Album de un loco: 29
La inteligencia
editarXIV
editarMAHOMA
editarLos cristianos en sectas y en herejías
partidos aguardaban un Paracleto,
los hebreos fiaban en un Mesías,
las demás religiones, sin fe, en secreto
continuaban sus ciegas idolatrías;
y en toda fe las almas de Oriente frías,
de Grecia, Egipto, Persia, Judea y Roma,
estaban ya del tiempo por la carcoma
roídas las añejas mitologías.
He aquí que en la Meka por estos días,
reformador profeta, nació Mahoma.
Destinado al comercio desde la infancia,
de Siria, Egipto y Persia por las regiones
viajó, de sus hogares a gran distancia;
y en las ricas ciudades de otras naciones
más cultas que la suya, donde hizo estancia,
observó las costumbres y religiones,
y aclaró las tinieblas de su ignorancia.
Del culto de los magos tomó nociones,
de las leyes judaicas y el sabeísmo;
y un monje nestoriano, que en el misterio
le hospedó de los claustros de un monasterio,
le inició en las creencias del cristianismo.
Mahoma juzgó que era la hora propicia
para extirpar el árabe politeísmo,
y pensó de los dioses hacer justicia,
y una fe fundar única, y con pericia
Mahoma, sin fiarse más que en sí mismo,
preparó las semillas del islamismo.
Mahoma, ni ignorante, ni gran talento,
concibió que era estúpida la idolatría,
y un Dios solo admitiendo su pensamiento,
una creencia sola resolvió un día
predicar a la Arabia, su fundamento
basando en la cristiana y en la judía.
Mahoma era de noble y antigua raza;
tenía hermoso rostro, gentil presencia
y ojos de luz; hablaba con elocuencia
y en los lances más arduos siempre halló traza
para sacarle airoso su inteligencia.
No porque él fuera un genio claro y brillante;
porque era más su pueblo, que él, ignorante.
Cual todos los que intentan una reforma,
empezó a las costumbres de su existencia
la virtud más austera dando por norma,
e hizo que le tuvieran sus semejantes
de las virtudes árabes por vivo ejemplo,
que ver pasar teniendo quince años antes
de tener una cátedra, ni alzar un templo.
En ellos, firme ejemplo de fe y constancia,
copiando los preceptos del cristianismo,
fe caridad, justicia, paz, tolerancia,
anunció como bases del islamismo.
Cien veces tentó el vado y en planta quiso
poner su dogma nuevo; ciento se puso
ante el pueblo, afectando saber infuso,
profeta del Dios único, su paraíso
prometiendo, mas ciento le fué preciso
callar ante la befa del pueblo iluso.
Mahoma, mercader y algo poeta,
como oriental, soñó desde la cuna
con ser reformador, rey y profeta;
y de su sueño, en época oportuna,
a la feliz realización completa
se encargó de llevarle la fortuna.
A no haberse engañado él el primero,
fuera sólo un audaz titiritero;
que hizo bien su papel sin gran trabajo,
porque lo hizo ante un público grosero.
Mahoma a su creencia no se atrajo
la población de la mitad del mundo,
ni por un gran talento diplomático,
ni por medio de un plan sabio y profundo,
combinación de un genio; fué un maniático,
que, encastillado siempre en su manía,
por engañarse comenzó a sí mismo,
a, al fin, de sus delirios al abismo
y su engañado pueblo arrastró un día.
Tras una juventud en continencia
y en virtud casi ascética pasada,
después de predicar una creencia
en la justicia y la equidad basada,
santificó el placer y la violencia,
se declaró el profeta de la espada;
y volviendo su fe en sentido inverso,
planteó una religión imaginada
para inundar de sangre al universo;
y cuando a juicio Dios llamarle quiso,
murió de una mujer en el regazo,
anunciando que se iba al paraíso,
del que Alá le guardaba un buen pedazo.
Murió, pues, en la calma más completa,
creyendo que los seres celestiales
le iban a recibir, como a un profeta
verdadero, con trompas y timbales;
mas con menor motivo nadie acaso
el don se atribuyó de profecía,
pues jamás de profeta en su existencia
acertó a dar un paso
del cual su razón fría
supiera calcular la consecuencia
que debía traerle al otro día.
Así que, los capítulos y estancias
de su Korán imponen sus preceptos,
según la situación y circunstancias
en que se hallaban él y sus adeptos;
y cuando el de hoy veía
con el de ayer contradictorio, hacía
descender a Gabriel del paraíso,
quien de parte de Dios le prevenía
que mudar de opinión era preciso;
y siempre que en apuro se encontraba,
Gabriel su error a subsanar bajaba.
De modo que este arcángel, empleado
en subir y bajar del firmamento
mientras vivió Mahoma, hizo acostado
de sus volidos la difícil suma,
porque tuvo, tras tanto movimiento,
que poner a sus alas nueva pluma.
Y ¿sabéis cuáles eran los mensajes
con los que de Mahoma al aposento
hizo Gabriel tan repetidos viajes?
Perdió una acción, su gente fué vencida;
al otro día Dios le envió un capítulo,
en el cual le avisaba que esta huída
para su pueblo fiel no era una nota
de infamia o cobardía, sino un título
nuevo de nueva gloria; su derrota,
su fe para probar fué permitida.
Mahoma predicó la continencia,
como virtud; mas todo menos pura
fué en sus últimos años su existencia.
Tuvo quince mujeres e infinitas
concubinas y esclavas favoritas;
mas Gabriel, del Korán trajo una sura,
en que permite Dios la poligamia;
y dijo con la calma más segura
que la prostitución no era una infamia,
que a la mujer para eso dió hermosura.
Aixa fué la mujer a quien más quiso,
y Aixa le hizo una noche un gatuperio;
el pueblo murmuró; mas él, celoso
de su honra, hizo bajar del paraíso
una sura, que el caso sospechoso
de Aixa notificó que era un misterio;
que Aixa era inmaculada, y que el que osado
dudara de ello, estaba condenado.
¡Arbitrio celestial, sacro expediente,
de tal chichón para librar su frente!
Apóstol del placer y de la guerra,
Mahoma, al instalar el islamismo,
halló en su derredor débil la tierra,
y la invadió voraz su fanatismo.