Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos: Capítulo XLVI
1144 (389). Las proposiciones interrogativas, según se ha dicho antes (§ 164), son directas o indirectas: las directas no forman parte de otras como sujetos, complementos o términos; y en esto se diferencian de las indirectas.
1145 (390). En las interrogaciones directas, o se pregunta por medio de pronombres o adverbios interrogativos, o sin ellos:
«Inocente tortolilla,
¿Qué buscas entre estos ramos?
¿A quién, desdichada, arrullas,
En tu nido solitario?».
(El duque de Rivas)
«¿Cuándo será que pueda
Libre de esta prisión volar, al cielo?».
(Fray Luis de León)
Pregúntase aquí por medio de los pronombres qué y quién, y del adverbio cuándo. En los ejemplos que siguen no es indicada la pregunta sino por el giro y la modulación de la voz, que corresponde a los signos ¿?.
«¿Piensas acaso tú, que fue criado
El varón para el rayo de la guerra?».
(Rioja)
«... ¡Padre mío!
¿Y vengo a pronunciar tan dulce nombre,
Para que el hijo del traidor me llamen,
Y ser ludibrio y maldición del orbe?».
(El duque de Rivas)
1146 (391). Finalmente, o se hace uso de la interrogación directa para informarnos de lo que ignoramos, como en «¿Qué hora es?», «¿Quién llama?», o para expresar ignorancia o duda, verbigracia «¿Qué le habrán dicho, que tan enojado está con nosotros?», o para negar implícitamente lo mismo que parecemos preguntar, significándose entonces por qué, nada, por quién, nadie, por dónde, en ninguna parte, por cuándo, jamás, por cómo, de ningún modo, etc.
«¿De la pasada edad, qué me ha quedado?».
(Rioja)
Dase a entender que no me ha quedado nada. Así en «¿Quién tal cosa imaginara?», se insinúa nadie, y en «¿Cómo podía yo figurarme semejante maldad?», se quiere decir que de ningún modo. Además, adoptamos el mismo giro para significar extrañeza, admiración, repugnancia, horror, como si dudásemos de la existencia de aquello mismo que produce tales efectos; pero la interrogación es en este caso una figura oratoria.
1147 (392). Antes (§ 368, b) se ha visto que a las palabras y frases negativas se contrapone elegantemente el que de proposición subordinada, que rige entonces subjuntivo: «Nadie fue a verle, que no le encontrase ocupado». Si hacemos, pues, implícita la negación por medio del giro interrogativo, diremos: «¿Quién fue a verle que», etc.
1148 (a). El qué, sustantivo neutro interrogativo, se adverbializa a veces: «¿Qué sabe el hombre cuándo se halla más próximo a gozar de su fortuna?» (Baralt y Díaz). Quitada la interrogación, expresaríamos el mismo pensamiento diciendo, de ningún modo sabe el hombre.
1149 (b). Una novedad en el uso del qué, sustantivo neutro interrogativo, es el construirse con el artículo; práctica que sólo tiene cabida cuando la interrogación se reduce a las solas palabras el qué:
«... Quedamos
En que corre de mi cuenta...
-¿El qué? -Dejar cuerdo y sano
Al loco de tu marido».
(Martínez de la Rosa)
Si se llenase la elipsis, sería preciso omitir el artículo, diciendo, por ejemplo, ¿qué es lo que corre por tu cuenta? (En este el qué, vemos verificado otra vez que el género neutro no se distingue del masculino en lo que toca a la concordancia del sustantivo con el adjetivo).
1150 (c). La conjunción sino, que generalmente supone negación anterior, se usa con mucha propiedad en interrogaciones de negación implícita, ligando sustantivos con qué y quién, adverbios y complementos de modo con cómo, de lugar con dónde, de tiempo con cuándo, etc.
«Del bien perdido al cabo qué nos queda,
Sino pena, dolor y pesadumbre?».
(Ercilla)
1151 (d). Por un efecto de esta negación implícita sucede también que a la oración interrogativa se antepone a veces la conjunción ni cuando propiamente correspondía alguna de las otras conjunciones y, o. «Si éstas» (la oratoria, la poética, la amena literatura) «que servían más inmediatamente a las facultades privilegiadas, merecieron tan escasos premios, ¿cuál sería el que se destinaba a las ciencias naturales y exactas? ¿Y cuáles podían ser los progresos del teatro? ¿Ni quién había de aplicarse a un estudio tan difícil, tan apartado de la senda de la fortuna, si desatendido de las clases más elevadas y menospreciado de los que se llamaban doctos, era sólo el vulgo el que debía premiar y aplaudir sus aciertos?» (Moratín). Es claro que siendo virtualmente negativa la cláusula por el solo efecto de la interrogación, bastaba y en lugar de ni (como en la cláusula anterior), y por tanto hay en éste una especie de pleonasmo, en que la negación implícita se desemboza, por decirlo así, y deja de serlo.
1152 (e). En las interrogaciones indirectas la proposición subordinada puede servir de sujeto, término o complemento: «No se sabe qué sucederá», o «en qué vendrán a parar estas cosas»; sujeto, porque la construcción es cuasi-refleja, y la proposición subordinada significa la cosa que no se sabe: «Vacilaba sobre si saliese o no»; término de la preposición sobre. «Los historiadores están divididos sobre a quién de ellos» (sus hermanos) «embistió primero el rey don Sancho» (Quintana); término de la misma preposición. «Nos preguntaron qué queríamos»; acusativo, porque la construcción es activa, y la proposición subordinada significa la cosa que se pregunta. «Considerad, señores, cuál quedaría yo en tierra no conocida, y sin persona que me guiase» (Cervantes); acusativo de considerad.
1153 (f). Toda proposición interrogativa indirecta pide una palabra interrogativa que la introduzca, como se ve en los ejemplos anteriores y se verá en los que iremos presentando.
1154 (g). El anunciativo que no precede a las proposiciones indirectamente interrogativas sino en dos casos: después del verbo decir, cuando significa preguntar: «Díjole que dónde quedaba su amigo»; «que cómo se hallaba en aquel paraje»; «que por dónde había sabido la noticia». «Digo, que qué le iba a vuesa merced en volver tanto por aquella reina Majimasa o como se llama» (Cervantes); «Me parece que había de burlar de mí y decir que qué San Pablo para ver cosas del cielo» (Santa Teresa). Y después del verbo preguntar: «Preguntole que de quién se quejaba»; «que adónde se dirigía»; «que quién le había traído allí»; «que si estaba determinado a partirse». Este qué después del verbo preguntar, es pleonástico, pero lo permite el uso.
1155 (h). La interrogación indirecta admite por lo regular indicativo o subjuntivo, pero no siempre indistintamente. Es una misma cosa decir: «No se sabe quién ha» o «haya dado la noticia»; bien que empleando el indicativo se afirma el hecho de haberse dado la noticia; el cual se enuncia algo dubitativamente por medio del subjuntivo. Pero cuando se hace relación al futuro y el agente de los dos verbos, subordinante y subordinado, es o puede ser uno mismo, hay una distinción importante: «No se sabe qué partido se tome», expresa que el que ha de tomarlo es el mismo que no sabe cuál, porque aún no ha elegido ninguno; y al contrario, «No se sabe qué partido se tomará», significa que son distintos los dos agentes, y que la elección del partido no está sujeta a la voluntad del que no la sabe. De la misma manera, «No sé si salga», conviene a la irresolución de la voluntad; y «No sé si saldré», a la sola duda del entendimiento; si digo salga, hago considerar la salida como una cosa sujeta a mi arbitrio; si digo saldré, doy a entender que es independiente de mí.
1156 (i). En las oraciones interrogativas cuánto se puede resolver en qué tanto y cuán en qué tan: «¿Qué tanto dista del puerto la ciudad?»; «Qué tan grande sea esta providencia, en ninguna manera lo podrá entender sino el que la hubiere experimentado» (Granada). Pero es de advertir que esta resolución apenas tiene uso fuera de las interrogaciones en que verdaderamente preguntamos, esto es, en que solicitamos una respuesta instructiva; y que de las oraciones exclamatorias (que se reducen a las interrogativas, en cuanto se hacen por los mismos medios gramaticales), solamente la admiten las indirectas, como la precedente de fray Luis de Granada; a menos que demos otro giro a la frase, apartando el tan del qué: «¡Qué acción tan generosa aquélla!»; «¡Qué edificio tan bello!». Puede también callarse en las exclamaciones el tan, revistiéndose de su fuerza el qué: «¡Qué generosa acción!»; «¡Qué bello edificio!».
1157 (j). De la misma manera se resuelve cuál en qué tal; resolución aún más usual que la de cuánto en qué tanto, pues se extiende a todo género de proposiciones interrogativas y exclamatorias: «¡Qué tal será la obra en que tales aparejos hay!» (Granada). A veces esta resolución es obligada, pues no cabe decir: «¿Cuál le ha parecido a usted la comedia?», sino qué tal; lo que sin duda ha provenido de la necesidad de distinguir dos sentidos: con ¿cuál es la casa que usted habita?, se pregunta qué casa; con qué tal es la casa se preguntaría qué calidades tiene.
1158 (k). La misma diferencia debe hacerse cuando se hable de personas: «Si éstos son los vencedores, ¿qué tales serán los vencidos?», aludiendo a las calidades personales; «Si ellos no han sido los ejecutores del hecho, ¿cuáles o quiénes fueron?», aludiendo a la distinción de personas.
1159 (l). Qué y cuál, cuando se construyen con sustantivo o lo son ellos mismos, suelen usarse uno por otro:
1.º En poesía:
«¿Dime, de qué maestro,
En cuál oculta escuela,
Se aprende?» etc.
(Jáuregui)
2.º Cuando se indica elección o preferencia «¿A qué» o «cuáles providencias puede apelarse sino a las más rigorosas?»; «¿Qué es más», o (como dijo Cervantes) «cuál es más, resucitar a un muerto o matar a un gigante?». En este sentido es más propio cuál.
1160 (m). Cuál excluye a qué, cuando es adjetivo que se construye con sustantivo tácito: «¿En cuál de las ciudades de España reside la corte?», entiéndese en cuál ciudad. «No se ha podido averiguar cuál sea la causa de los terremotos»: cuál causa (práctica, sin embargo, que no fue constantemente observada en los mejores tiempos de la lengua: «Si soy vuestro Señor, ¿qué es el temor que me tenéis?» (Granada); hoy se diría cuál es). «¿Qué es el peligro que os espanta, sino una infundada aprehensión?»: no sería propio cuál porque en el qué no se subentiende peligro; pero por una razón contraria diríamos: «En medio de tantas seguridades, ¿cuál es el peligro que os espanta?».
1161 (n). En las proposiciones exclamatorias son más frecuentes las elipsis que en las interrogativas: «¡Cuán grandes las maravillas de la creación, y qué ciegos los que no alcanzan a ver en ellas el poder y sabiduría del Criador!». El verbo ser o estar es la palabra que generalmente se subentiende.
1162 (o). Las proposiciones exclamatorias no admiten el sentido de negación implícita que llevan a menudo las interrogativas; pero sucede no pocas veces que podemos emplear a nuestro arbitrio la interrogación implícitamente negativa o la exclamación, dando a cada una la modulación, y por consiguiente el signo ortográfico que le corresponde. «¡Qué tales serán los ríos que de tan caudalosas fuentes manan!», es propiamente una oración exclamatoria, como lo indican los signos; y la volveríamos interrogativa con negación implícita, diciendo qué tales no serán, porque como el sentido debe ser positivo, es necesario dar a la interrogación una forma aparentemente negativa, para que las dos negaciones se destruyan. «Qué no diría la Europa», es, como observa muy bien Salvá, casi lo mismo que «Qué diría la Europa»; toda la diferencia es de modulación y ortografía, por cuanto la primera estructura es interrogativa, y la segunda exclamatoria. Creo, pues, que en estos pasajes de Jovellanos: «¡Qué ejemplo tan nuevo y admirable de resignación no presentaron entonces a nuestra afligida patria tantos fieles servidores suyos!» y «¡Qué de privilegios no fueron dispensados a las artes!», la oración es propiamente interrogativa, y no están bien empleados los signos.
1163 (p). Las interrogaciones y exclamaciones indirectas están siempre asociadas a palabras o frases que significan actos del entendimiento o del habla, como saber, entender, decir, preguntar, etc. Daríase, por ejemplo, un giro indirecto a los ejemplos anteriores diciendo: «Ya se deja entender qué tales serán los ríos...»; «Se nos preguntó qué tales no serían los ríos...»; «Dijo que cuál era el peligro...».
1164 (q). Lo que, según lo dicho arriba (§ 364), significa el grado en que. Este sentido de cantidad es el que suele tomar esta frase en las exclamaciones, equivaliendo al sustantivo o adverbio cuanto: «¡Lo que ciega a los hombres la codicia!»; «¡Lo que vale un empleo!»; «La experiencia de cada día muestra lo deleznable que es la popularidad, y lo poco que tarda el pueblo en derribar sus ídolos».
1165 (r). En las interrogaciones indirectas y en las exclamaciones de ambas clases es notable el giro que por un idiotismo de nuestra lengua podemos dar al artículo definido y al relativo que, precedido de preposición: «¡De los extravíos que es capaz una imaginación exaltada!». El orden natural sería ¡los extravíos de que! o ¡de qué extravíos! «Sé al blanco que tiras» (Cervantes); «Era cosa de ver con la presteza que los acometía» (el mismo); «Bien me decía a mí mi corazón del pie que cojeaba mi señor» (el mismo). Se podría decir en el mismo sentido a qué blanco, con qué presteza, de qué pie; pero si se dijese el blanco a que, la presteza con que, el pie de que, despojaríamos a la oración de la énfasis que caracteriza a las frases interrogativas y exclamatorias.
1166 (s). Las proposiciones interrogativas y exclamatorias que hacen de sujeto, conciertan siempre con el singular del verbo, ya sea una o muchas juntas; por lo que sería mal dicho: «No se sabían cuántos eran», en lugar de no se sabía; y tengo por errata o descuido el plural con que principia este pasaje de Martínez de la Rosa: «Viéronse entonces aún más que en el largo trascurso de aquella tenacísima guerra, lo que pueden el valor y la destreza»; donde, aun dejando de mirar como una interrogación indirecta la cláusula lo que pueden, significando esto la cosa vista, se debería decir viose, concertando este verbo con el sujeto lo.