Granada. Poema oriental: 21
Libro sesto: «Las torres de la Alhambra»
editarMás allá de la torre de Comares,
De la Alhambra rëal siguiendo el muro,
Recuerdo de los blancos alminares
De Damasco y esbelto cual seguro,
Dominando alamedas seculares
De frescas sombras y de ambiente puro,
Se alza un torreoncillo de arabesco
Estilo, aéreo, blanco y pintoresco.
Su cabeza gentil no se levanta
Coronada de sólidas almenas.
Ni su robusta construcción espanta
Con aspilleras de espingardas llenas.
Defiéndenle no más soledad santa
Y quietud misteriosa, y bien agenas
De apariencia marcial, siempre cerradas
Sus celosias con primor caladas.
Tal vez despide al despuntar el día
En espirales mil humo de aromas
Oual pebete oriental su celosía:
Tal vez los ecos de las verdes lomas
Despierta por la noche la harmonía
De los cantos que ecsala, y las palomas
Y aves, á quienes place su murmullo.
La aduermen con sus trinos y su arrullo.
Es esta torrecilla solitaria
Un sagrado alminar, y su clausura
Destinada no más á la plegaria
De la mañana, goza el áura pura
Del valle y la extensión y vista varia
De la vega feraz desde su altura.
Es el mirab del rey do sólo él ora,
Y tal vez la muger que le enamora.
Hoy, con escarnio de la Fé, le habita,
Transformando en harén de sus amores
El alminar de la oración bendita
Y en camarín de sueños tentadores,
Zoraya, la insolente favorita:
Destinando sus áureos miradores
De su ocioso mirar para recreo,
Para atalaya de su vil deseo.
Alcánzase desde ellos la sombría
Torre que guarda á la rival sultana,
Y ella afanosa sin cesar espía
Desde allí la prisión de la Africana.
Por eso ocupa el mirador que impía
Con su presencia criminal profana:
Mas Dios á su rival tendió la mano
Y ya, libre Boabdil, la espía en vano.
Sobre campo y ciudad el delicioso
Mirab descuella como herguida palma;
Y es en verdad lugar maravilloso
Para elevar al Criador el alma,
Ya del alba temprana en el reposo,
Ya de la noche en la apacible calma:
Y el Moro y el Judío y el Cristiano
Ten desde allí del Criador la mano.
¡Quién no te cree, Señor, quién no te adora
Cuando, á la luz del sol en que amaneces,
Ye esta rica ciudad de raza mora
Salir de entre los lóbregos dobleces
De la nocturna sombra, y á la aurora
Abriendo sus moriscos ajimeces
Ostentar á tus pies lozana y pura,
Perfumada y radiante su hermosura!
Yo te adoro, Señor, cuando la admira
Dormida en el tapiz de su ancha vega;
Yo te adoro, Señor, cuando respiro
Su áura salubre que entre flores juega;
Yo te adoro, Señor, desde el retiro
De esta torre oriental que el Dáuro riega;
Y aquí tu omnipotencia revelada,
Yo te adoro. Señor, sobre Granada.
¡Bendita sea la potente mano
Que llenó sus colinas de verdura.
De agua los valles, de arboleda el llano,
De amantes ruiseñores la espesura,
De campesino aroma el aire sano.
De nieve su alta sierra, de frescura
Sus noches pardas, de placer sus días
Y todo su recinto de armonías!
Yo te conozco ¡oh Dios! en los rumores
Que á este árabe balcón me trae el viento
Perfumado entre pámpanos y flores,
Y armonizado con el grato acento
De las aves de abril. Tantos primores
Producto son de tu divino aliento;
Porque á tu aliento creador se aliña
Con sus mejores galas la campiña.
Tú soplas ¡oh Señor! desde la altura
Y saltan los collados de alegría,
Y se cubre de flores la llanura,
Y se llenan los bosques de armonía,
Y se aduermen las aguas en la hondura,
Y sin nublados resplandece el día:
Que en tus ojos la vida reverbera
Y es tu aliento, Señor, la primavera.
Y no hay región recóndita en el mundo
En donde más tu majestad se ostente,
Donde sea tu aliento mas fecundo.
Ni la tierra en tu prez mas diligente.
Señor, tú estás aquí; tú en lo profundo
Brillas aquí del corazón creyente;
Tú estas aquí; tu trono y tu morada.
Trás este cielo azul, sobre Granada.
Dame ¡oh Señor! de querubín aliento,
Porque pueda esta vida transitoria
Emplear en cantar con digno acento
En medio de este edén tu inmensa gloria:
Y al lanzar desde aquí mi voz al viento
Dando á Granada su oriental historia,
Purifique, Señor, mi arpa cristiana
El impúdico harén de una Sultana.