Granada. Poema oriental: 04
Libro segundo: «Las sultanas»
editarII. El salon de comares
editarAmanecía apenas: los reflejos
De la rosada luz del sol naciente
A dorar comenzaban á lo lejos
De la ancha sierra la arbolada frente:
Y empezaba la aurora purpurina
Ostentosa á tender su velo de oro
Prendido en el oriente,
Sobre la estensa vega Granadina,
Ceñidor de verdura,
Morisco chal que envuelve la cintura
De la ciudad en donde reina el Moro.
Comenzaba á sus cárdenos fulgores
La tierra fértil á tomar colores,
Exalando de sí el aroma suave
De la humedad nocturna, y comenzaba
La flor á abrirse, á gorgear el ave,
Y la brisa del alba revoltosa
A estremecer del bosque, donde erraba,
La cabellera verde y rumorosa.
Fresca, gentil, risueña,
A la primera luz de la mañana
Se despertaba la ciudad sultana,
De cien ciudades orgullosa dueña:
La ciudad del amor y de las flores:
La ardiente y hermosísima Africana,
Que reclina su frente soberana
Sobre el fresco tapiz de mil colores
Que á sus piés tiende su florida tierra,
Y cuyas orlas por do quier remata
Con caireles de lázuli y de plata,
Ya el mar que entorno de ella se dilata,
Ya la nevada fronteriza sierra.
Asomado á un balcon de la alta torre
Llamada de Comares, cuyo asiento
El Darro besa que á su planta corre
Regando huertas mil en curso lento,
Esperaba el Rey árabe la hora
De recibir al Castellano Vera,
Quien no quería que en la corte mora
La venidera aurora
Su embajada sin dar le amaneciera.
La gente Granadina
Con la nueva alarmada
De aquella ceremonía, aglomerada
Ante Bib-el-Leujar la matutina
Luz aguardaba con afán, curiosa
De conocer el fin de esta embajada,
Mas misteriosa cuanto no esperada.
Mil interpretaciones
Daba á su objeto el vulgo: comentaban
Los viejos y santones
Las causas y Políticas razones,
Que pudieron mover al Rey cristiano
A enviar á la ciudad del Africano
La enseña militar de sus legiones:
Mas fatigaban el discurso en vano;
Ignoraba hasta el Rey las intenciones
Con que vino á su corte el Castellano.
Este á su vez y entanto, prevenido
Para cumplir con su mision, oía
Desde la torre que ocupaba el ruido
Que de ella al pié la multitud hacía.
Ya antes del alba con atento oído,
Ojo sagaz y espíritu mañero,
La situacion inspeccionando había
De la árabe ciudad el caballero.
De pechos en la almena
De su torre moruna,
Al resplandor de la creciente luna
La contempló de fortalezas llena,
De muros bien cercada,
Bajo un clima feliz y en cultivada
Campiña rica, saludable, amena,
Por tres rios á par fecundizada,
Y favorita en fin sin duda alguna
Del amor de la próspera fortuna:
Y el noble Castellano, inteligente
En el arte y estudios de la guerra,
Vio que estaba en su tierra
Bien prevenida la Africana gente.
Comprendió de Don Juan el buen sentido
En la quietud de su nocturna vela,
Que habia el moro rey, muy entendido,
Coronado sus torres y alminares
Por uno y otro atento centinela,
Y diestra y sabiamente repartido
Sus vigias y puestos militares:
Concluyendo por fin Don Juan de Vera
De la ciudad entera
La nocturna revista,
Diciéndose á sí mismo sin reparo
Cuanto iba á ser al Castellano caro
Lograr de aquella tierra la conquista.
Hallabase en la torre todavía
El buen comendador, rectificando
A la primera luz del nuevo dia
El juicio que hecho por la noche había,
Cuando vió que á su torre aproximando
Un escuadron de Moros se venía,
La plaza del aljibe atravesando.
Dejó la almena, convocó su gente
Y, á plaza bajando,
La tendió de los Arabes en frente.
Entónces el wazir, que administraba
La justicia del reino
Y el gobierno interior de la alcazaba
Del Granadino Rey, ante la fila
De lo ginetes árabes saliendo,
Fuese para Don Juan, con faz tranquila
Y sosegada voz así diciendo:
«La fé de Aláh te alumbre, Castellano.
«Has demandado con la luz primera
«Al Rey hablar: ven pues, que ya te espera
«Del consejo en presencia el soberano.»
Encontrando la arenga algo altanera
Y contemplando al Arabe un momento
«Vamos» dijo no más don Juan de Vera:
Y á paso noble, magestuoso y lento,
De la ancha plaza atravesó el espacio
Que apartaba no mas su alojamiento
De las doradas puertas del palacio.
De la soberbia torre de Comares
En la ostentosa cámara, alfombrada
Con alkatifas persas, perfumada
Con pebeteros de oro y con millares
De estrañas, ricas y olorosas flores
Que en sus pensiles dán los Alijares,
Esperaba Muley al Castellano
En medio desu corte y su nobleza,
Queriendo ante los ojos del cristiano
Hacer ostentacion de su grandeza.
Con la rosada luz de la mañana
Resplandecia en toda su hermosura
La labor africana
De aquella estancia régia, que figura
Un pabellon de rica filigrana,
Trabajo de algun Genio por ventura
Segun la tradicion mahometana.
En torno de Muley, sobre divanes
De púrpura, los viejos consejeros,
Los kadís y los nobles capitanes
Del ejército, estaban los primeros.
De su rey menos cerca,
De pié, con respetuosos ademanes,
Los demás cortesanos caballeros
Ocupaban el patio de a alberca
A sombra de sus frescos arrayanes.
El estanque y las fuentes del palacio,
Ornadas con vistosos surtidores,
Poblaban el espacio
De caños de cruzados saltadores
Que, deshechos en gotas en la altura,
Doblaban del ambiente la frescura
Como perlas cayendo entre las flores,
Que al borde crecen de la alberca pura
Llena de pececillos de colores.
Del wazir precedido
Y de diez caballeros Castellanos
Por decoro seguido,
Armado de los piés hasta las manos,
Del manto de Santiago revestido,
Con apostura grave y altanera,
Por medio de los nobles Africanos
El patio atravesó Don Juan de Vera.
Torba mirada de los ojos fieros
Del círculo de Moros caballeros
Pesó sobre don Juan desde su entrada,
Manteniéndose en él, tenáz, clavada,
Hasta los piés de el granadino trono;
Bine revelando el animoso encono
Con que su roja Cruz se ve en Granada.
Don Juan, empero, en ademan tranquilo,
Y mesurado aunque orgulloso porte,
Avanzó hasta el marmóreo peristilo
Que da entrada al salon do está la corte:
Llegó hasta el trono de Muley y en tierra,
Sin humildad, hincando una rodilla,
Preséntole una caja en que se encierra
Su régia credencial dada en Sevilla.
Tomola sin abrirla el Africano
Con altivo desde,y del prolijo
Ceremonial haciendo al Castellano
Amplia merced, lacónico le dijo:
«Ya te escucha Muley: habla, Cristiano.»
Pusose en pié Don Juan y con pausada
Voz, que pudo entender el mas lejano,
De esta manera espuso su embajada:
«Yo, Don Juan de la Vera, caballero
«Comendador del órden de Santiago,
«En nombre de mi rey vengo: primero,
«A reclamar al atrasado pago
«De tu tributo anual integro, entero,
«Y despues, de Castilla con Granada
«La tregua á prolongar, que es acabada.»
Dijo Don Juan y enrojeció el semblante
Del Arabe la cólera: en la estancia
Rumor universal cundió al instante
De indignacion terrible, la arrogancia
De tal mensaje oyendo: mas de un guante
Se alzó en contestacion de su jactancia:
Mas de un Moro dió un paso hácia adelante,
Pues la mano en el alfanje: empero
Sus iras atajó Muley severo.
«Cristiano (dijo el rey con voz airada),
«Ve á decir á los reyes castellanos
«Que han muerto ya los reyes de Granada
«Que pagaban tributo á los cristianos:
«Que la moneda entónces acuñada
«No conocemos ya, ni nuestras manos
«Labran ya mas metales que el acero
«De que forja su arnés el Caballero.
«Oiste: parte, pues. Yo te perdono
«La vida y la embajada. A la frontera
«Del reino salvo llegarás: mi encono
«No infringirá mi fé: mas la postrera
«Colina al trasponer donde mi trono
«Se respeta y tremola mi bandera,
«De mi hablar oirás, yo te lo juro
«Castellano. Ve en paz, que vas seguro.»
«Moros, dijo don Juan con altanero
«Mas tranquilo ademan, si mi mensaje
«Os ofendió, ved bien que el mensajero
«Ni un punto le ha añadido: mi lenguaje
«Fue exactamente el de mi rey: y espero
«Que ninguno por él me hará el ultraje
«De esquivar con desden, si es que me halla,
«El bote de mi lanza en la batalla.»
Dijo Don Juan. Los nobles Africanos,
De los valientes siempre apreciadores,
Abrieron en silencio á los cristianos
Paso, ahogando en el pecho los rencores
De raza y religion. Los Castellanos
Volvieron á montar sus piafadores
Corceles: y, dejando á rienda suelta
La ciudad, dieron á Castilla vuelta.
Cuando el sol de aquel dia en occidente
Irradiaba sus últimos reflejos,
Ya trasponia la cristiana gente
Los cerros fronterizos. A lo lejos
Les vió desde sus torres impaciente
El árabe monarca, cuyos viejos
Mas perspicaces ojos todavía
Penetran la confusa lejanía.
el brillo de las lanzas castellanas
Apenas se sumió en el horizonte,
Y apenas, embozada en sus livianas
Sombras, la noche á descender del monte
Comenzó, cuando Hasan sus africanas
Armas pidió diciendo: «Que se apronte
«Una hueste elegida y numerosa
«A partir en la noche silenciosa.
«Yo la conduciré.» Llamó en seguida
A su wazir Abú-l'Kazin, que era
Gobernador de la ciudad, y «cuida
«(Le dijo) bien de que se cumpla entera
«Mi voluntad. Despues de mi partida
«Pon á Aija en una torre prisionera
«Con su hijo, y á habitar manda que vaya
«En el jeneralife la Zoraya.
«Ten á esta como mi única sultana,
«A Aija y Abú Abdil como traidores.
«Yo á tocar á una villa castellana
«Una alborada voy con mis tambores,
«Y tardaré lo mas una semana
«En volver á la Alhambra. ¡Ea, señores,
«A caballo y silencio! lo soldados
«En Bib-arrambla esperan convocados.»
Dijo Muley, su intimacion postrera
Dirigiendo á sus guardias: y, montando
En su caballo de batalla que era
Un árabe veloz, partió tomando
La cuesta de Gomeles, con guerrera
Planta en la plaza real desembocando:
Y, al frente de su hueste, de Granada,
Salió á empresa de todos ignorada.