El príncipe (1854)/Capítulo XIV

El Príncipe: precedido de la biografía del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España (1854)
de Nicolás Maquiavelo
traducción de Anónimo
Capítulo XIV
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CAPITULO XIV

De las obligaciones de un príncipe con respecto a la milicia.

El arte de la guerra es el único estudio a que deben dedicarse los príncipes, por ser propiamente la ciencia de los que gobiernan. De sus progresos en ella pende la conservacion de sus propios estados y su acrecentamiento; de modo que, por haberse aventajado en este estudio, han subido muchas vezes los simples particulares a la dignidad suprema, al paso que en otras cayeron de ella vergonzosamente los soberanos por entregarse a un cobarde y afeminado reposo. Ciertamente consiste la pérdida de los estados en el desprecio de un arte tan importante, y en su cultivo la adquisicion de otros nuevos, así como la estable y pacífica posesion de los adquiridos.

Francisco Sforcia de simple particular llegó a ser duque de Milan, porque tenia a su disposicion un ejército que sabía dirijir; y sus hijos, de duques que eran, quedaron reducidos a simples particulares, por no haber heredado el talento de su padre. Nada de estraño hay en esto, porque ninguna cosa contribuye tanto a que pierda un príncipe la autoridad de que goza, como el no ser capaz de ponerse al frente de sus tropas; y por lo mismo de nada debe cuidar tanto como de no envilecerse en el aprecio de sus súbditos, segun probaré después.

Así como no puede establecerse comparacion alguna entre los hombres armados y los inermes, del mismo modo sería absurdo esperar que los últimos mandasen y los primeros obedeciesen. Un príncipe desarmado no puede tener seguridad ni sosiego en medio de subditos armados; pues estos despreciarán siempre a los demas y le serán justamente sospechosos. ¿Y como podrían trabajar de comun acuerdo? En una palabra, el príncipe que no conoce el arte de la guerra no puede granjearse la estimacion de sus tropas, ni fiarse de ellas [1].

Tienen, pues, los príncipes necesidad de dedicarse enteramente al arte de la guerra, el cual exije, junto con un estudio o trabajo mental, el ejercicio de las armas. Comenzando por este último, debe esmerarse el príncipe en que sus tropas esten bien disciplinadas y ejercitadas con regularidad. La caza le acostumbrará mejor que cualquier otra cosa a la fatiga y al sufrimiento de las intemperies del aire; este ejercicio le enseñará tambien a observar los sitios y las posiciones, a conocer la naturaleza de los rios y de las lagunas, a medir la estension de las llanuras y de los montes; y al mismo tiempo irá adquiriendo el conocimiento topográfico del pais que ha de defender, y se habituará poco a poco a reconocer los lugares donde podrá luego conducir la guerra. Como, por ejemplo, los valles y llanuras de la Toscana, y del mismo modo los rios y pantanos, son semejantes a los de los otros países, el estudio de uno puede servir para el conocimiento de los demas.

Es ciertamente este estudio utilísimo para los que mandan ejércitos; y el jeneral que lo desprecie, no sabrá nunca encontrar al enemigo, ni guiar sus tropas, ni acamparlas, ni dar oportunamente una batalla. Los historiadores griegos y romanos alaban con mucha razon a Filopemen, príncipe de los Aqueos, por su aplicacion suma al estudio del arte militar durante la paz. En sus viajes se detenía muchas vezes con sus amigos, y les preguntaba cual de dos ejércitos tendría superioridad si el uno estuviese colocado sobre tal altura y ocupara el otro tal lugar; como aquel que suponía estar a su mando podría acercarse al contrario y presentarle batalla; como debería conducirse para hacer su retirada, o para dar caza al enemigo en caso que él se retirase. Proponíales del mismo modo todos los lances que pueden ocurrir en la guerra, escuchaba su dictámen con atencion, y por último daba el suyo fundándole. Así rara vez le sucedia ser sorprendido por sucesos imprevistos.

En cuanto a la parte del arte militar que se aprende en el gabinete, debe el príncipe leer la historia, poniendo particular atencion en las hazañas de los grandes capitanes, y examinando bien las causas de sus victorias y de sus derrotas; sobre todo conviene seguir el ejemplo de varios hombres célebres que se propusieron imitar algun modelo de la antigüedad y seguir sus huellas. Alejandro el Grande se inmortalizó procurando imitar a Aquiles; César imitando al mismo Alejandro; y Scipion a Ciro. De manera que, si nos tomamos el trabajo de confrontar la vida de Scipion, y la de Ciro escrita por Jenofonte, veremos que el romano fue jeneroso, afable, humano y continente, como su modelo.

Estas son las ocupaciones mas dignas de un príncipe sabio en tiempo de paz, a fin de que, si la fortuna se muda, pueda ponerse a cubierto de sus golpes.




  1. Se deja conocer que esto es únicamente aplicable al gobierno de uno solo y de un conquistador.

El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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