Ecos de las montañas: 36

La fe de Carlos el Calvo. Epílogo de El castillo de Waifro
de Ecos de las montañas

de José Zorrilla

Es un crimen de rey, un sacrilegio
que mal explican tradición e historia:
es un perjurio vil el crimen regio
que voy aquí a traer a la memoria.
Del cronista y de bardo es privilegio
de los reyes abrir la urna mortuoria,
de la edad posterior llamando al juicio
del bueno y malo la virtud y el vicio.

Descendencia imperial de Carlomagno,
del piadoso Luis raza inquieta
desgarró el testamento de su padre,
como suelen hacer las razas regias.
Mientras no hay más que un príncipe heredero
de la nación en que su padre reina,
entra a reinar en paz; si tiene hermanos,
rara vez contra él no se rebelan.
Si el reino el muerto rey divide entre ellos,
ninguno con su parte se contenta:
si al uno nombra rey, todos los otros
mejor derecho que el nombrado alegan.
Promete cada cual mejores leyes
al pueblo y en edén tornar su tierra:
cree el pueblo sus palabras, se levanta,
y mejorar creyendo, se degüella.
Vence y queda uno solo: sube al trono,
pero pobre de gentes y de rentas,
vuelve a pedir al pueblo oro y soldados
para poder cumplirle sus promesas
Vuelve el pueblo a doblar sus donativos;
cuanto más da oro y sangre, más se merma:
no puede el rey cumplir; muere, y sus pueblos
vuelven por mejorar a la pelea.

Es la historia de pueblos y de reyes
desde Adán hasta hoy; tras cada guerra
quedan peor los reyes y los pueblos,
y ni pueblos ni reyes escarmientan.
¿Hay remedio? No sé: si le hay, no toca
buscarle y señalarle a los poetas,
que en la historia de pueblos y de reyes
no hacen más que cantar lo que otros cuentan.
Los poetas son átomos sonoros
que con el viento de su siglo ruedan;
mas a la edad futura de su siglo
la queja y el cantar escritos legan.


Del piadoso Luis los nobles hijos,
Carlos el de Judith, Luis de Baviera
de una parte, y Pepino con Lotario
por la otra, de cordial inteligencia
y de entrañable y fraternal afecto
dando alto ejemplo y cariñosa muestra,
en Fontenay vinieron a las manos
como lobos que caen sobre una presa.
Bernardo de Tolosa y Barcelona,
que, aliado de Lotario, su bandera
y gente unió a las de éste, de su campo
mantenía por él la ala derecha.
Asegura a Lotario la victoria
los reinos de Aquitania y de Provenza;
y a Bernardo, señor de Septimania,
de Barcelona da la independencia.
Los odios y alianzas de los reyes
sobre la fe del interés se asientan:
Bernardo contra Carlos por Lotario
por su interés a pelear se apresta.
De Judith campeón, de Carlos ayo,
doble es su ingratitud, doble su ofensa:
Carlos va entrar en lid con él, ansiando
poderle amortajar con su bandera.
Infame y deshonrosa la victoria
para todos va a ser, venza quien venza.
mas sin duda el ser rey cosa es muy dulce
cuando amarguras tales atropella.

Carlos y Luis, más mozos e inexpertos,
trabaron los primeros la pelea:
Lotario y sus aliados, más guerreros,
al ímpetu opusieron la destreza.
Pelearon al par los cuatro hermanos
con la ferocidad de las panteras,
y su odio fatricida hartó de sangre
el campo que brotó roja la hierba.
Los de Carlos y Luis cargan furiosos,
mas aunque llevan lo peor, no cejan:
los de Lotario, con mejores jefes
y con el orden mejor, sus filas menguan.

Ya de Carlos y Luis iban las huestes,
lid apenas trabada, a ser envueltas:
ya Lotario y Pepino con Bernardo
entraban en la lid como a una fiesta,
y ya Carlos y Luis a sufrir iba
de su ardor juvenil las consecuencias,
cuando cambió de la batalla el éxito
nuevo adalid con quien ninguno cuenta.

A espaldas de Lotario comenzaron
con repentino incendio a arder sus tiendas,
y entre las nubes de humo que hacia el campo
el viento trae desde su grande hoguera,
se adelanta una hueste numerosa
que con un jefe audaz a la cabeza,
metiéndose por Carlos en la liza,
las huestes de Lotario desordena.
Un viejo y dos mancebos vigorosos,
que tremolan lidiando una bandera
que dice CARLOS REY, con sendas hachas
de cada tajo una cerviz cercenan.
Lotario y sus aliados impelidos
cejan, a su pesar, por sus deshechas
legiones, que en su fuga les arrastran
a su perdida autoridad no atentas;
y mientras que la lid por ambos flancos
los fugitivos al huir despejan,
Carlos y Luis, que avanzan por el centro,
con su auxiliar incógnito se encuentran.
La tierra de la lid literalmente
estaba de cadáveres cubierta;
con el polvo, el sudor, la ira y la sangre
incognoscibles los semblantes eran.

Mas Carlos, al leer su nombre escrito
en el rojo pendón que el viejo lleva,
dirigiéndose a él, le dijo: –«Os debo
la victoria, el honor y la existencia:
¿quién sois? –Os lo diré con más espacio
cuando ceñida a vuestra frente vea
la corona de Francia, con la gente
y el oro de que os vengo a hacer oferta.
¿Les aceptáis? –No son oro y soldados
cosas de despreciar a la hora de ésta.
–Pues si mi oro tomáis y mis consejos,
ni un enemigo os quedará en la tierra.
–Gracias. –No perdáis tiempo en vanas frases:
los que vencidos hoy el campo os dejan,
mañana volverán; y este consejo
es de mi utilidad la primer prueba.»
El juicio de aquel hombre hallando recto,
Carlos tomó a aquel hombre tal cual era,
y recogió su campo y al incógnito
con sus tesoros recibió en su tienda.
Carlos, del viejo al recibir tanto oro,
de dudar de su fe no halló manera,
y vendiéndose al diablo, al viejo incógnito
tendió su mano de amistad en prenda.



Introducción
El castillo de Waifro
Capítulo Primero (I - II - III - IV - V), Capítulo II, Capítulo III (I - II - III), Capítulo IV, Capítulo V (I - II - III - IV - V - VI - VII), Capítulo VI (A - I - II - III - IV - V), Capítulo VII (I - II - III - IV - V - VI), Capítulo VIII (I - II - III - IV - V), Epílogo (I - II - III - IV - V - VI - VII)
Los encantos de Merlín: I - II