Album de un loco: 22

Segunda parte de Album de un loco
de José Zorrilla

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BIZANCIO
Hija de Grecia, de Roma hermana,
por patria griega, por ley romana,
Bizancio, débil hermafrodita,
un grande imperio rehabilita,
del mundo anhela ser soberana.
Renace hermosa; pero se agita
medio ortodoxa, medio pagana,
siempre dudando si es favorita
o emperadora, reina o sultana.
Bajo los techos de oro en que habita,
vive en deleites de sibarita
y se gloría de ser cristiana.
Ora en templos que cubre de excelsos domos,
y se embriaga en teatros y en hipodromos;
coronada de flores, en sus jardines
danza al son de los himnos de sus festines;
del Bósforo azulado por la ribera
sus legiones romanas tiende altanera,
y en la lengua de Roma dictando leyes,
se precia por esclavos de tener reyes.

Mas mientras canta,
tejen ellos dogales a su garganta,
y como fieras,
los bárbaros aúllan a sus fronteras.

Bizancio, absorta, sueña y dormita
sin ver sus hordas, ni oír su grita.
Bajo áureos techos y pabellones,
de seda y grana sobre almohadones,
como mimada mujer bonita,
goza y admira sus perfecciones,
y del espejo nunca se quita;
y en cortesanas adulaciones,
y en amorosas adoraciones,
huyendo todo pesar y cuita,
con halagüeñas conversaciones
la verdad agria saber evita.
En atléticos juegos gasta sin tasa,
y en circos e hipodromos el día pasa;
sobre el Bósforo manso, que ante ella ondea,
en góndolas de noche canta y pasea;
los palacios que se abren sobre sus olas
orna con gallardetes y banderolas,
y en columnas de puro mármol de Paros,
para alumbrar sus noches enciende faros,
y mientras canta,
no siente al enemigo que se adelanta,
y que hordas fieras
las provincias arrancan de sus fronteras.

Bajo sus joyas de cortesana,
tras su mirada siempre halagüeña,
tras de su boca siempre risueña,
Bizancio oculta su alma villana.
De nombre grande y alma pequeña,
celosa, ingrata, ruin e inhumana,
venenos filtra, crímenes sueña.
Vive en el miedo, como tirana,
lleva la muerte tras de su enseña;
y si favores o gloria gana,
a quien le sirve mata mañana,
vil y traidora, con una seña.
Entre eunucos infames y delatores
busca sus generales y emperadores.
Su amistad la más santa, la más estrecha,
cambia en odio la sombra de una sospecha.
Las gradas de su trono, de oro macizas,
están siempre con sangre resbaladizas;
jamás sube, ni baja nadie por ellas,
sino dejando sangre tras de sus huellas;
y mientras, loca,
sus mil conspiraciones fragua y sofoca,
como panteras,
los bárbaros avanzan por sus fronteras.

Ceremoniosa, pueril y vana,
intrigas teje, chismes devana…
con sus casuístas enredadores,
de pequeñeces disputa insana;
presa de espías y delatores,
por mil quimeras tiembla y se afana;
contra sus pocos sostenedores,
hijos leales y servidores,
miel venenosa su lengua mana;
y por tres bandos desgarradores,
que se asesinan por tres colores,
deja la guerra rugir cercana.
Primera corruptura del cristianismo,
su fe, de controversias es un abismo,
y pérfida y astuta, no diplomática,
ni es fiel, ni es ortodoxa, sino cismática.
De sus triunfos con oro compra las glorias,
vergonzosos tratados son sus victorias,
pronta a volver bajezas sus arrogancias,
son su fe y su política las circunstancias.

No es, pues, extraño
que un jirón de su imperio pierda cada año,
ni que banderas
enemigas avancen por sus fronteras.

Tal fué Bizancio; desde su cuna
dar vida a monstruos fué su destino;
no hay en sus fastos época alguna
sin un verdugo, o un asesino.
¡Tal vez la impuso tan ruin fortuna
el parricidio de Constantino!
La envolvieron en cismas magos y teólogos,
la vendieron los Láscaris y los Paleólogos.
De sus templos cristianos las aras castas
profanaron los ciegos iconoclastas,
y cuando ante los turcos se vió indefensa,
amparo pidió a Roma, tras tanta ofensa.

Ella, en infaustas luchas civiles,
bebió la sangre de sus entrañas;
sus glorias fueron juegos pueriles,
y en sus empresas y sus campañas
la abandonaron sus hijos viles,
la defendieron gentes extrañas;
los multíplices códigos de Justiniano,
la astucia y las traiciones de los Commenos,
no impidieron que en ella pusieran mano
búlgaros, indos, persas y sarracenos;
y el genovés, el turco y el veneciano
se partieron sus aguas y sus terrenos.
Vivió sin gloria,
y sucumbió dejando mala memoria.
¡No sin misterio
las crónicas la llaman el bajo imperio!

Tal es la historia de Bizancio; y creo
que no habrá humanitario que, en conciencia,
pueda probar, con el mejor deseo,
que haya sido un gimnasio ni un liceo
que haga honor a la humana inteligencia;
y por más que los sesos se taladre
en discurrir y husmear cuanto le cuadre
para excusar tal banda de asesinos,
si eran hijos de Dios los bizantinos,
no hicieron, en verdad, honra a su padre.