Granada. Poema oriental: 37
VIII
editarEs alta noche ya: muda y desierta,
Yace en tinieblas la oriental Alhambra;
Ni una luz en sus altos agimeces,
Ni un paso, ni una voz en sus murallas.
Granada está á sus pies, como ella oscura,
Muda como ella, triste y solitaria:
Ni una voz en el fondo de sus calles,
Ni una luz en sus lóbregas ventanas.
El peso del dolor y de la afrenta
Y el ambiente letal de la desgracia
La tienen, más que en sueño sumergida,
En profundo sopor aletargada.
El duelo universal que la circunda
Los lamentos inútiles apaga,
Y se oyen los gemidos solamente
En la profunda soledad del alma.
Todo es silencio la morisca Corte:
Mas ¿quién no vierte en el silencio lágrimas?
Allí llora la madre por el hijo,
Por el hermano allí gime la hermana:
La esposa llora su perdido esposo,
Su cautivo galán llora la dama,
El amigo la suerte del amigo…
¡Noche horrenda y fatal para Granada!
Todos conocen la sangrienta historia,
Y á su vez la magnánima Sultana
Aixa, después de lamentarla, quiso
Con pormenores amplios escucharla.
La Madre de Abú-Abdil es una altiva
Matrona, digna de la edad romana,
Que en el momento de sentir las penas
Reflexiona que debe dominarlas.
Entregada á un dolor íntimo y mudo,
Todo el día pasó sola en su estancia;
Pero se dijo al fin: «Si está cautivo,
Pensar debemos en que libre salga.»
Y avisado Kaleb por un esclavo.
Subió de noche al silencioso alcázar.
Donde de oir la desastrosa historia
Le esperaba impaciente la Sultana.
«Habla, Kaleb, le dijo cuando á solas
Se hallaron: cuenta la fatal jornada:
Todo quiero saberlo en esta noche,
Y Aláh, Kaleb, me alumbrará mañana.»
Y he aquí que en el silencio de la noche,
Relatando Kaleb y oyendo Aixa,
En un salón del patio de Leones
En este punto de la historia estaban.