Ecos de las montañas: 24

​Capítulo VI de El castillo de Waifro
de Ecos de las montañas
 de José Zorrilla

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Mientras la dama, en su aposento a solas,
dentro de su alma embravecerse siente
del turbio mar de su pasión las olas
en desatada tempestad creciente;
mientras su herido corazón agita
el demonio implacable de los celos,
que al alma triste del celoso quita
la luz de la razón, la fe en los cielos;
mientras la última epístola del conde
lee y relee con afán letra por letra,
y con celosa intuición penetra
que en ella el dolo y la traición se esconde;
mientra febril e insomne se prepara
el caos a sondar de aquel misterio,
que apaga de su amor la antorcha clara
en el aire letal de un adulterio;
mientras las fibras de su ser estallan
a impulso de un dolor nuevo y extraño,
y en su ofendido corazón batallan
su inextinguible amor y el desengaño,
Ayzón y el viejo, en cámara segura
de la apartada torre en que éste mora,
las bases pactan de la trama oscura
que del amor de la que al conde adora
darán a Ayzón la posesión futura.
Y su ambición se funda en la esperanza
de que el amor vulgar, torpe y mezquino,
como tan sólo la ambición le alcanza,
suele como un villano a la venganza
de su orgullo no más buscar camino.
Por más que de su plan el edificio
sobre la ajena voluntad construyen,
fían del tiempo a su ambición propicio;
y al poder imperial fuera de quicio
viendo, sobre él el suyo constituyen,
y así su pacto y plática concluyen:
–«Ella cuenta volver antes que el conde
y, de su amor o su traición segura,
rendirse o romper. –¿Mas quién responde,
si la vuelve a ver él, de la ruptura?
–No se verán, Ayzón: Judith es brava
y Genoveva dócil, pero altiva.
Rompa o no rompa de su amor la traba
Judith, de Genoveva no recaba
ya su perdón el conde mientras viva.
Como de la verdad del adulterio
se llegue a convencer y permanezca,
custodiándola tú, en el monasterio
hasta que el jefe del caduco imperio
en su recinto santo se aparezca,
yo te prometo, Ayzón, que mi venganza
se realiza a la vez con tu esperanza.
La Emperatriz, en su altivez herida,
para su amante infiel será una hiena;
y se le odia Judith y ella le olvida…
cuando llegue él aquí… –Cortad su vida.
–No, Ayzón; si su desdén se la envenena,
si el pesar se la roe y se la infama
el deshonor, que viva: es prenda buena
su vida de venganza, y la reclama
desde el peñón en que insepulto brama
la alma de Waifro de piedad ajena.
Que viva aún, Ayzón: yo sé lo que hago;
logrará, al fin, mi afán de años prolijos
que hierva entre los padres y los hijos
un volcán de rencor, de sangre un lago.
Con vosotros saldré; mas al convento
sin llegar tornaré. Por el camino
tú, circunspecto, a su servicio atento,
de ti ni una palabra ni un momento
la hables…: yo cuidaré de tu destino.
Sé cortés, sé galán, sé fiel con ella,
y fía, Ayzón, en mí más que en tu estrella.»


Introducción
El castillo de Waifro
Capítulo Primero (I - II - III - IV - V), Capítulo II, Capítulo III (I - II - III), Capítulo IV, Capítulo V (I - II - III - IV - V - VI - VII), Capítulo VI (A - I - II - III - IV - V), Capítulo VII (I - II - III - IV - V - VI), Capítulo VIII (I - II - III - IV - V), Epílogo (I - II - III - IV - V - VI - VII)
Los encantos de Merlín: I - II