Album de un loco: 10

Primera parte de Album de un loco
de José Zorrilla

Los pobres

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¡Noble misión la nuestra! Premio santo
de un santo afán, nuestro cantar sonoro,
convertido mañana en pan y en oro,
irá del pobre a restañar el llanto.
Rayo del sol de la alma Providencia,
cual cercano fanal en mar oscura,
anunciará mañana a la indigencia
un momento de tregua en su amargura,
un oasis de sombra y de frescura
en el seco arenal de su existencia,
y acaso a una espirante criatura,
ya por la garra de la muerte asida,
llevará la salud, tal vez la vida.
Porque la caridad es un perfume
que, de la fe inmortal al fuego vivo,
vivo se quema, y nunca se consume,
dentro del corazón caritativo;
su aroma celestial se desparrama
sobre el alma del pobre, las mansiones
penetra del pesar, las embalsama,
y consuela los tristes corazones
que gimen en sus lóbregas regiones,
y de su fe la moribunda llama,
el átomo dormido
de su esperanza yerta,
a su soplo vivífico se inflama,
de su sopor letárgico despierta.
La caridad, cual lluvia del estío,
que la tierra sedienta
esponja y reverdece, haciendo río
el pobre manantial y el seco arroyo,
con cuyas aguas al regarse el suelo,
sus gérmenes vitales alimenta,
y las gotas que deja en cada hoyo,
fermentadas después al sol del cielo,
hacen brotar en los vecinos meses
pastos nutridos y apretadas mieses,
fecundiza en los tristes corazones
en que las gotas de sus aguas echa,
de sinceras y santas bendiciones
larga, abundante y celestial cosecha.
Mañana, pues, como fragante nube
de la mirra oriental que, desprendida
del incensario de oro, al techo sube
del templo, y por su techo repelida,
por el ambiente azul se desparrama,
y sobre el pueblo fiel su ámbar derrama,
de vuestra caridad la santa ofrenda
perfumará del pobre, que reclama
vuestro favor, la mísera vivienda.
Mañana, como lluvia descendida
de retrasada nube de verano,
caerá sobre la tumba desvalida
el generoso don de vuestra mano.
¡Bendita, pues, la gente mejicana,
que, de la guerra entre el fragor de muerte,
sobre su pueblo miserable vierte
amplio raudal de caridad cristiana!

Porque, no lo ignoráis, sería en vano
intentar con un velo de ilusiones
cubrir la realidad, en cuyo arcano
penetran con terror los corazones.
Y esa verdad, que el corazón encierra,
la luz de la conciencia la ilumina;
engendro horrible de tan larga guerra,
la miseria famélica germina
sobre la faz de vuestra hermosa tierra.
La capital sepulta en los rincones
de sus oscuros barrios, de mendigos
largas miriadas, sórdidos montones.
Allí, en su negro fondo, se consumen
en el cieno del vicio criaturas
que nacieron tal vez nobles y puras,
y a quienes hoy en la miseria sumen
las patrias desventuras.
Allí, en aquellas simas, sin testigos
lloran en el rubor y en la indigencia
familias, hoy sin pan y sin amigos,
ayer en el poder y en la opulencia.
Allí el anciano abandonado expira,
harto de los de mal años prolijos
de una existencia, que con odio mira;
allí la viuda en soledad suspira,
sin pan que dar a sus hambrientos hijos;
allí la madre, sin hogar ni lecho,
a Dios en vano desolada invoca,
porque la leche del exhausto pecho
vuelva del niño a la sedienta boca;
y allí, acosada en su tugurio estrecho,
su honor defiende la infeliz doncella
contra la seducción, que ir en acecho
siente por donde quier tras de su huella.

Vertamos ¡ay! de bálsamo una gota
en ese hediondo cáliz de amargura;
enviemos a esa sima, donde, rota
la luz en niebla lúgubre, se embota,
un rayo limpio de esperanza pura;
sembremos esa senda, en que una espina
hiere el pie a cada paso que camina,
con algunos arbustos que den flores;
alegremos ese antro de dolores
con alguna alborada matutina,
y al despertarse la ciudad mañana,
que con placer su pueblo se levante,
y a nuestra fiesta respondiendo, cante
de gratitud universal hosanna.

Porque tal es el fin de nuestra fiesta;
porque los dulces ecos,
que despertar pretende nuestra orquesta,
no están de este salón bajos los huecos,
no, sino en los recónditos rincones
de vuestros generosos corazones.
Nuestra voz es la voz de los que lloran;
es el eco del ¡ay! de la pobreza;
el eco de la voz de los que imploran
los átomos que arrojan la riqueza;
mas su voz, en cuyo eco se atesoran
mil gemidos de duelo y de tristeza,
la noble caridad, bajo su manto
al ampararla, la convierte en canto.
Mas nuestra voz no llama a los sentidos;
voz del alma inmortal, no de la boca,
no a los oídos, sino al alma, toca;
abridla el corazón, no los oídos.

A esta voz, oh vosotros, que nacidos
de alta raza en alcázar opulento,
recibisteis de Dios bienes sin cuento;
los que podéis cumplir vuestros antojos,
y tesoros guardar de oro y alhajas,
dadnos de vuestra casa los despojos,
dadnos de vuestra mesa las migajas;
dadnos, en nuestra fiesta, para el pobre
lo superfluo no más de lo que os sobre.
Vosotros, que en modesta medianía
con decoro vivís, si no con lujo,
dadnos para la fiesta de este día,
algo de los ahorros que os produjo
de vuestro honesto hogar la economía.
Vosotros, los que, a fuerza de desvelo
vivís de los productos de un trabajo
dad un céntimo al pobre, dad al cielo
de lo que el cielo a vuestra casa trajo.
Dad: el que da a los pobres, aquí, en vida,
recibe de su don la recompensa.
No es la limosna cantidad perdida;
réditos da de gratitud inmensa.
Dad, dad; superstición que va conmigo
desde mi infancia, o de los cielos alta
Providencia, creedme, yo os lo digo:
«A quien al pobre da, jamás le falta.»

A vosotros, del valle mejicano
hijas alegres, de su edén florido
blancas huríes, que la noble mano
habéis al pobre, a nuestra voz, tendido,
que a su tesoro con afán cristiano
vuestro óbolo a traer habéis venido,
yo os dejo en estos rústicos renglones,
de los pobres de Dios las bendiciones.

Y ¡ojalá que al mandato de mi acento
el Universo humilde obedeciera!
Y ¡ojalá que la esencia de mi aliento,
suave como calor de primavera,
grata como la música del viento,
la de algún genio del Oriente fuera,
para alumbrar vuestra futura huella
con la alma luz de la mejor estrella!

Y ¡ojalá que desde hoy hasta el postrero
día en que os dé calor la luz del mundo,
queden como recuerdo lisonjero,
grabados de vuestra alma en lo profundo,
los cantares del pájaro extranjero,
las trovas del poeta vagabundo,
que osa venir, sin títulos mejores,
a echar a vuestros pies versos y flores!