Album de un loco: 28

Segunda parte de Album de un loco
de José Zorrilla

La inteligencia

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LA LENGUA ÁRABE

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El árabe no tiene letras nasales,
ni sonidos confusos, dobles u hondos;
de sus vocales
da los sones plateados, puros, redondos,
y sus letras silbantes y guturales
salen tan dulcemente de su garganta,
de su lengua y sus labios brotan tan suaves,
que a intervalos parece que el que habla canta,
pues el son que, armonioso, su voz levanta
pía, gorjea y trina como las aves.
La lengua árabe tiene modulaciones
mil, tan incomparables en armonía,
que, al tiempo que cautivan sus narraciones
la fantasía
con sus vivas pinturas y descripciones,
para oír de sus frases la melodía
atraen a los oídos los corazones.

Su lengua es una lengua tan armoniosa
como el son de las olas del mar en calma
como el que hacen la abeja, la mariposa
y el colibrí al posarse sobre la rosa,
y, abanico del aire, la undosa palma;
y en verso y prosa,
encanta los oídos y arrulla el alma.
Su verso es como prosa, fácil, sencillo,
eufónico, flexible, sin elisiones
gira, ondula, se cruza, rueda y se enlaza,
como un hilo de seda sobre su ovillo,
en miles hemistiquios se despedaza,
y al volver caprichoso sobre sí mismo,
no se entorpece nunca, ni se embaraza
su mecanismo,
que va sin pena
brotando, y sin perderse circula y suena
como en torno del árbol un pajarillo,
cual su mansa corriente sobre la arena
desarrolla un sonante manantialillo;
y sin fuerza de rudas trasposiciones,
revuelve su palabra clara y serena,
cual revuelve sobre uno y sobre otro anillo
sus varios eslabones
una cadena.
Las estrofas galanas
de sus canciones,
que salpican doquiera mil africanas,
monosílabas, rápidas exclamaciones,
que animan pintorescas comparaciones,
que esmaltan expresiones
e imágenes chispeantes de gracia y brillo
cortan doquier las múltiples repeticiones
de un estribillo.
Su prosa es como verso, doquier cortada
por rítmicos apoyos y desinencia,
hace girar su frase, doquier sembrada
de ricas consonancias y de cadencias,
que a su curso flexible no estorban nada;
antes hacen que ruede más armoniosa,
sin dejar que esta frase dulce, rimada
y acompasada,
conciban los oídos si es verso o prosa;
porque el son de seta lengua bien pronunciada
se oye tan cadencioso, sonoro y terso,
que parece, de ritmo siempre cargada,
poesía su prosa bien acentuada,
y melódica prosa su fácil verso.

Mas basta de arabescos y poesía;
cortemos digresiones; cuestión más seria
abordemos; toquemos mejor materia,
que no estribe en lujosa palabrería
y en vagaroso y fútil orientalismo,
que es como flor de invierno, que dura un día;
que por sí mismo
de solidez carece; su idealismo,
que se apoya en la magia y el empirismo,
no tiene en sí más mérito, que el mecanismo,
cual filigrana frágil de orfebrería.

Como raza a su imagen por Dios creada,
como familia de hombres inteligente,
a la tierra, a la vida civilizada,
¿qué dió el Oriente?
Traigamos a revista la árabe gente.

Hijo de Abraham el árabe, desheredado,
al llevar al desierto su descendencia,
no renunció a la estirpe que le había dado
el ser, la fe y el nombre, sino la herencia;
porque los desterrados israelitas
son hijos de las tribus ismaelitas;
tienen el mismo origen, la misma historia;
copia son unos de otros sus libros santos,
tienen los mismos cuentos, los mismo cantos;
habitaron un tiempo la misma tierra;
en la misma ascendencia fundan su gloria,
y aquel a quien su ingrata patria destierra,
siempre de ella en el alma guarda memoria.
Así que el agareno llevó al desierto,
con sus audaces hijos desheredados,
el amor de la patria, que nunca ha muerto,
y el odio a sus hermanos privilegiados,
por Abraham preferidos,
y en los lares paternos instituídos.
Pero jamás pudieron tiempo, distancia,
odio infame de raza, venganza y guerra,
borrarles el recuerdo de que en su infancia
los crió el mismo padre, la misma tierra.
Los hebreos en todos los cataclismos,
con que la atroz venganza de otras naciones
hondos abismos
abrió a sus desdichadas generaciones,
y a impelidos por ellas, ya por sí mismos,
hicieron en el Yemen emigraciones;
y a familias de errantes, pobres cristianos,
que huían de la furia de los romanos,
acogieron mil veces los imiaritas,
y protección hallaron en los hiranos
ismaelitas.
Así de las tres razas las existencias
se confundieron,
y así en Arabia juntas se difundieron
sus tres creencias.
Sus mixtas tradiciones son el venero
del cual brota la historia del mundo entero.
Hoy de los patriarcas y los profetas,
con quienes Dios hablaba desde una nube,
y de los inspirados reyes poetas
en los libros sagrados, fuerza es que incube
sus gérmenes la historia; pues son las vetas
del manantial más claro, do más completas
sus primeras noticias a beber sube.

El árabe, habitante de los lugares
do Salomón, Job, Esdras y Jeremías
cantaron sus amores y sus pesares,
conserva en sus leyendas hasta estos días,
bajo orientales formas desfiguradas
con mil supersticiones e idolatrías,
sus historias, que damos como sagradas;
y en su Eucologio reza cien salmodías,
sobre textos hebreos por él forjadas,
comunes con las nuestras y las judías;
y son, como los suyos, nuestros cantares,
y hermanas de las nuestras sus profecías.

El árabe en sus preces particulares,
de su tienda en la estrecha sombría estancia
o a sombra de los fardos de sus camellos,
recita, aunque estropeados, los salmos bellos
que aprendemos nosotros en nuestra infancia.
Los hebreos, los árabes y los cristianos,
que en una misma fuente la fe bebimos,
hijos de primitivos pueblos hermanos,
las palabras sagradas guardamos de ellos.
Recuerdos que no apagan tiempo y distancia,
del alba de la vida son los destellos,
de las flores del alma son la fragancia;
cuya luz admiramos mientras vivimos,
de las que respiramos la suave esencia;
porque son las primeras frases que oímos,
porque son las plegarias con que morimos
al salir por las puertas de la existencia;
porque en la sinagoga y en la mezquita,
como en el templo santo,
con poca diferencia,
en las horas extremas su letra o canto
la vida y la esperanza nos da o nos quita,
al venir a la vida e irnos del mundo;
porque el imán y el párroco, como el levita,
al ser recién nacido y al moribundo
se los recita.

Pero de Agar los hijos, cuando partieron
con los hijos de Sara la patria tierra,
cuando nación distinta formando, fueron
haciendo a sus hermanos impía guerra,
privados de los sabios legisladores
y los santos profetas, conservadores
de su fe y tradiciones, que a Israel dieron
una creencia firme, y en las mayores
catástrofes en ella se mantuvieron
de su fe las primeras
puras nociones
viciaron extranjeras
supersticiones.
La Arabia de la Persia, la Palestina
y los pueblos hebreos más primitivos,
del Egipto y la Siria siempre vecina,
en creencias, costumbres, lengua y doctrina
cien recuerdos de todos hizo adoptivos,
y con algo de todas las religiones
amalgamó más tarde sus narraciones
y creó su carácter y poesía.
Los agarenos fueron de día en día
perdiendo las memorias y narraciones
de su origen hebreo; sus corazones
invadió poco a poco la idolatría,
separando hondamente las dos naciones.
Pero el árabe de ambas se cree el primero;
y de su noble raza da por seguro
que el primitivo germen guarda más puro,
y de su fe el espíritu más verdadero.