Album de un loco: 38
La inteligencia
editarXXV
editarLA EDUCACIÓN
Como el hombre los pueblos en su infancia
crecen en la barbarie y la ignorancia,
y en él y en ellos la razón no asoma,
y no se civiliza su existencia,
mientras la educación su inteligencia
no despierta, o la fuerza no les doma.
Todos nacemos hoscos, berrinchudos
y con mala intención; todos traemos
instintos destructores y sañudos,
que desde que nacemos demostramos;
en cuanto mano o pie mover podemos,
si un pájaro nos dan, le desplumamos;
si atrapamos un trasto, le rompemos;
y a nuestras propias madres arañamos,
si pronto no nos dan lo que queremos,
hasta que al fin, o apuros mojicones,
o a fuerza de quebrarnos los antojos,
nos meten en la cholla las razones,
a la razón abriéndonos los ojos.
Si nuestro buen papá desde chiquillos
nos deja en libertad, no nos corrige,
por los principios rectos y sencillos
de la alma religión no nos dirige;
si descuidado, en fin, no nos educa,
¿qué paramos en ser? Tontos o pillos.
Muchachos, en perversas compañías
aprendemos del vicio los caminos;
juzga luego que son gracia muy cuca
nuestra audaz juventud las fechorías
que ponen en alarma a los vecinos;
vicios pasan a ser los desatinos
juveniles, y al crimen hay un paso,
desde el vicio, no más; en nuestros días
de ocio le damos sin sentirlo acaso,
la sociedad nos cierra sus hogares;
nuestro padre, abrevado de pesares,
del hijo infame que engendró reniega,
y nos maldice en su vejez caduca;
al fin, del crimen el castigo llega;
en nuestro mal camino, en un mal día,
nos pesca en mal lugar un policía;
ante un juez de bastón y de peluca
nos enreda un proceso un escribano;
y si algún abogado, por dinero,
al juez y al escribano no embaúca,
para escarmiento del linaje humano,
en presencia del vulgo novelero,
el verdugo en la plaza nos desnuca.
Es la historia del hombre no educado
que vive en un país civilizado.
La mala educación es el vestíbulo
por donde entra al alcázar de la vida
el que de ella, en su tumba, a la salida,
salta desde el tablado de un patíbulo,
Y así un pueblo salvaje nace, crece,
y si no logra educación, perece.
Crece en la desnudez bajo el gobierno
del más fuerte; si llega numeroso
en tierra escasa a ser, desde lo interno
del bosque, valle o monte donde habita,
en armado turbión se precipita
sobre el vecino territorio externo;
y si sale en su empresa victorioso,
nombre, terreno y libertad le quita;
si con fortuna a la invasión se arroja,
por poco que este triunfo se repita,
con lo de que a los débiles despoja
se llega a hacer un pueblo poderoso.
Poderoso una vez, funda su gloria
en ser conquistador, en ser guerrero,
de grandes hechos en dejar memoria;
siente la sed del oro, ase el acero,
y da principio a su sangrienta historia.
Germinan las humanas ambiciones
en su seno; sus grandes capitanes
el poder se disputan en facciones;
y a fuerza de peleas y desmanes,
de fraguar y de ahogar conspiraciones,
engaña alguno a todos con ingenio,
o los vence a la fuerza y se entroniza,
y ese es un hombre grande, ese es un genio;
da a su antojo la ley, manda, dispone;
la ley de su ambición advenediza
con hechos consumados autoriza,
y a su nación su voluntad impone;
mas, preparado siempre a la pelea,
lo primero que crea
es una fuerza militar, que arguya
con la fuerza en pro suya
cuando su ley menospreciada sea.
Si es un genio en verdad, que entra en la liza
porque el bien de su patria se propone,
el curso de la ley regulariza,
una administración sistematiza,
reúne entorno suyo cuanta gente
encuentra racional e inteligente,
y a la fuerza a la plebe civiliza.
Si es un brutal soldado, que no tiene
más que la fuerza bruta que le abone,
al pueblo que le sufre tiraniza,
mientras otro, a su vez, tras él no viene,
que con maña o con fuerza le destrone;
quien, cuando a su poder se sobrepone,
la paz entabla o la discordia atiza.
así hasta la más noble inteligencia,
si un día del poder las riendas ase,
de su fe, su razón y su existencia
tiene a la fuerza que poner por base:
porque el hombre doquier, por ser valiente,
se olvida de que nace inteligente.
Y no tiene otra historia ni otro origen
la civilización del universo,
y tales son las leyes que la rigen.
De hombres y pueblos natural carcoma,
el mal instinto o bárbaro o perverso,
la fuerza sólo dulcifica y doma.
A fuerza de trompazos se instituyen
el orden y la paz; las sociedades
tras una y otra lid se constituyen;
y por entre estas mil barbaridades,
que nada en pro de la razón arguyen,
la vergonzante inteligencia asoma;
y así fueron Egipto, Grecia y Roma,
gloria a un tiempo y baldón de las edades.
¡Triste necesidad! ¡Dar a la tierra
siempre la paz por medio de la guerra!