Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos: Capítulo IX
149 (80). Hay palabras cuya estructura material en ciertas circunstancias se altera abreviándose, y la abreviación puede ser de dos maneras, que en realidad importaría poco distinguir, si no las mencionaran generalmente los gramáticos con denominaciones diversas.
150. Si la abreviación consiste sólo en suprimir uno o más sonidos finales, se llama apócope; si se efectúa suprimiendo sonidos no finales, o sustituyendo un sonido menos lleno a otro, como el de la l al de la ll, o una vocal grave a la misma vocal acentuada, la dicción en que esto sucede se dice sincoparse.
(a). Sufren apócope los sustantivos siguientes:
151. 1.º El nombre propio Jesús, cuando le sigue Cristo; bien que entonces los dos sustantivos suelen escribirse como uno solo: Jesucristo.
152. 2.º Varios nombres propios de personajes históricos españoles, cuando les sigue el patronímico, esto es, un nombre apelativo derivado, que significa la calidad de hijo de la persona designada por el nombre propio primitivo, como González (hijo de Gonzalo), Rodríguez o Ruiz (hijo de Rodrigo), Álvarez (hijo de Álvaro), Martínez (hijo de Martín), Ordóñez (hijo de Ordoño), Peláez o Páez (hijo de Pelayo), Vermúdez (hijo de Vermudo), Sánchez (hijo de Sancho), Díaz (hijo de Diego), López (hijo de Lope), etc. Tal era la significación de estos apelativos en lo antiguo; en el día son apellidos hereditarios.
Cuando se designa, pues, un personaje histórico por sus nombres propio y patronímico, el primero, si es de los que admiten apócope, la sufre ordinariamente: Alvar Fáñez, Fernán González, Per Anzúrez, Ruy Díaz. Pero, omitido el patronímico, no tiene cabida la apócope: así Fernán y Hernán, usados absolutamente para designar al conde de Castilla Fernán González o a Hernán Pérez del Pulgar, serían expresiones incorrectas; lo mismo que Ruy de Vivar, Alvar de Toledo.
153 (81). Sufren apócope los adjetivos que siguen:
1.º Uno, alguno, ninguno; un, algún, ningún. 2.º Bueno, malo; buen, mal. 3.º Primero, tercero, postrero; primer, tercer, postrer. 4.º Grande; gran. 5.º Santo; san.
154 (82). La apócope de estos adjetivos no tiene cabida sino en el número singular, y precediendo el adjetivo apocopado al sustantivo; por lo que debe precisamente usarse la forma íntegra en frases como éstas: hombre alguno, el primero de julio, el capítulo tercero; entre los salones de palacio no hay ninguno que no esté ruinoso. Dirase, pues: un célebre poeta, un poeta de los más famosos, y uno de los más famosos poetas.
155 (83). Buen, mal, gran, san, deben preceder inmediatamente al sustantivo: buen caballero, mal pago, gran fiesta, San Antonio, el apóstol San Pedro. No podría decirse: mal, inicuo, inexcusable proceder; gran opíparo banquete. Los demás adjetivos susceptibles de apócope consienten otro adjetivo en medio: algún desagradable contratiempo, el primer infausto acontecimiento. Pero cuando al adjetivo se sigue una conjunción, nunca tiene cabida la apócope: el primero y más importante capítulo.
156 (84). Los adjetivos arriba dichos, excepto primero, postrero, grande, no consienten la apócope en el género femenino: una buena gente, una mala conducta, la Santa Virgen, Santa Catalina de Sena. Puede con todo decirse un antes de cualquier sustantivo femenino que principie por la vocal a acentuada: un alma, un águila, un arpa; lo que se extiende a algún y ningún, especialmente en verso, donde también suele decirse un hora.
157 (85). No siempre que la apócope tiene cabida es indispensable hacer uso de ella. Son necesarias las apócopes un, algún, ningún, buen, mal. La de primero es necesaria en la terminación masculina, y arbitraria, aunque de poco uso, en la femenina: el primer capítulo; la primera victoria o la primer victoria. La de tercero y postrero es arbitraria en ambas terminaciones, aunque lo más usual es apocopar la masculina y no la femenina: el tercer día, la tercera jornada, la postrera palabra. Antes de vocal se dice comúnmente grande, y antes de consonante, gran: grande edificio, gran templo.
158 (a). La excepción que establecen algunos gramáticos, pretendiendo que antes de vocal deba decirse gran en sentido material, y antes de consonante grande en sentido moral e intelectual (un gran acopio de mercaderías, un grande pensamiento), no la vemos comprobada por el uso; bastan para falsificarla las frases comunísimas un gran príncipe, el gran señor, el gran visir, el Gran Capitán, el gran maestre, etc. Acaso sería más exacto decir que grande antes de consonante es enfático en cualquier sentido que se tome: una grande casa, una grande función, un grande sacrificio. Parece un efecto natural de la énfasis dar a las palabras toda la extensión que comportan, por lo mismo que refuerza los sonidos y el acento para fijar la atención en ellas.
159 (b). San no se une sino precediendo a nombre propio de varón, por lo que no tiene cabida la apócope en un santo anacoreta, el santo Patrón de las Españas. Tampoco se designa con san sino a los que la Iglesia ha reconocido por santos bajo el Nuevo Testamento; por lo cual no decimos San Job, como decimos San Pedro y San Pablo, sino el Santo Job; aunque no falta una que otra excepción como San Elías profeta. Antes de estos tres nombres Domingo, Tomás, o Tomé, Toribio, se dice siempre santo; pero una de las Antillas se llama San Tómas. En Santiago el nombre propio y el apelativo se han hecho inseparables, sea cual fuere la persona que con él se designe.
Mencionaremos otras apócopes cuando se ofrezca hablar de los nombres que están sujeto a ellas.