Granada. Poema oriental: 13
IV
editarAstro de bendición para el Hispano
Una ardiente mujer nació en su suelo,
Y avivada la fé del castellano
Brotó cuando á su faz la trajo el Cielo.
El fulgor de su genio al Africano
En el alma infundió siniestro duelo,
Y de su luz el misterioso influjo
La estrella mora á oscuridad redujo.
Por siete siglos alumbrado había
La estrella del Islam la gloria mora,
Y en el zenit aún resplandecía,
De la región ibérica señora.
Desesperada ya, lucir la vía
La raza de Jesús adoradora.
Condenada creyéndose en el cielo
Á partir con el Árabe su suelo.
Clara, constante, perceptible y bella,
Mostró el Señor al ánimo cristiano
Su refulgente y protectora estrella
Bajo la forma real de un sér humano;
Lábaro santo de victoria en ella
Recibió al recibirla el castellano,
Y, al ver la aureola que en su frente brilla ,
Su estrella en Isabel miró Castilla.
Dios en la eternidad marcó su hora
De púrpura y de luz con caracteres,
Y esta estrella radió deslumbradora
Orgullo para ser de las mujeres.
De paz y de bonanza precursora,
Ajustó los opuestos pareceres
Y dio fin al rencor y enemistades
Que turbaban sus campos y ciudades.
Isabel, en cuya alma generosa
Puso Dios cuanto bien lo humano encierra,
Pura, modesta, noble y piadosa,
Fué la Reina más grande de la tierra.
Dulce y tierna á la par que vigorosa.
Diligente en la paz, sabia en la guerra.
Dió al bueno premio, al infeliz consuelo,
Y de damas y reinas fué modelo.
Dió su aliento rëal valor á España,
Gloria á su sexo y á su edad decoro:
Para empresa de honor, propia ó extraña,
No rehusó jamás fatiga ni oro.
Cada memoria suya es una hazaña:
Del cristiano fué prez, terror del Moro :
Dios, en fin, á su aliento soberano
Abrió no más el mundo americano.
Dios á su corazón dió una fé ardiente
Con una voluntad dominadora.
Para que en uno y otro continente
Derramara su luz consoladora;
Y la adoró la americana gente,
Y se humilló á sus pies la gente mora,
Y de ambos mares en la opuesta orilla
Clavó los estandartes de Castilla.
Tuvo en su alma varonil asiento
La virtud inflecsible y verdadera:
Nueva edad comenzó su nacimiento:
Fué su genio la antorcha de otra era:
Su victorioso nombre llenó el viento:
Su gloria vivirá imperecedera:
Con orgullo español mi voz la canta,
Mi fe venera su memoria santa.
Tal fué Isabel. Su grande pensamiento
Concibiendo su espléndido destino,
Á su secreto y colosal intento
Con gran prudencia preparó el camino:
É invocando el favor del firmamento,
Con fé esperando en el favor divino,
Su excrutadora y perspicaz mirada
Tenía sin cesar fija en Granada.
Es ya la media noche: rasa y fría
La atmósfera ostentar al firmamento
Deja su manto azul, de pedrería
Salpicado, al fulgor amarillento
De la menguante luna; ya no pía
Ni susurra en el bosque ave ni viento;
Todo, desde el palacio hasta la choza,
Sueño reparador en calma goza.
Todo tranquilo yace en el recinto
De Medina del Campo, donde mora
Del católico rey Fernando quinto
La esposa ilustre, del país señora.
Do quier el fuego y el rumor estinto
Por la cristiana villa, que la adora,
Unico de su alcázar centinela
El castellano honor su sueño vela.
No por barreadas puertas defendida,
Ni cercada de guardia numerosa,
Duerme Isabel inquieta por su vida
En torreón con barbacana y fosa;
En cámara modesta, guarnecida
De tapiz sencillísimo, reposa
A la luz de una mustia lamparilla
La virtuosa reina de Castilla.
Su aposento y su lecho no decora
De genovés brocado, ni de encaje
Flamenco, ni de seda crugidora
De Francia, cairelado cortinaje;
Lino salubre y lana guardadora
Del natural calor, de su mueblaje,
Su lecho y su vestido son la tela:
Nada allí el lujo mundanal revela.
Isabel, aunque hermosa y soberana
Y con glorioso porvenir nacida,
Reconoció desde su edad temprana
La vanidad de la terrena vida:
Y su sincera educación cristiana
De la era turbulenta transcurrida
En el aciago y anterior reinado
La experiencia ha después fortificado.
Y por eso no hay lujo en su aposento,
Y es común y modesto su vestido,
Y es frugal y sencillo su alimento,
Y su dispendio personal medido:
Y, el fáusto de su alcázar opulento
Del orden de su casa dividido,
Es, digna al par de imitación y fama,
Reina opulenta y laboriosa dama.
Da á su suprema dignidad decoro
Con régia pompa y ostentoso porte,
Al extrangero al recibir y al Moro
En ceremonias y actos de su corte:
Vácia sin pena su real tesoro
En todo caso que al honor importe:
Mas desnuda en su cuarto su persona
Del pomposo esplendor de la corona.
Por eso su alma, que altivez no abriga,
Tiene franca y leal correspondencia
En la adhesión de sociedad amiga:
Los afanes que agobian su ecsistencia
De reina amistad íntima mitiga:
Y tiene en los que admite á su presencia
Amigos fieles, defensores bravos,
No aduladores sórdidos y esclavos.
Del amor de sus súbditos por eso
Segura, y más segura que entre lanzas
De sus régios deberes lleva el peso
Libre de rebeliones y asechanzas;
Y del pueblo el honor guardando ileso,
Y en su honor con inmensas esperanzas,
Abrigando una fé que no vacila.
En su lecho Isabel duerme tranquila.
De un crucifijo santo la escultura
Pende sobre la augusta cabecera
De su lecho rëal, donde segura
Reclina la cerviz: su cabellera
Recoge casta toca, y la blancura
De su cuello y sus brazos con severa
Honestidad envuelve en blanca bata,
Que su pudor ni aun para el Rey desata.
Su postura modesta y recogida,
La serena expresión de su semblante,
Muestran que orando se quedó dormida
Y que al remordimiento vigilante
Su corazón leal no da guarida:
De sus virtudes el vapor fragante
En torno de su lecho se respira,
Y su casta beldad respeto inspira.
¡Su aposento rëal cuán diferente,
Cuán distinto su púdico reposo
Del sueño de las reinas del Oriente,
Inquieto en camarín voluptüoso!
De torpe desnudez el aliciente
Atrae allí no más al torpe esposo,
Y sobre el cieno del placer reposa
Sólo el cariño de la infiel esposa.
Allá, en torno del áurea alcazaba
Rujen la rebelión y el descontento,
Y asalariada muchedumbre esclava
Contiene al pueblo, de respeto esento;
Aquí, del miedo sin la odiosa traba,
Las puertas sin cerrar de su aposento,
Duerme del pueblo la señora hermosa,
Reina querida, respetada esposa.
Allá, las salas del alcázar moro
Pueblan las inquietudes y traiciones,
La voz de la discordia, el són del lloro,
El terror y las lúgubres visiones;
Aquí, de bien y de placer tesoro,
Sólo abrigan los regios artesones
El casto amor, la plácida esperanza,
Sueños de paz y días de bonanza.
Allí, en la sombra, de la muerte huyendo,
Corre el hijo del padre fugitivo:
Allí medita parricidio horrendo
Supersticioso el rey y vengativo:
Allí un espectro sin cesar gimiendo,
De tumba falto y al reposo esquivo,
Turba el sosiego de la real morada
Y augura el fin de la oriental Granada.
¡Cuán distinto el alcázar de Medina
En la nocturna sombra se levanta!
Vela sobre él la protección divina
Y orea su recinto un aura santa.
Aquí la paz benéfica domina.
La esperanza feliz el alma encanta,
Y de la religión bajo el imperio
Se efectúa en la noche un gran misterio.
Un ángel bello, del Señor enviado,
De la reina Isabel llegando al lecho,
Su aliento de los cielos emanado
Introduce en el fondo de su pecho:
Y con su álito puro y perfumado.
Cual del Edén con los aromas hecho,
Aleja los espíritus malignos
Y los delirios de su sueño indignos.
Es Azäel: en su rosada mano
De la alma fé la antorcha centellea:
Su vivífico soplo soberano
La faz risueña de Isabel orea:
Un canto, en cuyo són nada hay humano,
Su oído no, su corazón recrea:
Luz celestial su espíritu ilumina,
Y su alma ve la aparición divina.
De pacíficos ángeles un coro
El casto lecho de Isabel circunda:
Un suavísimo albor de grana y oro
Como una aurora boreal, inunda
El aire: rumor plácido y sonoro
De harpas lejanas la quietud profunda
De la noche harmoniza, y la fragancia
De la mirra trasciende por la estancia.
Un misterioso encanto indefinible
Por el palacio y la ciudad se estiende,
Cuyo mágico efecto incomprensible
De su cámara régia se desprende,
Y en sueño delicioso y apacible
Sume la población, que no comprende
La celestial incógnita influencia
Que envuelve en tal deleite su ecsistencia.
Cuanto aliento vital goza en Medina,
Fecunda en germen y en raíz vejeta,
Esta influencia mágica y divina
A su poder recóndito sujeta:
Y bajo este poder que la domina,
En calma universal, en paz completa,
La tierra de Isabel goza ignorante
Las dichas del Edén por un instante.
De Jehováh el espíritu en tal hora
Al alma de Isabel se comunica,
Y del Señor la fuerza triunfadora
En su valiente corazón radica.
En su pecho magnánimo atesora
Santo fuego Azäel, y centuplica
El humano vigor que en él encierra
Dios, que la trajo á dominar la tierra.
El Angel á quien él ha encomendado
La grande empresa que á Isabel destina.
Se la acerca, su término llegado,
Y sobre el pecho de Isabel se inclina:
Y del Señor con el poder armado,
Va de la antorcha de la fé divina
A encerrar de su pecho en lo profundo
Chispa capaz de iluminar el mundo.
Abrió Azäel sobre el augusto lecho
Sus dos nevadas alas, abarcando
De muro á muro el camarín estrecho
Y á Isabel bajo de ellas cobijando:
Y de su antorcha, que acercó á su pecho,
Una chispa con su índice arrancando
Que, al brotar, un relámpago produjo,
En el real corazón se la introdujo.
A su contacto abrasador sintióse
Su corazón mortal regenerado,
Y su cuerpo de barro iluminóse,
Al fuego de la fé purificado.
El ser humano de Isabel cambióse
En más sublime sér divinizado,
Y comenzó á gozar con nueva esencia
Mejor que la mortal nueva ecsistencia.
Al soplo de Azäel, que fecundiza
En su mortal naturaleza humana
Los gérmenes celestes, la ceniza
Voló de toda inclinación liviana;
Y de materia vil y quebradiza
Exenta ya su esencia soberana,
Dijo á Isabel el Angel, con la palma
Sobre su corazón que late en calma:
«¡En el nombre de Dios, de su fé santa.
»Prenda en tu corazón esa centella!
»En su nombre inmortal la Cruz levanta,
»Y convoca á tu grey en torno de ella.
»Espanto del Islam, bajo tú planta
»La frente infame de Mahoma huella:
»Astro de los cristianos, aparece:
»Dios en tu luz sagrada resplandece.»
Al poder de este acento sobrehumano.
Levantóse Isabel transfigurada
Y al ígneo corazón llevó la mano,
Al fuego celestial no acostumbrada;
Mas de misterio tal en el arcano
Por Dios al punto penetró inspirada,
Cuando al tender en su redor los ojos
Vio á sus piés á los ángeles de hinojos.
Entonces en su mente, prevenida
Por celestial intuición, brotaron
Los pensamientos mil que en su guarida
Hasta entonces ocultos fermentaron;
A su vista, por Dios esclarecida,
Del porvenir las nieblas se rasgaron,
Y, al sentirse por él predestinada
Para rendirla, dijo: «¡Ay de Granada!»
Y al salir á las auras esteriores
Las armónicas notas de su acento,
Se transformaron en fragantes flores,
Y en mariposas áureas sin cuento,
Y en pájaros de luz de mil colores
Los átomos vivientes de su aliento:
Los genios de Azáel los recogieron
Al brotar, y en el aire se perdieron,
«Partid,» dijo Isabel, sus transparentes
Formas perderse en el azul mirando:
«Partid, y al corazón de los creyentes
»Id con los ecos de mi fe llamando:
»Mis encendidos átomos vivientes
»Por mis ciudades id desparramando:
»Id en nombre de Dios, id por Castilla
»De mi fé derramando la semilla.
»¡Espíritu de Dios! ya en mí te siento:
»Ya señalarse en el cuadrante de oro
»De la honda eternidad veo el momento
»Propicio al Español, fatal al Moro.
»Heme pronta á tu santo llamamiento:
»Obedezco tu voz, tu ley adoro.
»¿Quién me resistirá de tu fe armada?
»Yo plantaré la Cruz sobre Granada.»
Dijo Isabel. Los átomos divinos
De su aliento, por Dios purificado,
Mensajeros de su alma, peregrinos
Por la región del aire purpurado
Ya con los arreboles matutinos,
Al término que Dios les ha marcado
Partieron. — Dios, haciéndoles fecundos
Transforma leves átomos en mundos.