El príncipe (1854)/Capítulo XXVI

El Príncipe (1854)
de Nicolás Maquiavelo
Capítulo XXVI
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.
CAPITULO XXVI [1]

Exhortacion para libertar la Italia del yugo de los estranjeros.

Cuando repaso las materias que contiene este libro, y me detengo a examinar si las circunstancias en que nos hallamos serán o no favorables para el establecimiento de un gobierno nuevo, que fuese tan ventajoso para Italia, como honroso a su autor, me parece qne no ha habido ni habrá tiempo mas oportuno de llevar a ejecucion una empresa tan gloriosa.

Si fue preciso que el pueblo de Israel estuviera esclavizado en Ejipto para apreciar las raras prendas de Moisés; que los Persas jimiesen en la opresion de los Medos para conocer todo el valor y la magnanimidad de Ciro; en fin, si los Atenienses no hubieran percibido tan vivamente la importancia de los beneficios de Teseo, a no haber esperimentado los males inherentes a la vida errante y vagamunda; ha sido necesario tambien que, para apreciar el mérito y talento de un libertador de Italia, se viera nuestro infausto pais maltratado mas cruelmente que la Persia; que sus habitantes hayan estado mas dispersos que los Atenienses; y en fin, que hayan vivido sin leyes y sin jefes, saqueados, divididos y esclavizados por los estranjeros.

Alguna vez, en verdad, han aparecido varones de un mérito tan singular, que pudiera habérseles creido enviados por Dios para libertarnos; pero no parece tambien sino que la fortuna celosa se empeñó en abandonarlos en la mitad de su carrera [2]; de suerte que nuestra desgraciada patria jime todavía exánime, y se consume esperando algun redentor que ponga fin a la devastacion y frecuente saqueo de la Lombardía, de la Toscana y del reino de Napoles; pide al cielo que levante algun príncipe poderoso para sacarla del yugo pesado y aborrecible de los estranjeros, para cicatrizar las hondas llagas que tiene abiertas tanto tiempo ha, y para conducirla bajo sus estandartes a una victoria permanente contra tan crueles opresores.

Pero ¿en quién podrá la Italia poner los ojos sinó en vuestra casa, que, sobre hallarse visiblemente favorecida del cielo, y en el dia encargada del gobierno de la Iglesia [3], posee además la sabiduría y el poder necesarios para intentar una empresa tan noble? Yo no creo que os presente obstáculos invencibles la ejecucion de este proyecto, si considerais que los grandes príncipes, que os pueden servir de norma, no eran mas que hombres poderosos como vos, aunque su mérito les haya elevado sobre los demas de su especie; y a la verdad ninguno de ellos se halló en una situacion tan favorable como la vuestra. Debo añadir que, estando tambien la justicia de vuestra parte, su causa no podia ser mas lejítima, ni Dios estar por ellos mas bien que por vos. Toda guerra es justa desde que es necesaria; y es humanidad tomar las armas por la defensa de un pueblo, cuando está en ellas su único y postrer recurso. Todas las circunstancias concurren a facilitar la ejecucion de un designio tan noble; y basta para llevarle a buen término, caminar por las huellas que dejaron los hombres ilustres que os he dado a conocer en el discurso de esta obra. ¿Es acaso necesario que hable el cielo? Pues ya ha manifestado tambien su voluntad por señales prodijiosas. Se ha visto al mar abrirse y dar paso por sus abismos; a una nube señalar el camino que se debe seguir; brotar agua de una roca, y caer maná del cielo. Todo lo demas debemos hacerlo nosotros, pues Dios no nos ha dotado de intelijencia y de voluntad sinó es para alcanzar a porcion de gloria que nos está reservada.

Si ninguno de nuestros príncipes ha podido hasta ahora hacer lo que se espera de vuestra ilustre casa, y si la Italia ha sido en sus guerras constantemente desgraciada, consiste en que no ha acertado a reformar sus instituciones militares aboliendo el antiguo método de pelear, y tomando otro mas adaptable a las luzes del dia.

Nada honra mas a un principe nuevo, ni influye tanto en alcanzarle la admiracion y respeto de sus súbditos, como las instituciones y leyes nuevas que establece, cuando estas son buenas y van acompañadas de un carácter de grandeza. La Italia se halla indudablemente bien dispuesta para recibir nuevas formas. A sus habitantes de ningun modo les falta valor; les faltan buenos jefes: y prueba de esto es, que los italianos son muy diestros en los desafios y en otras contiendas particulares, al paso que en las batallas aparece casi apagado su coraje. Un fenómeno tan raro no puede atribuirse sinó a la debilidad e impericia de los oficiales, que no saben hacerse obedecer por aquellos que conocen o presumen conocer el oficio de la guerra; y así vemos que las órdenes de los principales capitanes de nuestro tiempo no se han ejecutado jamás con exactitud y celeridad. Hé aquí porqué los ejércitos levantados en Italia para las guerras que hemos tenido de veinte años acá, han sido casi siempre derrotados. Basta acordarse de las batallas de Tar, Alejandría, Capua, Génova, Vaila, Bolonia y Maestri.

Proponiéndose, pues, vuestra ilustre casa imitar a aquellos antepasados nuestros, que libertaron a su pais del dominio de los estranjeros, debe antes de todo formar una milicia nacional, que es la única buena, y en cuya fidelidad puede tenerse confianza; siendo de notar que, aun cuando cada soldado en particular sea bueno, llegarán a ser todavía mejores todos reunidos, viendo que el príncipe los lleva por sí mismo al combate, los honra y recompensa.

Siguese de aquí que es indispensable tener tropas sacadas del mismo pais, si se quiere que este no sea invadido por los estranjeros. La infantería suiza y la española son muy apreciables; pero ni la una ni la otra carecen de defectos que pueden evitarse en la formacion de la nuestra, y hacerla superior a ellas. Los españoles no pueden resistir el choque de los escuadrones, ni los suizos sostenerse al frente de una infantería tan valiente y obstinaba como la suya, sin volverle la espalda. En efecto, se ha visto y se verá mucho tiempo que las tropas de infantería española no pueden resistir el choque de la caballería francesa, y que a la infantería suiza puede arrollarla la infantería española. Si se dudara de este último supuesto, traería a la memoria la batalla de Rábena [4], en que la infantería española peleó con las tropas alemanas, que guardan en el combate el mismo orden que los suizos. Habiéndose arrojado los españoles con la impetuosidad que acostumbran, y abrigados con sus broqueles, en medio de las picas de los alemanes, fueron estos precisados a replegarse; y hubieran sido derrotados enteramente, a no haber caido sobre los españoles la caballería.

Trátese, pues, de formar una milicia que no tenga los defectos de la infantería suiza, ni los de la española, y que pueda sostenerse contra la caballería francesa: nada hay mas propio para que un príncipe nuevo ilustre su reino y adquiera una gran reputacion.

Es harto escelente para dejar perder la ocasion que se presenta, y ya es tiempo que la Italia vea quebrantadas sus cadenas. ¿Con qué demostraciones de gozo y de reconocimiento recibirían a su libertador estas desgraciadas provincias que jimen tanto tiempo ha bajo el yugo de una dominacion odiosa? ¿Qué ciudad le cerraría sus puertas, o qué pueblo sería tan ciego que rehusara obedecerle? ¿Qué rivales tendría que temer? ¿Habría un solo italiano que no corriera a rendirle homenaje? Todos se hallan ya cansados de la dominacion de estos bárbaros. Dígnese vuestra ilustre casa, fortalecida con todas las esperanzas que da la justicia de nuestra causa, formar una empresa tan noble, a fin de que recobre nuestra nacion bajo vuestras banderas su antiguo lustre, y sea tal que pueda cantar con mejores auspicios aquellos versos de Petrarca:

Virtú contro al furore

Prenderá l'arme, e fia il combatter corto,

Che l' antico valore

Negl' italici cuor non é ancor morto.


  1. Este capítulo está suprimido en varias traducciones a diversos idiomas; pero nosotros hemos creido conveniente no mutilar en nada la obra.
  2. Parece que el autor hace aquí alusion al P. Savenarois. (Véase su Historia de Florencia).
  3. Julian de Médicis, electo papa en el año de 1513, y que tomó el nombre de Leon X, llamado comunmente el restaurador de las bellas letras.
  4. Se dio el dia 11 de abril de 1542; y aunque en ella quedó victoriosa la Francia, tuvo que llorar la pérdida irreparable del vencedor, el malogrado jóven Gaston de Foix, sobrino de Luis XII. No contento con haberle cubierto de gloria delante de Rávena, de haber antes rechazado un ejército de suizos, y lanzado al papa de Bolonia, atravesando rápidamente cuatro rios, perseguía a un cuerpo de españoles que iba de retirada, cuando fue muerto.

El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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