​El Anti-Maquiavelo​ (1854) de Federico II el Grande
Capítulo IX
Nota: Se respeta la ortografía original de la época.


Exámen.

No hay sentimiento mas inseparable de nuestro ser que el sentimiento de la libertad. Desde el hombre mas culto hasta el mas bárbaro, todos estan igualmente poseídos de esta natural aspiracion; porque, así como nacemos sin cadenas, del mismo modo deseamos vivir sin que nos opriman ni tiranizen. Este espíritu de independencia y de arrogancia ha producido muchos grandes hombres en el mundo, y ha dado lugar a la formacion de los gobiernos republicanos, que, estableciendo la igualdad entre los hombres, les recuerda en cierto modo su primitivo estado.

Este capítulo contiene buenas máximas políticas para aquellos que logran subir a la cumbre del poder por el libre consentimiento de los jefes de una república, casi es este el solo caso en que Maquiavelo nos permite ser probos y virtuosos. Pero desgraciadamente este caso no llega nunca, porque los republicanos, zelosos con esceso de su libertad, desconfían de todo cuanto puede menoscabarla, y se alarman a la sola idea de monarquía. Pueblos se han visto en Europa que han sacudido el yugo de sus señores para gozar de su independencia y libertad; pero aun no sabemos de pueblo alguno que haya pasado voluntariamente del estado libre al estado de servidumbre.

 Cierto es que la mayor parte de las repúblicas conocidas han venido a caer, con el trascurso de los años, en las garras del despotismo; y aun me inclino a creer que esta desgracia inevitable les espera a todas ellas. Porque, ¿como podrá una república combatir siempre con buen éxito las infinitas causas que minan la libertad? ¿Como podrá contener la ambicion de los grandes, destruir las maquinaciones de sus vecinos, o impedir la corrupcion de los ciudadanos, mientras el interes siga siendo el móvil de las acciones humanas? Y ¿podrá siempre salir airosa de las guerras que le muevan las naciones enemigas? ¿Podrá siempre prevenir los acontecimientos imprevistos, que suelen favorecer, en momentos críticos y decisivos, la ambicion de los malos ciudadanos? Una república no saldrá jamás de este dilema: Si al frente de sus ejércitos figuran hombres cobardes o tímidos, no tardará en ser presa del enemigo: si, por el contrario, cuenta con grandes capitanes, valientes y atrevidos, estos mismos, terminada la guerra, serán peligrosísimos para su libertad.

Casi todas las repúblicas se han elevado del abismo de la tiranía a la cumbre de la libertad, y casi todas ellas han perdido su libertad para volver a caer en la esclavitud. Aquellos atenienses que en tiempo de Demóstenes ultrajaban publicamente a Filipo de Macedonia, se vieron obligados a postrarse a los pies de Alejandro; los romanos, que tanto parecían odiar el poder de los reyes, después de la espulsion del último Tarquino, llegaron a sufrir pacientemente la cruel tiranía de sus emperadores; y aquellos mismos ingleses, que llevaron al cadalso a Carlos I, porque había usurpado algunos de sus derechos, doblaron la frente ante el soberbio protectorado de Cromwell. Pero de aquí no se deduce que estas repúblicas se hayan entregado voluntariamente en manos de sus señores: estos ejemplos solo prueban que hubo hombres emprendedores y atrevidos, que supieron aprovecharse de las coyunturas favorables para subyugarlas contra su voluntad.

Del mismo modo que los hombres nacen, viven cierto tiempo, y mueren al fin por enfermedad o vejez, así las republicas se forman, florecen algunos siglos, y mueren finalmente por la audacia de algun ciudadano o por las armas de sus enemigos; porque todo muere en el mundo: los imperios mejor constituidos, las monarquías mas poderosas, tienen limitada su vida. Asimismo las repúblicas conocen que tarde o temprano dejarán de existir; y esto es causa de que desconfíen de las familias opulentas, porque ven en ellas el jérmen de la enfermedad que puede ocasionar su muerte.

Los verdaderos republicanos no cambiarán jamás su libertad por la mejor de las dominaciones: todos ellos dirán que vale mas depender de las leyes que del capricho de un hombre solo.



El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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