debí en París honra y vida
a un mejicano leal;
y sabéis que en la nación
en que nos cupo nacer,
en hombres de condición,
la gratitud es deber,
la palabra, obligación.
Otra, y no hablo más de mí.
No canto en Méjico a España,
porque, desde que nací,
a tener siempre aprendí
cortesía en casa extraña.
Mi padre siguió el pendón
contrario a la libertad
por Don Carlos de Borbón;
mi padre, con su opinión,
duerme ya en la eternidad.
Mas si creéis que en mí se encierra
un átomo de amargura,
ni un leve intento de guerra
por la Reina de la tierra
donde está su sepultura;
mi corazón si al sondar,
creéis que fermenta en él
el más ruin germen de hiel,
que me amargue al entonar
un himno real a Isabel,
habéis creído un error
y me habéis juzgado mal;
miradme desde hoy mejor;
yo soy siempre el trovador
de nuestra tierra natal.
Yo he de morir, cuando muera,
mirando de cara al sol
que alumbre nuestra bandera,
y a Dios mi oración postrera
dirigiendo en español.
Olvidad mi confidencia:
Esto que de mí os he dicho
ha sido en la inteligencia
de que, en familia, indulgencia
obtiene cualquier capricho.
De mí, pues, no es ya cuestión;
ahora de lo que se trata
es de una composición
hecha para esta ocasión;
y que es una Serenata
para ISABEL DE BORBÓN.
Serenata
editarPRELUDIO
Estro mío, que duermes, despierta y toma
las dos alas ligeras de la paloma;
si es poco, que te preste la golondrina
las dos con que ella el viento surca y domina;
si no fías en alas, con tu fe sube
donde el ángel del aire te dé una nube.
Cuando sobre ella flotes, cruza el Atlántico,
de Isabel al alcázar lleva este cántico;
llama a su puerta,
y si duerme, no importa; dila: «¡Despierta!»
Llega, y no te acobardes, ni te avizores;
a las reinas no ofenden versos, ni flores;
Isabel, aunque reina, jamás fué altiva,
y si te oye, no dudes que te reciba.
A sus plantas augustas cuando te veas,
dila en tu árabe estilo: «¡Bendita seas!
En el nombre de un bardo de quien oías
halagüeña las trovas en otros días,
vengo, Señora,
en un himno los tuyos a darte ahora.»
Y aquí, galán como eres y cortesano,
pide, para besarla, su regia mano;
besa y no te avergüences; que allá en Castilla
besar manos de damas a nadie humilla.
Luego en la arpa, en que has hecho tan largo estudio,
su atención te cautiva con un preludio;
y con tu voz más dulce, sonora y grata,
lanza al aura serena mi serenata;
canta con brío:
no imagine, si tiemblas, que no eres mío.
SERENATA
De libertad y gloria tu nombre faro,
abrió a España otro nuevo porvenir claro;
tus abuelos pagaron pecho a Mahoma;
hoy África a tus leyes su cuello doma.
Tus abuelos enviaron doquier la guerra;
tú llenas de embajadas de paz la tierra;
donde sembraron ellos odio y rencores,
para ti tal vez pronto sembrarán flores.
Reina, que creas
porvenir nuevo a España, ¡Bendita seas!
Mas perdona que en tono tan alto rompa,
tomando, en vez del arpa, la épica trompa;
yo sé que de estas playas a ti debía
ir cual trova de amores mi poesía;
que debía a tus plantas ir con mi aliento,
coronado de flores mi pensamiento;
mas cuando con tu nombre tu gloria aspiro,
mi canción no es de mi alma más que un suspiro.
Cuando la leas,
verás que sólo dice: ¡Bendita seas!
Reina, desde las playas occidentales
hacen por ti tus hijos votos leales.
Como saben, Señora, que me conoces,
han fiado a la mía todas sus voces.
En su nombre te envío mi serenata;
mas va en ella otra ofrenda mucho más grata:
engarzada en los hilos de estos renglones,
te envío una guirnalda de corazones;
cuando los veas,
leerás impreso en todos: ¡Bendita seas!
Y si aun amiga,
del poeta te acuerdas… ¡Dios te bendiga!