Sentencias de muerte (DFV)
Sentencias de muerte.
Al leer la historia y ver en ella esta serie casi nunca interrumpida de calamidades sin número, acinadas sobre este globo, que algunos llaman el mejor de los mundos posibles, me ha sorprendido particularmente la gran cantidad de hombres considerables en el Estado, en la Iglesia y en la sociedad, que se han hecho morir como á ladrones de caminos. Dejo á parte los asesinatos y los envenenamientos, y hablo solo de esas matanzas en forma jurídica, hechas con lealtad y en ceremonia. Principio por los reyes y las reinas: la Inglaterra sola suministra una lista bastante grande: y si se trata de cancilleres, caballeros y escuderos, serán necesarios volúmenes.
De todos cuantos se han hecho perecer así en los cadalsos, no creo que haya habido cuatro en toda la Europa, que hubieran sufrido su sentencia, si su proceso se hubiese dilatado por algun tiempo, ó si sus partes contrarias hubieran muerto de apoplegía durante la instruccion.
Si la fístula hubiera gangrenado el recto del cardenal de Richelieu algunos meses ántes, habrian gozado de su libertad los de Thou, los Cinq Mars, y tantos otros: y si Bernaveld hubiera tenido por jueces tantos arminianos como gomaristas, hubiera muerto en su cama.
Si el condestable de Luynes no hubiera pedido la confiscacion de la mariscala de Ancre, no hubiera sido esta quemada como hechicera. Que un hombre verdaderamente criminal, un asesino, un ladron público, un envenenador, ó un parricida sea preso y convencido de su crimen; y sin contradiccion será condenado en cualquier tiempo, y sean los que quieran los jueces que lo juzguen. Pero no sucede lo mismo á los hombres de Estado: con solamente darle otros jueces, ó esperar á que el tiempo haya cambiado los intereses, resfriado las pasiones y producido otros sentimientos, estará su vida en seguridad.
Supongamos que la reina Isabel hubiese muerto de un cólico la víspera de la condenacion de Maria Stuart: en este caso Maria Stuart se sentaria en el trono de Escocia, de Inglaterra y de Irlanda, en lugar de morir por la mano de un verdugo en un cuarto vestido de negro. Si Cromwell hubiera caido solamente enfermo, se hubieran guardado bien de cortar la cabeza á Carlos I. Estos dos asesinatos, revertidos yo no sé como de la forma de las leyes, casi no entran en la lista de las injusticias ordinarias. Figurémonos á unos ladrones de camino, que despues de haber atado y robado á dos viageros, se divierten en nombrar de entre ellos un fiscal, un presidente, un abogado, y unos consejeros, y que habiendo firmado una sentencia, hacen ahorcar á los dos pasageros en ceremonia: de esta manera fueron juzgados la reina de Escocia y su nieto.
Pero ¿hay ni uno solo de los juicios ordinarios, pronunciados por los jueces competentes contra los príncipes ú hombres empleados, que hubiera tenido su ejecucion, ni que aun se hubiera pronunciado, si se hubiera escojido otro tiempo? ¿Hay ni uno solo de los condenados que se inmolaron en tiempo del cardenal de Richelieu, que no hubiera tenido influjo, si hubiera durado su proceso hasta la regencia de Ana de Austria? El príncipe de Condé fué preso en tiempo de Francisco II, y condenado á muerte por una comision: Francisco II muere, y el príncipe de Condé vuelve á ser un hombre poderoso.
Estos ejemplos son innumerables: sobre todo es preciso considerar el espíritu de los tiempos. Vanini fué quemado por una acusacion vaga de ateismo. Si en el dia hubiera alguno tan tonto y tan pedante que hiciera un libro como los de Vanini, no sería leido; y esto es todo lo que sucederia.
Un Español pasó por Génova en el siglo XVI: Juan Calvino supo que este Español se había hospedado en una posada; y se acuerda de una disputa que tuvo con él que ni el uno ni el otro entendian. He aquí mi teólogo Juan Calvino que hace prender al pasagero contra todas las leyes divinas y humanas, y á pesar del derecho de gentes admitido en todas las naciones; lo hace encerrar en un calabozo y quemar á fuego lento con leña verde, para que dure mas el suplicio. Ciertamente esta maniobra infernal no cabria en la actualidad en la cabeza de nadie; y si el loco de Servet hubiera venido en el buen tiempo, no hubiera tenido nada que temer.
Luego lo que se llama la justicia, es tan arbitrario como las modas. Entre todos los hombres hay tiempos de horrores y de locura, como los hay tambien de peste; y este contagio da la vuelta al mundo.