Granada. Poema oriental: 39
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editarMás pálida que el mármol de la fuente
Donde apoya su brazo nacarino,
Más triste que la voz con que doliente
Grime en la costa el pájaro marino
Cuando cercano el temporal presiente,
En la ancha pila del jardín vecino
Contemplaba Moraima silenciosa
La triste imágen de su faz llorosa.
Suelto el cabello, que á merced del viento
Por los desnudos hombros ondulaba,
En el agua, al reflejo amarillento
De una lámpara de oro, se miraba.
Su cuerpo sin acción, sin movimiento
Sus enclavados ojos, semejaba
Su blanca y melancólica figura
Añadida á la fuente una escultura.
A la luz que su lámpara destella,
Su rostro con asombro contemplaron
Aixa y Kaleb, y con callada huella
A la infeliz Moraima se acercaron
Solícitos: mas ¡ay! inmóbil ella,
Ni les vió ni sintió cuando llegaron:
«Duerme, dijo Aixa que tenaz la mira:
—No duerme, dijo el Árabe: delira.»
Delirando, Moraima el ojo atento
De la taza de mármol no quitaba,
La imagen de su rostro macilento
Contemplando que el agua reflejaba;
Y al fin, con un suspiro y con acento
Cuya tristeza el alma traspasaba.
Con el mirar en ella siempre fijo.
Así á su imágen transparente dijo:
«¿Quién eres tú que pálida me miras
»Debajo de la trémula corriente?
»¿Quién eres tú que como yo suspiras
»Con triste faz y en ademán doliente?
»¿Eres algún espíritu que giras
»Por los senos del agua transparente,
»En pós del bien á quien perdido lloras,
»Y en el lugar en que se oculta ignoras?
»¡ Ay! no le busques, sombra enamorada:
»No te fatigues más, alma perdida.
»Vete, sombra: ya amor no hay en Granada:
»Alma, vete: en Granada ya no hay vida.
»Mira: yo estoy también abandonada
»Como tú, y en el alma estoy herida:
»¡Ay! yo busco también á los que adoro
»Y el sitio en donde están como tú ignoro.
»Mas ¿por ventura buscas á tu esposo?
»¿A tu padre tal vez? Los dos se han ido.
»El Cielo estaba obscuro y tempestuoso,
»Rugía el huracán cuando han partido.
»Iban á pelear: era forzoso:
»La tempestad allá les ha cogido…
»¿Padres y esposos buscas? ¡insensata!
»Míralos… el Genil les arrebata.
»Vete, pues: aún no han vuelto de Lucena.
»Mas ¿porqué así me miras, sombra vana?
» No me mires así: me causas pena.
»¿Quién eres?… mas ¿te ríes? ¡Ah villana!
»¡Tú eres alguna esclava nazarena!
»Sí, sí: ¡Tú eres la pérfida cristiana,
»Que me le hechiza el corazón ahora
»¡Con su infernal amor!… toma, traidora.»
Dijo y tiró la lámpara á la fuente:
Con hueco són al sumergirse en ella,
El agua helada salpicó su frente.
Quedó en tinieblas el jardín: la bella
Y enamorada aparición doliente
Se disipó, sintiéndose su huella
Primero del jardín entre las flores,
Y luego en los sombríos corredores.