Granada. Poema oriental: 10

Libro cuarto, tomo segundo, Granada. Poema oriental
de José Zorrilla

Libro Cuarto: «Azäel»

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Zahara cayó: sus tristes moradores
Víctimas van de tan fatal jornada
Esclavos de los Moros vencedores,
De ganado rüin como manada.
Muley envió delante corredores
De su victoria nuncios á Granada,
Y, con victoria tal alegre y fiera,
Al vencedor Hasán Granada espera.

Preparan las familias principales,
A los guerreros y sangrientos fines
Del anciano monarca más parciales,
Zambras, saräos, himnos y festines,
Unas en sus salones orientales,
Otras en sus balsámicos jardines:
Prodigando sin duelo sus tesoros
Para ensalzar el triunfo de los Moros.

Los cadís á su vez tienen dispuestas
De fuegos, de pandorgas y de cañas.
De sortija, de toros y de apuestas.
De bohordos, de gallos y cucañas,
Para la plebe revoltosa fiestas
Cual nunca alegres, como nunca extrañas:
Porque deje tal triunfo en su memoria
Largo recuerdo de placer y gloria.

Engalanan los altos miradores
Lujosas colgaduras y doseles,
Flotantes plumas, enredadas flores.
Lazos de palmas, arcos de laureles,
Damascos de vivísimos colores,
Tapices festonados de caireles,
Y ocupan ajimeces y ventanas
Nobles, jeques, walies y sultanas.

Viejos, mancebos, niños y mujeres
Abandonan curiosos sus hogares:
Dejan los artesanos sus talleres.
Olvidan los sederos sus telares,
Cierran su mostrador los mercaderes,
Los armeros sus fráguas: los lugares
Vecinos se despueblan, y doquiera
Bulle la muchedumbre novelera.

Corren plazas y calles tañedores
De sonajas, adufes y panderos,
Rawíes de romances narradores
Al compás de la guzla, cuadrilleros
De diversas comparsas conductores
Y parejas de enanos, y gaiteros
De Marruecos y Fez, cuyos cantares
Recuerdan del desierto los aduares.

Circulan por doquier profusamente
Roscones de Jaen, tortas de Alhama,
El alhajú de Ronda, largamente
Saturado de especias, á quien llama
El mostillo su hermano, y el caliente
Buñuelo hinchado que la sed inflama:
Y, pese al libro del Koran divino.
Templa la sed el malagueño vino.

En la jornada de tan fáusto día
De fiesta real y universal holganza,
La ley á la licencia da franquía
Y destierra el placer á la templanza:
Y la plebe, sin coto en su alegría.
Canta ruidosa, descompuesta danza:
Pues nada hay que desdore ó avergüence
Al celebrar sus triunfos á quien vence.

Es ley universal. ¡Ay del vencido!
Cantad, pues, ¡oh triufantes Africanos!
¡Ignominia y baldón para el rendido!
¡Mengua y esclavitud á los Cristianos!
Mas no olvidéis que encomendada ha sido
De la venganza á las sangrientas manos
La ley de los vencidos inhumana.
¡Ay de vosotros si lo sois mañana!

¡Gloria á Muley! La multitud que llena
Las torres y alminares ve á lo lejos,
A través de la atmósfera serena,
De las moriscas armas los reflejos.
Un grito inmenso de placer resuena
Con nueva tal: mujeres, niños, viejos,
Se agolpan á las puertas de la Vega
A recibir al Rey que en triunfo llega.

Ya avanzando en hileras ondulantes
Se ven los ordenados escuadrones:
Parecen con el sol cintas brillantes
Las filas de los árabes peones:
Sobre el blanco montón de sus turbantes
Tremolan sus enseñas y pendones,
Y desgarran la atmósfera sonoros
Los atabales y clarines moros.

He allí á Muley Abul-Hasán. Su frente
Sombrean los flotantes lambrequines
De su penacho real: cuelga esplendente
Su escudo del arzón: y, hasta las crines
Embarrado, el caballo bufa ardiente
Y piafa, conociendo los confines
De los cotos rëales y la dehesa
Donde, potro, pació la hierba espesa.

«¡ Alahú akbar! ¡Loor al Rey valiente!»
Gritó la multitud al divisarle,
Y aglomeróse atropelladamente
Bajo su estribo mismo á vitorearle:
Mas la mano de Dios omnipotente
Que hasta este día se dignó ampararle
Le retiró su auxilio, y en su seno
Del infortunio derramó el veneno.

Tornose contra él cuanto en pró era:
Cambióse en vencimiento su victoria,
Su popularidad en pasajera
Fama de un día, y en baldón su gloria.
La muchedumbre, en su verdad entera
Al leer de Zahara la sangrienta historia
Retrocedió, por Dios iluminada,
El porvenir leyendo de Granada.

Con repugnante ostentación impía,
Un gigantesco negro de Baeza,
Del pelo asida, junto al rey traía
Del buen Arias la lívida cabeza.
Un escuadrón entero le seguía,
En cuyas lanzas con brutal fiereza
Se ostentaba sangriento igual trofeo,
Medroso al alma y á la vista feo.

En medio de los árabes soldados
Y los Gomeles negros, lastimeros
Suspiros arrancaban despechados
Los cautivos Cristianos, por sus fieros
Vencedores heridos y arrastrados
En confuso tropel como carneros:
Y á marchar ó morir les obligaban,
Y dichosos al fin los que espiraban.

Las fuerzas de los viejos no bastando
A soportar ultrajes tan crüeles,
Al Dios de las venganzas invocando
Caían á los pies de los corceles:
Sin compasión sobre ellos, espoleando
Sus caballos, pasaban los Gomeles,
Apresurando su postrer instante
La aguda lanza y yatagán cortante.

Traían muchas madres en los brazos
Los hijos muertos, y ocultar querían
Su fin bajo los sórdidos retazos
De los rotos harapos que vestían.
Pues sus tiernos cadáveres pedazos
Los guardias negros de Muley hacían,
Y con horror de los maternos ojos
Quedaban insepultos sus despojos.

La mora multitud, aunque villana
Civilizada, á compasión movida.
Del Rey maldijo la impiedad tirana,
En odio la alegría convertida.
Circundó á la feroz guardia africana
Con agresivo impulso, y, encendida
La furia popular, por un instante
El paso barreó del rey triunfante.

Arrebatando las mujeres moras
Sus hijos á los míseros cautivos,
«Dádnosles, los dijeron: sus señoras
Os les tendrán esclavos, pero vivos.»
Comenzaron cien manos vengadoras
De las bridas á asirse y los estribos,
Y á brillar comenzaron los puñales
Debajo de los jáiques y almaizales.

A cundir comenzó la infausta nueva
Entre las turbas y á crecer la ira:
Doquier la multitud, que se renueva
Y que sus fuerzas acrecienta, gira
Del rey en torno, quien sus olas prueba
Con su caballo á hender y torvo mira
Venir la tempestad y acrecentarse
El popular furor, pronto á inflamarse.

Sus feroces Gomeles, que le vieron
Afirmarse en la silla, adivinaron
Su resuelta intencion: se rehicieron,
Y á sostenerle fieles se aprestaron.
«¡Adelante!» gritó: tras él vinieron
A alinearse y las lanzas enristraron.
Se abrió la plebe: y, rota ya la valla.
Dijo Hasán: «Dispersad esa canalla.»

La multitud, compuesta dé artesanos
Inermes, de mujeres sin defensa,
De cobardes ociosos y de ancianos,
Tan débil é impotente como densa,
Se abrió ante los ginetes africanos,
Retrocediendo en oleada inmensa
Como el círculo que abre el haz del río
Ante la quilla corva del navío.

Turba que ceja un pié, fuerza vencida.
La hueste de Muley siguió adelante
Y en la ciudad entró: mas, convertida
La alegría en terror, fué con semblante
Sombrío y en silencio recibida
Por el vulgo, ó medroso ó inconstante:
Y Hasán, seguido de sus negros fieles,
Subió al trote la cuesta de Gomeles.

Deshízose del pueblo: mas siguióle
Hasta el recinto real su descontento,
Y á par con él su indignación mostróle
De modo asaz visible el firmamento.
Repentino nublado encapotóle,
Se negreció su azul, rebramó el viento,
Con la fortuna de Muley en guerra
Declarándose á un tiempo cielo y tierra.

En la Alhambra rëal los cortesanos
Le vitorearon al llegar: empero
¡Ay del rey á quien guardan los villanos
Odio ó temor! Apenas el postrero
De los temidos guardias africanos
Transpuso el bib-Leujar, el pueblo entero
Rompió en inmenso sedicioso grito
Que en el espacio azul vibró infinito.

Aparecieron por do quier audaces
Cabezas de motín: gestos feroces
Que revelaban ánimos capaces
De realizar los planes mas atroces.
Santones venerados y sagaces
Dervichs alzaron por doquier sus voces:
Y el populacho, en grupos dividido,
Dio á sus discursos por do quier oído.

Y he aquí que, en el centro de la plaza
Se alzó sobre las turbas de repente
Viejo santón de venerable traza,
Famoso asaz entre la mora gente.
Era el severo Aly-Mazer, de raza
Noble, de vida austera y penitente,
Quien por causas recónditas y extrañas
Retirado vivía en las montañas.

Hombre á quien solamente se veía
En los grandes peligros y ocasiones,
Y de quien siempre el pueblo recibia
Oportunos consejos y lecciones.
Siniestra aparición que precedía
Siempre á las populares convulsiones
Que, en su postrera edad desventurada,
Estremecerse hicieron á Granada.

Hombre do quier temido y respetado
Por su severidad y por su ciencia,
De la virtud muslímica dechado,
Sincero amparador de la indigencia,
Leal consolador del desdichado,
Prosternóse la plebe en su presencia:
Y callaron ante él respetüosos
Los demás oradores sediciosos.

Tomando entonces por mimbar la fuente
Que el centro de la plaza decoraba,
Paseó sus miradas tristemente
Sobre la multitud que le cercaba;
Y con lúgubre voz, cuyo doliente
Tono en el hondo corazón vibraba,
Profética, inspirada, lastimera,
El discurso rompió de esta manera:

«¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada!
»Para escarnio y baldón de las edades
»Será no mas su historia consignada.
»¡Régia ciudad, sultana de ciudades,
»Estás por tus cimientos horadada!
»¡Va sobre tí á llover calamidades
»El cielo sin piedad á quien provocas,
»Y contra tí se volverán las rocas!

«Musulmanes, Hasán está hechizado
»Por el nefando amor de una cristiana:
»Aixa, de fé cual de virtud dechado,
»Es esclava en su harén y no sultana;
»El príncipe, legítimo, encerrado
»Llora en los hierros de prisión lejana.
»¿Y en provecho de quién tal tiranía?
»De una extranjera, renegada impía.»

«Ya lo veis. impolítico atropella
»Cuantos derechos y principios fijos
»Hasta hoy se respetaron, y degüella
»Los rendidos y esclavos. Tan prolijos
»Crímenes ¿á qué fin? Sólo por ella:
»Por coronar á sus bastardos hijos,
»Que, lobeznos de raza castellana,
»Como ella al fin renegarán mañana.

»¿Comprendéis? ¡oh muslimes! — Esa impía
»Que ni crée en Jesucristo ni en Mahoma,
»De nuestra desdichada monarquía
»Es con sus hijos la mortal carcoma.
»Ella al Cristiano os venderé algún día
»Si en sus proyectos incremento toma:
»Porque en el ódio universal que encierra
»Incendiará, á poder, toda la tierra.

»Pero ¿creéis tal vez que los cristianos
»La sangre olvidarán vertida en Zahara?
«Como Hasán en sus triunfos inhumanos,
»Vendrán con sed de vuestra sangre avara.
»La que hoy vertieron sus inicuas manos
»Del pueblo moro goteará en la cara:
»Y en todas ocasiones y parajes
»Nos considerarán como á salvajes.

»¿Oís ese huracán? Horrorizada
»De tan inútil y brutal fiereza,
»Truena contra nosotros indignada
»La madre universal naturaleza.
»¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada!
»El rayo amaga su imperial cabeza,
»La ponzoña mortal hierve en su seno,
»Y Aláh se torna en pró del Nazareno!»

Dijo así Aly Mazer. Como evocados
Al son de sus fatídicos acentos,
La tierra conmovieron desatados
En furioso huracán los elementos.
Torrentes de las nubes desgajados
Inundaron las calles, y los vientos
Arrebataron arcos y doseles,
Lazos, flores, damascos y caireles.

Huyó la población supersticiosa,
Siempre en agüeros á creer dispuesta,
Y encerróse en sus casas pavorosa,
La ira de Dios creyendo manifiesta.
Desierta la ciudad y silenciosa
Quedó en redor, se interrumpió la fiesta:
Y en vez de los aplausos y canciones,
Do quier se oyeron ayes y oraciones.

Duró la tempestad la tarde entera,
Y entre el rugido cóncavo del trueno
Y el estridor de la tormenta fiera,
De los obscuros barrios en el seno
Una voz incesante y lastimera
Esclamaba aterrando al agareno:
«Aláh torna á su grey la faz airada.
¡Ay del pueblo muslim! ¡ay de Granada!»

Campo desierto de olvidadas ruinas,
Medroso despoblado cementerio
Parecían las calles granadinas
De tal desolación bajo el imperio:
Y cual si se efectuara en las divinas
Regiones algún lóbrego misterio
Fatal para los Moros, agobiada
De pánico terror quedó Granada.

Primer tomo:

Libro primero «Esposición» (I. Invocación - II. Narración)
Libro segundo «Las sultanas» (I. El camarín de Lindaraja - II. El salón de Comares)
Libro tercero «Zahara» (I. Gonzalo Arias de Saavedra - II - III - IV)

Segundo tomo:

Invocación
Libro cuarto «Azäel» (I - II - III - IV - V)
Libro quinto (Introducción - «Narración»: I - III - IV - V - VI)
Libro sexto «Las torres de la Alhambra» (Introducción - «Narración»: I - II - III - IV)
Libro séptimo (I - II - III - IV)
Libro octavo «Delirios» (I - II -III - IV - V - VI - VII - VIII - IX. Kaleb - X)
Libro noveno «Primera parte» (Introducción - I - II - Serenata morisca)