Album de un loco: 30

Segunda parte de Album de un loco
de José Zorrilla

La inteligencia

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EL KORÁN

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El libro de Korán, que nada encierra
original, que nada por sí mismo
creó, halagando sólo las pasiones,
ganó pronto de Oriente las naciones.
El Korán es un libro dislocado,
sin principio ni fin, sin plan alguno;
atribuído a Dios, pero plagiado
sin gusto, ni orden, ni pudor alguno,
de auténticos y apócrifos escritos,
que dan otras creencias por benditos.
El Korán conservó mil tradiciones
de la Persia, la India y la Judea;
y aunque desfiguró sus narraciones,
y las embelleció con las ficciones
y las galas poéticas que emplea,
se ve, sin ningún género de duda,
que fué en el texto de la Biblia hebrea,
y en los libros también de Bracma y Budha,
a recoger su primitiva idea.
El Korán es un libro mentiroso,
escrito por un loco presuntuoso,
que zanjar pretendiendo por sí mismo
las más arduas cuestiones,
en lugar de aclararlas con razones,
las encamina, torpe o vanidoso,
hacia las más absurdas conclusiones;
o las corta, imperioso,
con almo inapelable despotismo;
y sentado que todo está marcado
por un inevitable fatalismo,
dice al morir, al pueblo que ha engañado.
«Ésta es la religión del islamismo;
éste el código que Dios me ha enviado;
tómale, es infalible y es sagrado;
no hay más luz que el Korán; con él te quedas
libre y feliz en el terreno suelo;
yo, profeta de Dios, me voy al cielo;
compónte con mi libro como puedas.»

El Korán es un libro de brillantes
y de absurdos capítulos compuesto,
escrito para pueblos ignorantes;
a pedazos moral o deshonesto,
poético sublime o indigesto,
Mahoma y su Korán son un conjunto
de virtudes y vicios, de bellezas
y defectos, de máximas morales
y de preceptos torpes y brutales;
de rapiña, de sangre, de venganza,
de generosidad y de vileza,
de ciego fatalismo y de esperanza;
Mahoma y su Korán a cada punto
nos dan, con su moral y su torpeza,
de admiración y vituperio asunto.

El Korán está escrito en el dialecto
árabe más castizo y más correcto;
y éste es el solo título que tiene
para aspirar a que la Arabia crea
que le hizo Dios y que del cielo viene.
Mahoma, en su Korán y en su existencia
tiene una sola idea inteligente,
digna de un racional y de un creyente,
que es la unidad de Dios, cuya evidencia,
la fe al cambiar de la agarena gente,
trayéndola unidad y consistencia,
modificó, regeneró la esencia
de los pueblos idólatras de Oriente.
Fuera de esta verdad grande y suprema,
en todo lo demás miente o blasfema.

Fe sin misterios, culto sin oficios
pomposos, religión sin sacrificios,
vedó, por destruir la idolatría,
toda arte liberal, y en todas partes
donde se estableció, destruyó, impía,
los nobles monumentos de las artes.
No admitiendo más leyes, ni más ciencia
que el Korán, sobre el cual las discusiones
y dudas prohibió, con su creencia
entenebró la luz de las razones;
por inútiles dió libros y escritos,
y condenó dibujos e impresiones
como abortos del Baratro malditos;
en el Korán la imprenta y la pintura
son de condenación vía segura.

El Korán en versículos, muy bellos
alguna vez, según de lo que tratan,
promete el paraíso a los que matan
más enemigos, los que en lid con ellos
mueren, mártires son; les arrebatan
los ángeles de alah por los cabellos,
y les llevan a un cielo de placeres
eróticos, sensuales y bucólicos;
donde los justos, materiales seres,
se hartan comiendo sin temor a cólicos,
y gozan de millones de mujeres;
esto es, reduce la mansión divina
a un grande lupanar, con gran cocina.
¿Cuál es la llave de este edén? La espada.
La ciencia del Korán es ser creyente;
la lid, la sola ocupación honrada;
la más alta virtud, el ser valiente.
O creer o morir; predestinada
el alma, discurrir no importa nada;
pelear nada más es lo preciso
para entrar de Mahoma al paraíso.

Quiere decir, hablando francamente,
que la fe del Korán, así basada,
deja a la raza humana destinada
bestia de lid a ser, no inteligente.

Tales, pues, el Korán; tal es, en suma
el código civil y religioso,
cuyo texto divino y misterioso
envió Dios, todo escrito de su pluma,
al último y mayor de los profetas;
tal es el libro cuyo encomio hacemos
nosotros los poetas,
que en general su texto no entendemos;
pero que no dudamos por divino
en declarar a faz del universo
el más desaforado desatino,
con tal que escrito nos le den en verso.
Los que, cual Gíbbon, Hume y Espinosa,
declaran el Korán mahometano
mejor que el Evangelio del cristiano,
prueban, a mi entender, sólo una cosa
de estas dos: o que nunca le han leído,
o que, más impostores que Mahoma,
se burlan de su pueblo no instruído
con una impía y protestante broma.

Tal es el libro que a Mahoma trajo
el arcángel Gabriel del firmamento
hoja por hoja; cuyos mil pasajes
le hicieron, en perpetuo movimiento,
gastar sus alas en perpetuos viajes,
corriendo sin cesar de arriba abajo;
y en cuyo santo, pero ruin trabajo,
pescó más de un catarro por el viento.
Así que, al dar por él su último giro,
se tendió del Edén en una loma,
y al dormirse, exclamó, dando un suspiro:
«¡Gracias a Dios que reventó Mahoma!»

He aquí la fe con que el salvaje Oriente
sobre el mundo cristiano
cayó, desolador como un torrente,
la civilización en él naciente
cejar haciendo con sangrienta mano.
Mientras del Occidente la existencia
llevaba hacia la luz el cristianismo,
inspirando la fe, la independencia,
la igualdad, la justicia, el heroísmo,
basados en virtudes cuya esencia
era la caridad; mientras la ciencia,
desarrollando, como en nueva infancia,
las artes, la razón, la tolerancia,
hacia el conocimiento de sí mismo
al cristiano impulsaba, y la conciencia
de su alta dignidad dándole al cabo,
le elevaba de bárbaro y esclavo
a libre y ciudadano; el islamismo
oponía con bárbara arrogancia,
de la cristiana luz a la influencia,
la esclavitud, la infamia, el despotismo,
toda la lobreguez de la ignorancia
y la ferocidad del fanatismo.
Mientras el cristianismo emancipaba
la sociedad de trabas vergonzosas;
mientras la cruz ciudades populosas
y prodigios artísticos creaba,
predicando la paz sobre la tierra,
la asolaba el Islam, fe de la guerra.
Mientras el noble cristianismo daba
a la mujer, de madre y de señora
la dignidad, con que su honor decora,
Mahoma, que con su alma no contaba,
en el infame harén la hacía esclava.
Las civilizaciones
de todas las naciones
dejaron tras su huella
alguna sombra en que la luz destella,
algún buen rastro donde el genio asoma;
Arabia, virgen primitiva y bella,
¿qué es lo que debe al impostor Mahoma?
Su civilización ¿en qué descuella?
Su religión feroz ¿qué es lo que avanza?
¿Qué porvenir dió a Oriente? ¿Qué esperanza?
De sus pueblos, tan pronto reunidos
al pie de sus pendones,
¿qué hizo Mahoma? –Un pueblo de bandidos,
un ejército inmenso de ladrones,
por quien vió sus caminos obstruídos
la civilización de las naciones.
Sin gobiernos, sin ciencias, sin cultura,
sin comercio, y sin artes, la ventura
del árabe salvaje está cifrada
en una libertad acorralada
de sus desiertos en la yerma anchura;
y en su ignorancia oscura,
resignado al tiránico dominio
de un sultán o de un bey, opuesto a todo
progreso, a toda innovación trazada
por el tiempo, vive hoy del mismo modo
y en el atraso mismo
que doce siglos ha; no debe nada
la civilización al islamismo;
en el libro del tiempo no figura
más que como una mancha ensangrentada;
cubre de sangre un mar su edad pasada,
sangrienta lobreguez su edad futura.

He aquí del islam a la creencia
lo que debe la humana inteligencia.

Me hablarán de Damasco,
de los Abd-er-rahmanes cordobeses
y de Aarún-ar-Raschid. –¡Breve chubasco,
que brotar hizo musgo, mas no mieses!
Cultura, ilustración de fantasías,
filosofía, historia, astronomía,
plagiadas, estropeadas e incompletas;
como el Korán, en suma, casi nada.
Su civilización es poesía
de las mil y una noches; depurada
la realidad, sus ciencias hoy en día,
a la luz del análisis sujetas,
nos deslumbran no más a los poetas.