El Anti-Maquiavelo (1854)
de Federico II el Grande
Capítulo X
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

Desde que Maquiavelo escribió su libro del Príncipe ha cambiado completamente la faz del mundo; tanto, que si alguno de los grandes capitanes de Luis XII reapareciese entre nosotros, se hallaría tan perplejo como el soldado mas bisoño. Vería, por ejemplo, que hoy dia se hace la guerra con tropas tan numerosas, que a duras penas se consigue mantenerlas en campaña; lo cual no impide que, tanto en paz como en guerra, vivan a costa del Estado; no como antiguamente sucedía, que un puñado de hombres bastaba para ejecutar grandes empresas, despidiéndolos del servicio después de terminada la guerra. Vería tambien que, en vez de pesadas lanzas, arcabuzes jiratorios y férreas armaduras, tenemos vestidos uniformes, fusiles con bayonetas, métodos nuevos de instruccion militar, y sobre todo, que conocemos el arte de mantener y pagar nuestros soldados, cosa tan útil hoy dia como pudo serlo en otro tiempo el arte de batir al enemigo.

¿Y qué no diría el mismo Maquiavelo si pudiese ver la forma nueva del cuerpo político europeo: tantas y tan poderosas monarquías como hoy figuran en el mundo y que no existían en su tiempo: la mayor solidez y estabilidad del poder real: el sistema diplomático de negociar; y sobre todo, esto que hoy llamamos balanza europea que, estableciendo un equilibrio bien entendido entre los soberanos aliados, sirve de valla contra los ambiciosos, y garantiza la tranquilidad del mundo?

Todo esto ha producido un cambio tan jeneral en la política de las naciones, que no es posible tengan hoy aplicacion las máximas de Maquiavelo. A demostrar esto mismo, se limitarán mis observaciones sobre el presente capítulo.

Maquiavelo supone que un príncipe que poseyera gran estension de territorio, mucho dinero y numerosas tropas, podría resistir con sus propias fuerzas los ataques de sus enemigos sin ayuda de aliados. Yo me atrevo a contradecirle, y sostengo que, por muy temible que sea un príncipe, no podrá rechazar por sí solo a sus enemigos poderosos; siéndole en todo caso indispensable el apoyo, cuando menos, de otros príncipes aliados. Cuando hemos visto a Luis XIV, el príncipe mas formidable de la Europa, próximo a sucumbir en la guerra de la sucesion de España, y que por falta de aliados, apenas pudo hacer frente a la liga de tantos reyes interesados en su derrota, con mayor razon se espondrá a perder su trono todo príncipe que, siendo inferior a Luis XIV, permanezca aislado en sus estados, sin formar alianza con sus vecinos.

Suele decirse, con poca reflexion, que los tratados son inútiles porque rara vez se cumplen en todas sus partes, siendo los modernos estados tan poco escrupulosos en su observancia como lo fueron los antiguos. A esto respondo que, si bien hay ejemplos en la historia antigua, y aun en la contemporanea, de príncipes que han faltado a la fe de sus compromisos, creo, no obstante, que es útil y ventajoso para las naciones estipular tratados de mutua alianza; porque cuantos mas aliados tenga un príncipe, tantos menos enemigos tendrá que combatir; y aun suponiendo que lleguen a negarle socorros en caso de guerra, conseguirá al menos obligarlos a mantenerse neutrales.

Maquiavelo habla en seguida de esos príncipes microscópicos, soberanos en miniatura, que no pueden mantener tropas en pie de guerra a causa de la pobreza y pequeñez de sus estados. A estos aconseja con empeño que fortifiquen sus ciudades capitales, a fin de poderse encerrar en ellas con sus soldados en caso de guerra.

Los príncipes italianos a que alude Maquiavelo, no son ni soberanos ni individuos particulares; son en cierto modo hermafroditas, que participan de ambas naturalezas. Su reputacion de grandes señores está circunscrita al círculo de sus domésticos. Yo creo que lo mejor que se les puede aconsejar es que traten de modificar en lo posible la exajerada idea que tienen de su propia grandeza, y el culto que tributan a sus ilustres antepasados y a sus viejos pergaminos. Las personas sensatas dicen que mejor harían esos príncipes en figurar como señores bien acomodados; y en todo caso, podrían mantener una tropa de guardas para impedir que los ladrones asaltasen sus ventanas, si es que hay ladrones tan hambrientos que vayan a sus palacios a buscar que comer. Por lo demas, obrarían como hombres cuerdos si echasen por tierra sus murallas, y depusiesen su necio orgullo, que les obliga a subir en zancos para finjir lo que no son.

Este consejo está basado en las lecciones de la esperiencia. En jeneral, los príncipes pequeños, y en particular los de Alemania, se arruinan por los escesivos gastos que necesitan hacer para conservar un viso de grandeza, sin que su vanagloria les permita tener en cuenta la escasez de sus recursos. Toos ellos se sacrifican por sostener el honor de su casa; la vanidad los sepulta a vezes en la miseria y conduce a muchos al hospital. Hasta el menor de los menores descendientes de un príncipe reinante quiere parecerse en algo a Luis XIV; todos quieren tener su Versalles y sus queridas; todos quieren tener tropas a su servicio; y hay ejércitos tan completos en su organizacion y, sin embargo, tan diminutos, que apenas podrían representar una batalla en el teatro de Verona.

Es inútil de todo punto que estos príncipes fortifiquen la capital de su residencia, como Maquiavelo les aconseja, porque nunca se verán en el caso de tener que sostener un sitio contra sus rivales. Cuando riñen o se querellan entre sí, otros príncipes de mas valimiento, interesados en conservar el órden, les proponen su mediacion, que se ven obligados a aceptar; de modo que, por mas que sueñen con la guerra, siempre terminarán sus discordias como hasta aquí: con una plumada de sus protectores.

Por otra parte, ¿de qué le servirían sus fortalezas si tratasen de resistir a los grandes soberanos? Aunque fuesen capazes de sostener un sitio como el de Troya contra sus pequeños enemigos, es probable que no resistieran contra un monarca poderoso lo que resistió Jericó a vista de los Israelitas.

En el caso de una guerra jeneral, es mucho mayor su compromiso; porque, si quieren permanecer neutrales y encerrarse en sus castillos, serán el blanco de los ejércitos; y si se adhieren a una de las partes belijerantes, tendrán que franquear sus pobres fortalezas y esponerlas a los embates del enemigo.

Las ciudades imperiales de Alemania son muy distintas hoy en dia de lo que eran en tiempo de Maquiavelo. Un solo cohete, una órden escrita del emperador bastaría hoy para que se sometiesen. Todas ellas están mal defendidas, con viejas murallas y guarnecidas de torreones que casi han perdido el equilibrio, y circundadas de fosos casi terraplenados por la continua caida de tierras y piedras que se desprenden de sus paredes. Tienen pocas tropas de guarnicion, y esas mal disciplinadas. Sus oficiales son, o la escoria de la Alemania, o momias viejas e incapazes de servicio. Hay algunas ciudades que tienen artillería; pero no la bastante para oponerse a las tropas del emperador, quien, por su parte, no deja de recordarles de vez en cuando su superioridad.

Para concluir, dire que el arte de hacer la guerra, de dar batallas y de atacar o defender fortalezas, está reservado unicamente a los grandes príncipes; y que los que quieren imitarlos, sin tener fuerzas para ello, se asemejan al heroe de la fábula que remedaba el estampido del trueno, y se creía igual a Júpiter tonante.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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