Granada. Poema oriental: 29
IV
editar¡Qué hermosas son las noches de Granada!
¡Cuánto placer la atmósfera respira!
¡Con qué rumor tan grato perfumada
Susurra el aura que en sus huertos gira!
Su misteriosa soledad, poblada
De árabes genios, languidez inspira,
Y no encierran los senos de su sombra
El vago miedo que en la noche asombra.
El canto de los pájaros canoros
Que anidan en sus bosques embebece:
El ruido de sus árboles sonoros
Y de sus frescas aguas adormece;
De la brisa en los pliegues incoloros
Estasiado el espíritu se mece:
Todo reposa allí bajo el imperio
De un oriental incógnito misterio.
Encantada ciudad, cuyas historias
Piden del rey profeta el harpa de oro;
Sultana del Genil, cuyas memorias
Evoco á solas y en silencio adoro;
Alcázar oriental, de cuyas glorias
Envidioso está el mundo: bien el Moro
Dijo al decir que la mansión divina
Está sobre tu tierra peregrina.
Tras el cendal da tu estrellado cielo
Se ve la faz de Dios que centelléa;
No hay quien detrás de tu flotante velo
La omnipotencia de su sér no vea;
No hay quien escrita en tu fecundo suelo
La realidad de su poder no léa;
No hay quien contemple tu nocturna calma
Sin alzarle un altar dentro del alma.
¡Tierra de bendición! ¿Quién no te adora?
¡Tierra de amor, en que el placer se anida,
En tus dulces recuerdos se atesora
Toda la gloria de mi inquieta vida!
¿Quién de tí, si te ve, no se enamora?
¿Quién tus noches espléndidas olvida?
Bien hizo el que á tus pies por no perderte
Peléando tenaz buscó la muerte.
Es una noche azul de primavera:
Millones de lucientes luminares
Dan tibia luz á la terrestre esfera;
De flores aromáticas millares
Alfombran ya la tierra, y la ligera
Brisa en la régia estancia de Comares
Introduce sus vírgenes olores
A través de los áureos miradores.
Sobre cogín morisco reclinada,
Los pies doblados sobre escasa alfombra,
Yace la que de la árabe Granada
Al fin sultana sin rival se nombra.
Rico dosel de seda cairelada
Da á su lánguida faz templada sombra,
Y pantalla chinesca en su penumbra
Guarda el mechero que el salón alumbra.
Es la azucena pálida de Loja;
Es de Aly-Athár la tímida gacela;
Es la mujer, que trémula cual hoja
De triste sauce, duda, ama y recela:
Moraima es, cuyo ánimo acongoja
Pesar secreto que la tiene en vela.
Es la sultana de cabellos de oro,
Que el alma hechiza del monarca moro.
Kaël, su negro y perspicaz Nubiano,
Yace á sus pies con languidez tendido;
La frente apoya sobre la ancha mano
Fatigado tal vez, tal vez dormido;
Mas la mirada fija del enano
Y la abierta nariz y atento oído,
Al que su instinto y lealtad comprende
Advierten que sagaz á todo atiende.
En el oscuro camarín, formado
Por la maciza fábrica del muro,
Y en donde se abre el ajimez dorado
Que da aire y luz al aposento obscuro
Al estilo de Oriente fabricado,
Contempla el cielo otra mujer; su duro
Contorno sobre el cielo se destaca,
Pues fuera del balcón el cuerpo saca.
Es Aixa, la despótica Sultana,
El genio protector del Islamismo,
Que desde aquella arábiga ventana
Mide del porvenir el hondo abismo.
Genio tenaz, encarnación humana
De la fé, del valor y el heroísmo,
Genio que, á aparecer en otra era,
Mentir á los horóscopos hiciera.
Con el rumor del bosque confundidos
Que sombrea la torre de Comares,
Trae el áura fugaz á sus oídos
Del bullicioso pueblo los cantares.
A sus vasallos quiere entretenidos
Tener el nuevo rey en sus hogares,
Y el mal que sus horóscopos predicen
Cantando olvidan y á su rey bendicen.
Pero Aixa, que jamás en ilusiones
Se adormeció y á quien la edad avisa
De que las populares ovaciones
Tan efímeras son como la brisa
Que su murmullo trae á sus balcones,
Con desdeñosa y lúgubre sonrisa
Su són escucha, que al rayar el día
Ser puede amotinada vocería.
Todo en la régia cámara reposa:
Agenos al turbión de los placeres.
De la morisca corte voluptuosa,
Aquellos tres tan diferentes seres
Tristes meditan. A la fin la esposa.
La más inquieta de las dos mujeres.
Dando sin duda al pensamiento giro
Distinto, débil exhaló un suspiro.
Llamó de Aixa la atención el eco
De aquella exhalación enamorada,
Y del balcón dejando el fondo hueco
Fijó en Moraima su glacial mirada;
Y con el tono desabrido y seco
De su voz, á mandar acostumbrada,
La dijo: « Afrenta de las reinas moras,
Espíritu cobarde, ¿por qué lloras?»
No lloraba Moraima todavía.
Mas tan duras palabras la preñaron
De lágrimas los ojos. Muda, fría, i
Aixa las vio cuando á la faz brotaron
De la débil mujer, que las vertía.
Las vio, mas conmoverla no lograron,
Y con régio desdén, á paso lento
Comenzó á atravesar el aposento.
Mas al llegar del arco á los umbrales.
De la alberca en el patio embaldosado
Anunciaron los roncos atabales
Al rey por las sultanas esperado.
Seguido de sus deudos más leales
Llegó Abdilá para el combate armado:
Sonrió al verle con su arnés más bello
Aixa, y Moraima se abrazó á su cuello.
«¡Tan pronto! dijo lo afligida esposa
—Ya tarda, dijo la valiente madre.
—Aláh te vuelva!… murmuró la hermosa:
—Mas si no vences: volverá tu padre:
Añadió la Africana vigorosa.
—Antes cristiana lanza me taladre!»
Dijo el mancebo rebosando enojos,
Y un rayo de rencor brilló en sus ojos.
Entonces la sultana: «En paz os dejo:
(Añadió con voz grave) despedios
A solas, pero ved que no me alejo;
No me le quites con tu amor los bríos
Que necesita.» Y, torvo el entrecejo,
Se sumió en los tortuosos y sombríos
Corredores, dejándoles á solas
Del mar de su aflicción entre las olas.
En silencio abrazados los esposos
Largo espacio quedaron: el esceso
De su dolor en ayes angustiosos
Ecsalaba Moraima, mientras preso
Mantenía en sus brazos cariñosos
Á Abú-Adil: dióla él un tierno beso
De su cariño en la efusión sincera,
Diciéndose los dos de esta manera:
BU-ABDIL. | No llores, alma mía: cobra aliento: Llevo todo mi ejército conmigo. |
MORAIMA. | Abdil, tengo el fatal presentimiento De que no has de volver: yo te lo digo. |
BU-ABDIL. | Moraima de mi vida, ¿no comprendes Que tu congoja mi valor me quita? |
MORAIMA. | ¿Qué culpa tengo yo de que Aláh Santo Débil mujer me hiciera y no sultana |
BÜ-ABDIL. | ¡Calla, Moraima calla: me estremeces! Creo que tu exaltada fantasía |
MORAIMA. | ¡Aláh te guie!
|
BU-ABDIL. | Hasta volver contigo.
|
MORAIMA. | ¡Ay! que no volverás, yo te lo digo. |
Esta fué la siniestra despedida
De Moraima y Abdil. Muda y serena
Aixa del corredor á la salida
Se presentó, y á impulso de su pena
Mortal se desplomó desvanecida
Moraima. Partió el rey para Lucena
Y fué su madre á despedirle al muro,
Fiando á Dios el porvenir oscuro.