​El Anti-Maquiavelo​ (1854) de Federico II el Grande
Capítulo VII
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

Compárese el príncipe de Fenelon con el de Maquiavelo. En el primero vemos retratado el carácter de un hombre de bien: la bondad, la justicia, la equidad, todas las virtudes, en fin, llevadas a un grado eminente de perfeccion; parécenos entrever una de esas intelijencias puras, destello de la gran sabiduría que preside al gobierno del mundo. En el segundo, por el contrario, vemos la perversidad, la impostura, la perfidia, la traicion y todos los crímenes reunidos; vemos, en fin, un monstruo que el mismo infierno no podría abortar sin trabajo. Y, si bien es cierto que la naturaleza humana se asemeja demasiado a la de los ánjeles en el poema del Telémaco, es tambien evidente que se aproxima mucho a la de los demonios infernales en el libro del Príncipe de Maquiavelo. César Borja, duque de Valentino es el modelo por el cual forma el autor el carácter de su principe; el tipo que recomienda descaradamente como digno de ser imitado por todos aquellos que aspiren a engrandecerse con la ayuda de sus amigos o de sus armas. Creo, pues, necesario que el lector conozca a fondo quien era César Borja, para que pueda formarse una idea exacta del héroe y de su panejirista.

No hay jénero alguno de crimen que no haya cometido César Borja; mandó asesinar a su hermano, rival suyo en gloria y en amores, casi a vista de su propia hermana; dispuso la matanza de los suizos todos del papa, por vengarse de algunos de ellos, que habían hecho ofensa a su madre; despojó a varios cardenales y ricos magnates por satisfacer su sed de oro; usurpó los estados de la Romanía al duque de Urbino, su lejítimo posesor, y dió muerte violenta al feroz Orco, su amigo y complice; tramó en Sinigaglia la muerte de varios príncipes, cuya vida creyó ser un obstáculo al logro de sus fines; mandó arrojar al rio a una dama de Venecia de cuya virtud había abusado. Pero, ¿a qué me canso en enumerar los crímenes que se cometieron por mandato suyo? ¿Acaso es posible contarlos? Tal fue, sin embargo, el hombre que Maquiavelo prefiere a los grandes jenios de su tiempo y aun a los héroes de la antigüedad, y cuya vida y hechos juzga dignos de servir de ejemplo a los hijos predilectos de la fortuna. Pero estas lijeras aclaraciones no me satisfacen; debo combatir a Maquiavelo detalladamente, a fin de que los que piensan como él no se valgan de subterfujios, ni puedan poner a cubierto su osada perversidad.

César Borja fundó el edificio de su propia fortuna sobre la ruina de los príncipes de Italia. Sembrar la discordia entre sus vecinos para debilitarlos, y poder luego impunemente usurparles todos sus bienes; tal era su lójica, tal es la lójica de los malvados. Necesitaba un aliado poderoso que sancionase sus demasías: fue pues, preciso que el papa Alejandro VI sancionase por su parte el monstruoso matrimonio de Luis XII con Ana de Bretaña, para que el rey de Francia consintiera en ser aliado de César Borja. De este modo han obrado siempre los que, debiendo dar ejemplo a los demas, han sacrificado los intereses de la relijion a los intereses personales. Si el primer matrimonio de Luis XII carecía de algun indispensable requisito de lejitimidad, el papa hubiera debido impedir su celebracion, hasta donde alcanzase su poder; y si, por el contrario, era válido, nunca debió el Pontífice Romano consentir que se anulase.

Para hacerse partidarios, Borja sobornó con ricos presentes a los amigos y vasallos de la casa de Urbino: no se lo imputemos a crimen, ya que el soborno suele a vezes disfrazarse con máscara de esplendidez o beneficencia; pero su intencion era deshacerse de algunos príncipes de aquella casa ducal, de Vitelozzo, de Oliveroto de Fermo y otros; y con este objeto, dice Maquiavelo que tuvo Borja la prudencia de atraerlos a la ciudad de Sinigaglia, donde fueron alevosamente asesinados por órden suya. Abusar de la buena fe de los hombres, emplear infames astucias, el dolo, la traicion, el perjurio y el asesinato, he aquí a lo que llama prudencia el doctor de la perversidad. Y yo pregunto: ¿es prudente enseñar a los hombres a ser perjuros y a engañarse unos a otros? ¿Qué garantías podrá tener de la fidelidad de sus amigos o familiares quién así se mofa de la buena fe, y quebranta por sistema sus juramentos? El que da ejemplos de traicion a los demás debe vivir en guardia contra los traidores; y el que da lecciones de asesinato tema que algun dia le alcanze el puñal de sus discípulos.

Para hacer cesar las turbulencias que él mismo escitaba con su tiranía, Borja nombró gobernador de la Romanía al feroz Orco: vióse entonces al mas violento de los usurpadores, al mas falso de los perjuros, al mas bárbaro de los asesinos y envenenadores, ensañarse contra algunos rateros y jóvenes turbulentos, castigándolos con inhumanos suplicios por querer copiar en miniatura los enormes vicios de su tirano. Ejemplos muy distintos de consecuencia y de nobleza ha dado a sus súbditos el último rey de Polonia [1], cuya muerte ha promovido tantas disensiones en Europa. La ley sajona condenaba al adúltero a ser decapitado: ley bárbara, cuyo oríjen no examinaré, pero que parece mas conforme al carácter zeloso de los italianos que al moderado y paciente de los alemanes. Un desgraciado que delinquió fue sentenciado con arreglo a ella; pero Augusto, que debía firmar la sentencia, era demasiado sensible a los halagos del amor y a la voz de la humanidad. Su respuesta fue perdonar al criminal, y abolir al mismo tiempo una ley que a él mismo condenaba. Esta es la conducta de un hombre sensible y humano; pero César Borja castigaba como castigan los tiranos: con inhumana ferozidad.

Orco era acreedor cuando menos a la gratitud de su príncipe, cuyos designios había secundado con tanta prontitud como sumision; pero Borja, creyendo que podría atraerse las simpatías de sus maltratados súbditos, lo hizo descuartizar, para dar a entender que destruía para siempre el instrumento de su propia barbarie. Nunca es mas refinada la tiranía que cuando el tirano quiere vestirse con el armiño de la inocencia; nunca es mas sensible la opresion que cuando se escuda con la ley.

Borja preveía los acontecimientos que podían sobrevenirle a la muerte del papa, su padre; y a fin de precaverse contra ellos, fue poco a poco esterminando con el puñal o con veneno a todos aquellos cuyos bienes se había apropiado, temiendo que el nuevo pontífice, ayudado de los descontentos, se opusiera a sus continuas demasías. Los crímenes se enlazan forzosamente unos con otros como eslabones de una cadena: la sed de gloria y de placeres ocasiona gastos: para sufragarlos se necesitan riquezas: para obtenerlas, no hay medio mas cómodo que robarlas a sus lejítimos posesores: y para disfrutarlas con toda seguridad es preciso esterminar a las víctimas. Así raciocinan los bandidos. Entre los muchos desgraciados que Borja perseguía con tan siniestros fines, se hallaban algunos cardenales. El asesino les convidó a cenar en el palacio pontifical; pero quiso la Providencia que el papa y César Borja bebiesen por descuido el tósigo que destinaban a sus convidados. Alejandro VI sucumbió a sus mortales efectos; y Borja solo se libró de la muerte para arrastrar en cambio el peso de una viaa aventurera y miserable, digna recompensa de los viles asesinos.

Estas son, en resumen, la prudencia, la habilidad y las virtudes que Maquiavelo no se cansa de elojiar. Los mas elocuentes panejiristas, Bossuet, Flechier, Plinio, no podrían decir mas para ensalzar a sus héroes de lo que ha escrito Maquiavelo en elojio de César Borja. Si el autor hubiese querido escribir un poema haciendo gala de frases poéticas y de figuras retóricas, podríamos aplaudir la sutileza de su injenio, censurando la mala eleccion de su asunto; pero no se trata de cosa tan fútil: su libro es un tratado de política que pasará a la posteridad; es una obra séria, en la cual Maquiavelo se ha atrevido a tributar los mayores elojios al monstruo mas abominable de cuantos pudo el infierno vomitar en la tierra, sin temor de acarrearse el odio y el desprecio de las futuras jeneraciones.



  1. Federico Augusto II: murió en 1733.

El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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