El cantar del romero: 20

El cantar del romero
de José Zorrilla


Ninguno vuelve jamás:
pero los que bien les quieren
a mirar a los que mueren
vuelven los ojos atrás.

Nosotros, los que escribimos,
en el papel que entintamos,
de muchos nos acordamos
y aun a algunos revivimos.

Yo no me quiero mover
de Vidiago, sin contar
en lo que vino a parar
aquel primor de mujer.

Don Juan en su hora postrera,
como noble y buen cristiano,
tuvo médico, escribano
y cura a su cabecera.

Lo del inglés aceptó
para su hija, si volvía,
y en Londres lo retenía
el juez a quien se fió.

Don Juan por testamentarios
dejó en legal escritura
al escribano y al cura,
de su haber depositarios

y de su hija curadores;
y los dos, de ella en ausencia,
legalmente de la herencia
son los administradores.

Mas la chica…, se perdió:
y la opinión popular
aceptada era que al mar
o se cayó o se tiró:

no se pudo averiguar
qué fué de ella: no volvió,
ni se pudo, si se ahogó,
de su cuerpo el rastro hallar.

El cura y el escribano
administran en conciencia
de Mariposa la herencia,
aunque aguardarla es ya en vano

sin duda alguna; mas creen
que, mientras no está probada
su muerte, debe esperada
de ser; y a todo proveen.

De la casa, que es muy buena,
fué de lo que desde luego
se ocuparon, y a don Diego
se la ofrecieron. Sin pena

lograron de él que a vivirla
viniera, en arrendamiento
tomándola: con intento
tal vez después de adquirirla

si más tarde se vendiera;
pues quiere en Vidiago casa
don Diego, porque no pasa
por Andrín la carretera.

Don Diego, pues, la arrendó;
y o porque mal no se arguya
de él, o por darla por suya
ya, como tal la cuidó.

Y ya por falta de espacio
para su trato o por loco
capricho, fué poco a poco
haciendo de ella un palacio.

Cambió en clara galería
su mezquino ventanaje,
y apoyó un gran balconaje
en una esbelta arquería.

Convirtió el huerto en jardín,
y tras él un prado abierto
compró y cercó, e hizo un huerto
y un pomar; la casa, en fin,

sufrió tal transformación
y es tan otra de lo que era,
que si vuelve la heredera
no va hallar su posesión.

Lo exterior, bien entendido;
porque en torno la ha ensanchado,
pero la antigua ha dejado
dentro de lo construído:

de modo que, si volviera,
su casa en palacio hallara
trocada; pero encontrara
entrando en él la heredera

todo como lo dejó;
lo antiguo a lo nuevo anejo,
su cámara con su espejo
de vestir: cuanto ella usó

en roperos y en armarios
metido: y la de don Juan
y la suya, que aún están
con sus muebles ordinarios.

Capricho de rico, o acto
de respeto a lo que fué,
todo está en el mismo pie
con el orden más exacto.

Del tráfago a lo exterior
relegó sus dependencias
don Diego, y las asistencias
del servicio a lo interior.

Desde allí escribió a su hijo
todo lo que había pasado;
y él su vuelta le ha anunciado,
aunque sin término fijo,

en dos o tres cartas ya,
y ya don Diego aguarda
dos meses ha; y como tarda,
ya inquieto por él está.

Mas no viene aquí a instalarse,
no; sino a dar un abrazo
a su padre y un vistazo
al país: a refrescarse

la memoria de su infancia
con los recuerdos, y aliento
a tomar del patrio viento,
respirando la fragancia

de sus yerbas campesinas,
sus castaños y nogales,
y los efluvios vitales
que traen sus auras marinas.

Viene como un millonario,
que entre uno y otro negocio,
va a tomar un mes de ocio
en su hogar hereditario.

Viene como un gran señor
a ver su pueblo y familia,
a quienes gracioso auxilia
y al venir hace favor;

y viene porque don Diego,
al darle de todo aviso,
le dió por sin compromiso
ya, y exento desde luego

de encuentros inconvenientes
y retrospectivas futiles;
que siempre, por ser ya inútiles,
paran en impertinentes.

Viene, en fin, por la jactancia
natural y vano empeño
de ir a donde fué pequeño
de grande a darse importancia.

Con que, tras largas esperas
desembarcó en Santander,
y llegó a todo correr
en un coche de colleras.

Salió todo el mundo a verle;
vinieron todos a darle
la bienvenida, a abrazarle,
felicitarle y molerle.

De Riego, Puertas, Andrín,
y de Buelna y de Pendueles,
vinieron cien siempre fieles
amigos de don Fermín.

Él acogió sin desdén
a todos franco, jovial,
y afectuoso: con lo cual
pareció a todos muy bien.

Y parecerlo debía;
porque a fe que daba gozo
verle hecho todo un buen mozo
y con el tren que traía.

Volvía gordo y crecido,
patilludo y bien plantado;
en suma, como anunciado
lo había él: desconocido.

Dejáronle libre al fin:
y en su casa se metió;
y en Vidiago y en Andrín
toda la noche se habló
de la vuelta de Fermín.


Leyenda en verso: I

Introducción - El bufón de Vidiago: I - II - III - IV - V - VI - VII

Primera parte - Ida: I - II - III - IV - V

Segunda parte - Mariposa: I - II - III - IV - V

Tercera parte - Vuelta: I - II - III - IV - V - VI - VII