El Anti-Maquiavelo (1854)
de Federico II el Grande
Capítulo XXIII
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

No hay un libro de historia ni de moral en que no se censure severamente el amor que suelen tener los príncipes a la adulacion. Queremos que los reyes sean amigos de la verdad, que sus oidos se acostumbren a ella, y con razon lo deseamos. Pero tambien queremos que tengan suficiente amor propio para amar la gloria, en lo cual veo casi una contradiccion: porque exijir de un príncipe acciones grandes y loables, y pretender al mismo tiempo que renuncie a la única recompensa que cabe dispensarles, es exijir demasiado de la humana naturaleza; y es contradictorio querer que se afane por merecer elojios, y que los desprecie despues de merecidos. Mucho honor hacemos a los príncipes si creemos que puedan ejercer mas imperio sobre sí mismos que sobre los demas; y no debemos olvidar que el desprecio de la virtud proviene de la indiferencia con que miran algunos su buena o mala reputacion.

«Contemptus virtutis ex contemptu famæ.»

Es tambien digno de notarse que los príncipes insensibles a su reputacion, han sido comunmente indolentes o voluptuosos, cuerpos viles y corrompidos, incapazes de toda virtud. Tambien los ha habido tiranos y crueles, que han gustado de la adulacion; pero esta odiosa vanidad es un vicio mas que los afea, porque, lejos de merecer elojios, sus hechos han sido y son el oprobio de la humanidad.

Para un príncipe vicioso, la lisonja es un veneno mortal que fecundiza la semilla de su natural corrupcion; para el virtuoso, es una mancha que enmohece y empaña el brillo de su gloria.

Es preciso distinguir la adulacion grosera de la astuta lisonja. Un hombre de talento rechaza la primera, pero rara vez sabe resistir a la segunda. Hablo de ese arte sofístico que emplean algunos con tanta habilidad para disimular los defectos y justificar las pasiones; que sabe dar a la crueldad la apariencia de justicia; que confunde la prodigalidad con la liberalidad, el vicio con el placer; y que cuida sobre todo de exajerar los vicios de los demás para que resalten menos los defectos del heroe. La mayor parte de los hombres caen en los lazos de estos aduladores, que, sin mentir por completo, hallan escusas para toda clase de acciones; y mucho menos podrán tratarlos con desden o rigor cuando les alaban sus buenas cualidades.

La lisonja que se funda sobre una base sólida es la mas sagaz de todas; es preciso tener muy fino el discernimiento para poder distinguir aquello que añade por via de adorno a la verdad desnuda. Un adulador fino no irá en pos del soberano a los campos de batalla con un séquito de poetas que canten sus gloriosos hechos; ni cometerá la torpeza de escribir dedicatorias, prólogos o epístolas en verso alejandrino; ni menos tratará de aturdir al heroe con una pomposa narracion de sus victorias; antes estudiará la verdad sencilla, hablara poco y con timidéz, pero siempre afectando la mayor inocencia. ¿Cómo es posible que un príncipe chistoso o epigramático se enfade de que un amigo celebre en voz baja su buen humor? Como se podía esperar que Luis XIV, que reconocía con orgullo la imponente majestad de su propia persona, se enfadase contra aquel viejo oficial que temblaba al dirijirle la palabra, y le dijo interrumpiéndose : «¿Al menos V. M. se dignará creer que nunca he temblado así delante de sus enemigos?»

Los príncipes que han sido simples particulares antes de ser reyes, podrán tal vez acordarse de lo que fueron y huir de los peligros de la adulacion; pero los que han reinado siempre, se nutren de incienso como los Dioses, y morirían de consuncion si les faltasen aduladores.

Sería, pues, mas justo que compadeciéramos a los reyes en vez de condenarlos. Los aduladores, y sobre todo los calumniadores, son los que merecen el odio del publico, asi como son dignos de castigo los que les ocultan la verdad. Pero repito en conclusion que no debemos confundir la lisonja con la adulacion. Trajano se sentía estimulado a la práctica de la virtud por el panegírico de Plinio; mientras que Tiberio se encenagaba mas y mas en el vicio por la adulacion de los senadores.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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