Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Serpiente.

"Certifico que en distintas ocasiones he matado muchas serpientes, mojando un poco con mi saliva la punta de un palo, ó una piedra, y dando en medio del cuerpo de la serpiente un golpecito que apénas podia ocasionar una pequeña contusion. 19 de enero de 1772. Figuier Cirujano."

Despues que este cirujano me ha dado el certificado anterior, me han asegurado dos testigos, que lo han visto matar serpientes de esta manera. Yo quisiera verlo tambien; porque como he confesado en muchos lugares de nuestras Cuestiones, he tomado por mi patrono á santo Tomas Didimo, que siempre queria poner el dedo encima.

Hace mil y ochocientos años que se ha perpetuado esta opinion entre los pueblos; y tal vez tendria diez y ocho mil años de antigüedad, si no nos instruyera el Génesis de la fecha justa de nuestra enemistad con la serpiente. Y puede decirse, que si Eva hubiera escupido cuando tenia la serpiente á la oreja, habria escusado muchos males al género humano.

Lucrecio refiere en el libro IV esta manera de matar las serpientes, como una cosa muy conocida:

Est utique serpens hominis contacta salivis
Disperit, ac sese mandendo conficit ipsa.
Si á una serpiente escupes,
La fuerza la abandona,
A sí misma se muerde,
Rabiosa se devora.

Hay un poco de contradiccion en pintarla lánguida y deborándose; y así mi cirujano Figuier no certifica que las serpientes que él ha matado, se comian á sí mismas. El Génesis dice bien que nosotros las matamos con el calcañal, pero no con la saliva.

Ahora estamos en el mes de enero, que es el tiempo en que las serpientes no salen de su casa; y yo no puedo encontrarlas en el monte Krapac: pero exorto á todos los filósofos á que escupan sobre todas las serpientes que se encuentren en la primavera. Es bueno saber hasta donde se estiende el poder de la saliva del hombre.

Es cierto que el mismo Jesu Cristo se sirvió de la saliva para curar un sordo mudo: [1] lo llamó á parte, metió los dedos en sus orejas, le escupió en la lengua, y mirando al cielo dió un suspiro y esclamó effeta. Al instante echó á hablar el sordo mudo.

Luego puede ser que en efecto Dios haya permitido que la salva del hombre mate las serpientes; pero tambien puede haber permitido que mi cirujano haya acogotado las serpientes á garrotazos, ó con una buena pedrada; y tambien es probable que estas serpientes habrian muerto, hubiera escupido ó no el señor Figuier.

Suplico pues á todos los filósofos que examinen la cosa con atencion. Por ejemplo, cuando pase Freron por la calle, se le puede escupir en la cara, y si se muere, queda el hecho averiguado, á pesar de todos los racioncinios de los incredulos.

Aprovecho esta ocasion para suplicar tambien á los filósofos, que corten cuantas cabezas puedan á los caracoles; porque yo aseguro que ha nacido la cabeza á los que yo se la habia cortado muy bien. Pero no es bastante que yo haya hecho la esperiencia: es preciso que la hagan tambien otros para que la cosa adquiera un grado de probabilidad. Porque, aunque yo he hecho felizmente esta esperiencia por dos veces: tambien me ha faltado treinta. El éxito depende de la edad del caracol, del tiempo en que se le corta la cabeza, del sitio por donde se le corta, y del lugar donde se guarda hasta que le salga otra.

Si es importante saber que se puede dar la muerte con la saliva, es mucho mas esencial saber que retoñan las cabezas. El hombre vale mas que un caracol; y yo no dudo que en un tiempo en que se perfeccionan todas las artes, se llegue á descubrir el modo de dar una buena cabeza al hombre que no la tenga.



  1. Marcos, cap. VII.