El príncipe (1854)/Capítulo VI

El Príncipe: precedido de la biografía del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España (1854)
de Nicolás Maquiavelo
traducción de Anónimo
Capítulo VI
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CAPITULO VI

De los nuevos estados que un Príncipe adquiere por su valor y por sus propias armas.

No se estrañe que en la relacion que voy a hacer de los principados nuevos, del príncipe y del estado, me valga solamente de los ejemplos que ofrecen las personas mas célebres. Casi siempre caminan los hombres por sendas trilladas antes por otros, y casi no obran por sí sinó por imitacion; pero como esta no puede ser exacta en un todo, ni suele ser posible llegar a la altura de aquellos que se toman por modelos, el hombre sabio debe únicamente seguir los caminos que abrieron otros, tenidos por superiores, e imitar bien a los que han sobresalido, a fin de que, si no se consigue igualarles, se le acerque a lo menos en alguna cosa. Cada uno, pues, deberá portarse como el ballestero prudente, que, cuando advierte que el blanco a que dirije sus tiros, se halla demasiado distante, considera la fuerza de su arco y apunta mas alto que el blanco, con el objeto de llegar siquiera a tocarlo.

Paso ahora a decir que las dificultades mayores o menores que se esperimentan para mantenerse en un principado absolutamente nuevo, dependen mucho de las prendas personales del que lo ha adquirido; así como llegar a ser príncipe desde simple particular, supone antes, o mucha fortuna, o gran talento, y con uno de estos dos medios debe allanarse la mayor parte de las dificultades. Sin embargo, se ha visto tambien sostenerse mejor aquel que ha contado menos con su fortuna; y tampoco hay duda de que proporciona ventajas al principe que no tenía otros estados el venir a domiciliarse en aquel de que se ha hecho Soberano.

Si hemos de hablar de los que llegaron a ser príncipes por su valor o por su talento, deben citarse en primer lugar Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo, etc.; pues, aunque parece al pronto que no debería hacerse mencion de Moisés, porque no fué mas que el ejecutor de las órdenes del cielo, merece, no obstante, nuestra admiracion, por haber sido escojido por Dios para manifestar su voluntad a los hombres.

Si examinamos con atencion la conducta de Ciro y de otros que adquirieron o fundaron reinos, la hallaremos digna de todo elojio; y se advertirá tambien que la direccion que siguió cada uno de ellos, no era diferente de la de Moises, aunque este tuvo tan grande maestro. Su vida y sus acciones probarán tambien que toda su fortuna consistió en presentárseles una ocasion favorable para introducir la forma de gobierno que parecía mas convenjente a sus nuevos estados, y en haberse sabido aprovechar de ella. Hubieran sido inútiles su valor y talento, si no se les hubiese presentado la ocasion de emplearlos, o si la hubieran malogrado por falta de las prendas personales correspondientes.

Era muy necesario, pues, que Moises encontrara a los israelitas esclavos en Ejipto, y aun oprimidos por los naturales de aquel país, para disponerlos a que le siguieran, por salir de esclavitud. Era necesario tambien que no encontrara Rómulo quien le criara en Alba, y que fuese abandonado desde su nacimiento, para que pudiese llegar a ser rey de Roma, fundando esta ciudad, que hizo patria suya. Ciro debió encontrar a los Persas mal contentos con el imperio de los Medos, y a los Medos afeminados por una larga paz. Ultimamente, Teseo no hubiera podido dar muestras de su valor a no haber hallado dispersos a los Atenienses. Estas ocasiones son las que proporcionaron a aquellos hombres ilustres el buen éxito de sus empresas, y de las que supo su talento aprovecharse para que hicieran célebre su patria y la engrandecieran.

Los que llegan al rango eminente de príncipes por medios semejantes a los de estos héroes, adquieren la soberanía superando arduas dificultades; pero la conservan tambien sin trabajo. Las dificultades que esperimentan, nacen en parte de las mudanzas que necesitan introducir para establecer su gobierno, y afianzar la seguridad de su dominio; como que nada es mas difícil, ni de éxito tan dudoso y arriesgado en la práctica como la introduccion de leyes nuevas. Aquel que la emprende tiene por enemigos a cuantos se hallaban bien con las leyes antiguas, y no puede contar sinó con aquellos a quienes las nuevas serían ventajosas: defensores débiles, cuya tibieza nace en parte del miedo de sus contrarios, a quienes asiste el poderoso influjo del antiguo órden de cosas, y en parte de la incredulidad de los hombres, que naturalmente desconfían de toda mudanza, mientras no la ha confirmado una larga esperiencia. De aquí se sigue que siempre que los enemigos del nuevo órden tienen ocasion de oponerse a él, forman partido, y los otros defienden el suyo con flojedad; de suerte que el príncipe se espone a tantos riesgos por la calidad de sus enemigos, como por la de sus defensores.

Para apurar esta cuestion conviene examinar si estos innovadores pueden intentar las mudanzas por sí mismos, o si dependen de otro: quiero decir si, para llevar adelante sus proyectos, tienen que emplear el medio de la persuacion o tienen sin ella la fuerza necesaria para forzar su voluntad. En el primer caso jamás salen con su intento; pero, siendo temibles e independientes, rara vez dejarán de conseguirlo.

De aquí proviene que triunfaran todos los profetas armados, al paso que decayesen los inermes: la causa de esto no solo se esplica por las razones indicadas, sinó que dimana del carácter voluble de los pueblos, tan pronto a decidirse por una opinion nueva, como flojos para mantenerse en ella; de forma que es necesario tomar disposiciones para forzar al pueblo a que crea desde el momento en que principia a no creer. Moises, Ciro, Teseo y Rómulo, estando desarmados, no hubieran podido conseguir que durase mucho tiempo la observancia de sus constituciones: como le ha sucedido cabalmente en nuestros dias al reverendísimo Jerónimo Savenarola, que vió caer por tierra sus proyectos, al momento en que, perdiendo la confianza de la multitud, le faltaron medios para obligarla a mantenérsela, y para inspirársela a los mas incrédulos. Grandes obstáculos, en verdad, y frecuentes peligros esperimentaron los primeros, necesitando para superarlos mucho talento y mucho valor; mas, una vez allanadas estas dificultades, se principia a adquirir cierta veneracion, cae desalentada la envidia, y el poder y la honra se arraigan y fortalezen.

Después de presentados los ejemplos que ofrece la historia de personas tan ilustres, me ceñiré a citar otro, en la realidad menor, pero que tiene analojía con los precedentes, y es el del siracusano Hierón. De simple particular llego a ser principe de Siracusa, y no debió su fortuna sinó a haber sabido aprovecharse de una ocasion. En efecto, hallándose muy apretados los Siracusanos, le tomaron por capitan, y mereció luego ser su príncipe, por haber sido tal su conducta privada, que cuantos han escrito de el, dicen que no le faltaba mas que un reino para reinar dignamente. Reformó la milicia antigua, y organizó otra enteramente nueva; rompió las alianzas antiguas, contrayendo otras mas convenientes; y como podía contar con sus amigos y con sus soldados, le fué facil sentar sobre semejantes cimientos su fortuna; de manera que, habiéndole costado mucho trabajo adquirir, pudo costarle muy poco la conservacion de lo adquirido.


El Príncipe de Maquiavelo, precedido de la biografia del autor y seguido del anti-Maquiavelo o exámen del Príncipe, por Federico, el Grande, rey de Prusia, con un prefacio de Voltaire, y varias cartas de este hombre ilustre al primer editor de este libro, no publicado hasta ahora en España. Imprenta de D. Jose Trujillo, Hijo. 1854.

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