Granada. Poema oriental: 28
III
editarDejó Isabel á Alhama guarnecida,
Sus muros y baluartes la repuso,
Y, en templo su mezquita convertida,
Segura guarnición en ella puso.
A Luis Portocarrero á su salida
Por su alcaide nombró, quien, según uso
De los fronteros gefes castellanos,
Conservarla ó morir juró en sus manos.
El Católico rey dejar queriendo
Á los moros señal de aquella entrada,
En sus fronteras con estrago horrendo
Se corrió por su tierra amedrentada,
Y su bizarro ejército metiendo
Por la fecunda vega de Granada,
Incendió mieses, arrasó olivares,
Robó ganados y asoló lugares.
Los moros que estos daños achacaron
Del furioso Muley á la imprudencia,
Partido al punto por Abdil tomaron
Y rey le proclamaron en su ausencia.
Las tropas de Muley le abandonaron,
El vulgo le mofó con insolencia,
Y á Málaga, frustrada su esperanza,
Huyó por fin sin alcanzar venganza.
Aixa, empero, temiendo la inconstancia
Del pueblo, y conociendo que en el trono
No tendría Abdilá segura estancia
Sinó haciendo venir de él en abono
Alguna empresa ó triunfo de importancia
Que al vulgo deslumbrara, y que su encono
Contra Hasán aumentara, con secreto
Se preparó para lograr su objeto.
Congregó los más diestros capitanes
De todas las opuestas banderías,
Y desechando y rehaciendo planes.
Oyendo escuchas y escuchando espías,
Realizó sus solícitos afanes
Aprontando por fin en breves días
Numerosa y segura cabalgada,
De espléndido botín esperanzada.
«Probemos á los reyes castellanos
Que aprovechar sabemos sus lecciones,
(Dijo á su hijo Abdilá.) Pues nuestros llanos
Talan, sal á talar sus posesiones.
En nuestras tierras por llenar sus manos
Sus castillos están sin guarniciones,
Lo que hallan, pues, en nuestra vega amena
Busca tú por sus campos de Lucena.»
Comprendió el joven rey á la Sultana;
Y ganoso de gloria, y con deseos
De probar en la tierra castellana
El valor que ha ostentado en los torneos,
Con gallardía juvenil y ufana
Resolución, sus bélicos arreos
Vistiendo, mostró el jóven soberano
Su alma de rey y origen africano.