​El Anti-Maquiavelo​ (1854) de Federico II el Grande
Capítulo VI
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

Si los hombres estuvieran esentos de pasiones, podriamos perdonar a Maquiavelo el deseo de infundírselas: su obra sería entonces comparable a la de Prometéo, que robó fuego del Cielo para animar a sus autómatas. Pero no sucede así, porque no existe, ni ha existido jamás hombre alguno sin pasiones. Cuando son moderadas, las pasiones son, en efecto, el alma de la sociedad; pero cuando no se les pone freno, causan su ruina.

De todos los sentimientos que tiranizan al alma, no hay ninguno tan funesto al hombre, tan contrario a la humanidad, ni tan fatal para la tranquilidad del mundo, como la ambicion desenfrenada, o el amor escesivo a la falsa gloria. El desgraciado que nace con estas inclinaciones, es aun mas miserable que insensato. Indiferente a cuanto le rodea, no vive sinó en los tiempos futuros; nada basta en el mundo a satisfacerle, porque la hiel de su ambicion mezcla siempre su amargura al placer de sus alegrías.

Un príncipe ambicioso es mas desgraciado que un particular; porque, como su locura es proporcionada a su grandeza, es, por esto mismo, mucho mas intensa, mas indócil, y mas insaciable. Si los honores, si el engrandecimiento, sirven de pasto a las pasiones de los particulares, la ambicion de los monarcas se alimenta de provincias y de reinos; y como es mas fácil obtener empleos y honores que conquistar reinos y provincias, de aqui es que los particulares pueden satisfacerse mas facilmente que los príncipes.

Maquiavelo propone a estos los ejemplos de Moisés, de Ciro, de Rómulo, de Teseo y de Hierón, tirano de Siracusa. Facilmente pudieramos aumentar este catálogo añadiendo los nombres de algunos maestros de sectas, como Mahoma en Asia, Mango Capak en América, Odin en el norte, y otros muchos diseminados por la tierra. Tambien me permitirán los jesuitas del Paragüay que los incluya en esta lista; de lo que no puede menos de resultarles honor y gloria puesto que figuran al lado de grandes legisladores.

La mala fe con que el autor emplea estos ejemplos es muy digna de notarse: bueno será despojar al seductor de su astucia y malignidad.

Maquiavelo nos presenta la ambición por el lado mas favorable, si es que puede haberlo: nos habla de los ambiciosos que han sido favorecidos de la fortuna; pero calla los nombres de aquellos que han sido víctimas de sus pasiones. Eso se llama engañar a las jentes, y no puedo menos de observar aqui que Maquiavelo representa en este capítulo el odioso papel de charlatan del crimen.

¿Porqué, al hablar del lejisladorde los judios, del primer monarca de Atenas, del conquistador de los Medas, o del fundador de Roma, cuyos designios fueron coronados de un éxito feliz, no se nos cita al mismo tiempo el ejemplo de algunos jefes de partido que sucumbieron a la desgracia, para enseñarnos que, si la ambicion engrandece a algunos hombres, es tambien causa de la perdicion de muchos? ¿No hemos visto a un Juan de Leida, jefe de los Anabatistas, tenaceado, quemado y ahorcado en una jaula de hierro en Munster? Si Cronwell fué dichoso en sus empresas, su hijo, que heredó su ambicion, ¿no fué derribado de su trono? ¿no vió colgar de la horca el cadáver desfigurado de su padre? ¿No hemos visto a tres o cuatro judios que se dieron el nombre de Mesías, despues de la destruccion de Jerusalen, ser condenados a morir en medio de atrozes suplicios; y al último de ellos terminar su carrera sirviendo de galopín de cocina en el palacio del Sultan, despues de haberse convertido al islamismo? Si Pepino destronó a su rey con la aprobacion del Papa, ¿no murió al propio tiempo asesinado el duque de Guisa por haber querido imitar el ejemplo de Pepino con la misma aprobacion del Santo Padre? Y finalmente, ¿no podemos contar mas de treinta jefes de sectas distintas y otros miles ambiciosos que han sufrido muerte violenta?

Por otra parte, me parece que Maquiavelo procede con harta lijereza al colocar a Moisés al lado de Rómulo, Ciro y Teseo, porque Moisés estaba inspirado o no lo estaba: si carecía de esta inspiracion divina, cosa que no me atrevo a suponer, merece que se le considere como un impostor que hacia uso del nombre de Dios como pudieran los poetas emplear sus dioses mitolójicos cuando quieren hallar el desenlaze de un drama: Moisés , considerado como instrumento único de la Providencia, tal como lo pinta nuestra relijion, no puede ciertamente compararse con otros lejisladores que solo han sido dotados de la escasa humana sabiduría; pero Moisés considerado como hombre, no puede sostener comparacion con Ciro, con Teseo y con Hércules; por que ni edificó ciudades, ni estableció grandes imperios, ni fundó el comercio, ni hizo florecer las artes, ni dió propiedad a su pueblo: antes bien no supo sinó conducirle a un desierto, y lejos de pensar en multiplicar el número de sus prosélitos, causó la muerte de veinte y tres mil de ellos que sucumbieron bajo el puñal de otras tribus amigas.  Por otra parte, confieso con toda injenuidad que se necesita mucho jénio, mucho valor, mucha prudencia y sagazidad para igualarse con Thereos, Ciros y Rómulos; pero no por eso me atrevo a decir que convenga dar a estos héroes el epíteto de virtuosos. El valor y la sagazidad son tan comunes en los salteadores de caminos como en los héroes: la diferencia estriba en que el conquistador es un ladron ilustre, y el otro es un ladron de baja esfera; el uno alcanza laureles en premio de sus violencias, y el otro recibe en pago un dogal a la garganta.

Todo el que aspira a avasallar a sus semejantes se ve obligado a ser impostor y sanguinario. Los jefes de los fanáticos de los montes Cevenas se decian inspirados del Espíritu Santo, y mandaban degollar en su presencia a todos aquellos que el Santo Espíritu les señalaba como víctimas. Y estos malvados que, protejidos por la inespugnable aspereza de sus montañas, se reian de Dios y de los hombres, eran sin embargo muy dignos de ser encomiados por su valor: en tiempo de Johe y de Zoroastro hubieran pasado por Dioses. Cuando los hombres vivían en estado salvaje, un Roland, un Cavalier o un Juan de Leida, hubieran sido otros tantos Alcides y Osiris; pero hoy dia un Osiris o un Alcides de aquellos tiempos no conseguirían distinguirse de los demas hombres.

Réstame ahora hacer algunas observaciones sobre el ejemplo de Hierón de Siracusa, que Maquiavelo propone por modelo á los que intentan elevarse con la ayuda de sus amigos y de sus soldados.

Hierón se deshizo de sus soldados y de sus amigos, que le habian ayudado fielmente en la ejecucion de sus designios, contrayendo despues nuevas amistades y levantando nuevas tropas; y yo sostengo, a despecho de Maquiavelo y de los príncipes ingratos, que la política de aquel tirano no pudo ser peor en aquella ocasion, y que es mucho mas prudente fiarse de tropas cuyo valor se ha esperimentado, y de amigos cuya fidelidad ha sido probada, que entregarse en manos de desconocidos, que no pueden nunca inspirar absoluta confianza. El lector podrá llevar mas lejos la deduccion de estas premisas; estoy seguro que los que aborrezcan la ingratitud y conozcan lo que es la verdadera amistad, tendrán mucho que decir sobre esta materia.

Debo ademas llamar la atencion del lector sobre el estraño significado que tienen las palabras en boca de Maquiavelo. Cuando dice, «la virtud no existe sinó cuando la ocasion le permite manifestarse:» quiere decir que los impostores y los temerarios no podrían hacer uso de sus talentos si no se les presentasen ocasiones favorables. Traducirle de otro modo seria engañarse; los pasajes oscuros de este autor solo pueden aclararse con el lenguaje del crimen.

Y ahora diré, al concluir este capítulo, que solo admito dos casos en que un individuo particular puede elevarse a la dignidad real sin que se le impute a crímen: cuando es elegido por el pueblo ó cuando salva la patria. Sobieski en Polonia, Gustabo Vassa en Suecia y los Antoninos en Roma se hallan en estos casos. Sea, pues, en buen hora César Borja modelo de los Maquiavelistas: el mio lo será siempre Marco Aurelio.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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