Album de un loco: 35

Segunda parte de Album de un loco
de José Zorrilla

La inteligencia

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Europa, en cien estados dividida,
su civilización aun no basada
en fundamentos sólidos, su vida
veía en su niñez amenazada
por la ambición des sus inquietos reyes
y la impotencia de viciosas leyes;
sus mal partidas y feudales tierras
palenque siendo de perpetuas guerras.
A la voz de un pontífice obedientes,
como al poder de irresistible encanto,
de aquellos mil principios disolventes
se amasaron los gérmenes nacientes
en un solo principio grande, santo:
LA FE. –Bajo esta enseña el cristianismo
envió a Oriente sus reyes ambiciosos
y sus fieros varones revoltosos,
una valla a oponer al islamismo.

Era una inmensa multitud cristiana,
que iba, de ciega fe en un desvarío,
de sangre humana a derramar un río;
pero en esta fanática, guerrera
y sanguinaria multitud, armada
con la cruz y la espada,
reunida se vió por vez primera,
y por primera vez se halló igualada
con el pueblo vasallo, la nobleza,
con la miseria hambrienta, la riqueza,
con el siervo, la testa coronada;
y por primera vez se contemplaron
cien diferentes razas como iguales
a una luz a la cual no se habían visto;
y por la vez primera se encontraron
atadas con los lazos fraternales
de la ley liberal de Jesucristo,
en cuyo santo nombre se juntaron.

Los que ansia de oro o de pendencias,
sin fe al Oriente su valor llevaron,
logrado o no su afán, allá quedaron;
los que con fe y en busca de indulgencias
a Palestina fueron,
promesas por cumplir o penitencias,
con pensamientos de virtud volvieron;
y los pueblos ganaron
con perder los que en Siria se perdieron
y con recuperar los que tornaron,
pues los pueblos cristianos, sin las trabas
de la dominación del feudalismo,
a las razas del pueblo, hasta allí esclavas,
dieron la libertad del cristianismo,
y en ausencia de dueños y tiranos,
llegaron a ser hombres los villanos;
y adquiriendo en por suyo inmunidades
y franquicias los pueblos y ciudades,
a los hombres en ellas moradores
vinieron a hallar hechos ciudadanos,
al volver del Oriente, sus señores.
Triunfó y volvió la audaz caballería;
nutrida, empero, en grandes pensamientos
de nobleza, de gloria, de hidalguía
y de equidad cristiana, con alientos
quijotescos tal vez, pero con sana
rectitud, reunió los elementos
dispersos del poder de la justicia,
y en la insegura sociedad cristiana
atajó del perverso la malicia.

Las naciones marítimas, abiertos
de amistad y comercio con tratados,
cien remotos estados,
enviaron sus bajeles a sus puertos;
y según sus empresas extendía
la marina europea, la mar brava
señoreando audaz, acrecentaba
su perfección conforme a su osadía;
y como algo se aprende en tierra extraña
siempre, y algo se trae de largos viajes,
de allá al volver el labrador cristiano,
trajo a Italia el azúcar en su caña;
con el rico barón, con el rey vano,
para el lujo oriental de adorno y trajes,
vino a las playas que el terreno baña,
de la seda en capullos el gusano;
vino a la mesa la excitante especia
y el azafrán, que aroma los manjares,
y el vidrio (que después labró) a Venecia.
Los caballeros y héroes latinos,
tornados a su vuelta en peregrinos,
trajeron de la india y de la Grecia,
de Persa y Palestina
yerbas, que utilizó la medicina,
y átomos de saber, que como herencia
de las cruzadas recibió la ciencia.
La Europa peregrina
mejoró de sus flores y sus frutas
las familias de injertos,
y de sus bestias con las razas brutas
mezcló las bellas de orientales climas,
y de frutos inciertos
y escasos en lugar, hizo a sus tierras,
libres de la rapiña de las guerras,
cosechas producir amplias y opimas.
La vista de los restos colosales
del arte persa, egipcio, índico y griego,
la suntuosa erección inspiró luego
de nuestras gigantescas catedrales.
Cuando después, calmado el entusiasmo
de la fe descarriada y del sañudo
guerrero ardor, la inteligencia pudo
examinar la realidad, con pasmo
la abarcó y con terror el pensamiento;
cuando luego el progreso y movimiento
social e intelectual a las creencias
un impulso imprimieron menos rudo,
sintieron la razón y las conciencias
vergüenza, humillación, remordimiento;
cediendo a los terrores y exigencias
del arrepentimiento
por las atrocidades y violencias
con que se deshonraron las cruzadas,
creó el remordimiento penitencias,
con promesas espléndidas selladas.
De estas expiaciones
vienen, con fe mejor, las fundaciones
religiosas, dotadas con herencias
de terrenos y rentas de millones.
De ellas vienen mil templos, panteones
de arrepentidos regios criminales,
cuyas malas acciones
doran los monumentos colosales
de esos gigantes nichos sepulcrales,
donde creyeron reposar tranquilos.
De ellos vienen mil santos hospitales,
mil hospicios benéficos, asilos
de la orfandad y la miseria; males
de que no librarán a los mortales
leyes, ni instituciones,
porque son excrecencias naturales,
moho y exudaciones
que roen los terrenos corazones.

He aquí cómo, por raras consecuencias,
legaron a la Europa las cruzadas
(empresas locas, por la fe empeñadas)
artes, comercio, industria, gloria y ciencias;
he aquí cómo la cruz, a sus desiertos
rechazando a los turcos y a los moros,
abrió al comercio universal sus puertos,
y la sembró de artísticos tesoros,
de riquezas sin par monumentales
y de nuevas semillas liberales.
He aquí cómo, por fín, aquella tropa
de fieros o de ilusos peregrinos,
que abrió lagos de sangre en los caminos
y campos de batalla palestinos,
al poder de la fe, salvó a la Europa.

He aquí cómo de aquellos extravíos
de fanática fe, que produjeron
luchas sangrientas, crímenes impíos,
que al mundo de terror estremecieron,
de aquel ciego y salvaje fanatismo
supo sacar ventajas verdaderas,
sólidas, duraderas,
para los pueblos de hoy el cristianismo;
pues, si todo la guerra lo destruye,
todo mejor la fe lo reconstruye.

Porque tal es la religión cristiana,
que en vida, luz y juventud convierte
hasta los mismos gérmenes de muerte
que siembra tras de sí la raza humana.
Porque Dios es la ciencia;
Dios es la luz, la fe, la inteligencia;
es cuanto emana de Él, como Él, eterno,
y el árbol de su fe jamás se pierde:
se marchita su flor algún invierno,
pero al siguiente Abril retoña verde.