El cantar del romero: 04
III
editarVidiago es una gárrula aldehuela
donde un pueblo entre céltico e ibero,
franco, trabajador, sobrio y sincero,
suda en verano y en invierno vela,
labrador, traficante y ganadero:
y del sudor y afán del año entero
los domingos alegre se consuela,
bailando al son del árabe pandero
y al compás de la etrusca castañuela.
Vidiago es el lugar donde tranquilo
después de una existencia consumida
en inquietud y afanes sin medida,
que allende de la mar nos tuvo en vilo,
con la vida en un tris, la alma en un hilo
y la esperanza de volver perdida,
un amigo leal del tiempo viejo
volvió al paterno hogar en pos de asilo,
paz, pan, lana caliente y vino añejo;
cosas que ayudan a esperar sin pena
al fin de vida mala muerte buena.
A este amigo leal, que como hermano
me quiere y trata y como tal le tengo,
se me antojó venir este verano
a ver en la mansión de su abolengo:
y como él es un hombre de buen juicio
y yo un loco de atar desde ab initio,
antes de que la tumba se nos abra
vine a pedirle y darle, por si dejo
antes que él de vivir, su buen consejo,
mi último adiós y mi postrer palabra;
pues habiendo los dos vivido tanto,
ya al despedirnos suponer debemos
que sus consejos él me da postremos
y yo que alzo en su hogar mi último canto.
Su hogar, palacio señorial un día
y hoy albergue por mí del dulce encanto
de la amistad, la fe y la poesía,
se eleva al par de gigantesca roca
que ha socavado el mar; en cuyo hueco
cien metros tierra adentro abre una boca,
donde cuando pacífico le evoca,
de su manso rumor despierta un eco.
Este eco, de su alcázar no lejano,
de mi balcón los vidrios estremece
cuando, al crecer de noche el oceano
con la marea equinoccial, parece
que se viene la mar sobre la tierra;
el eco de su caverna se enfurece,
y al viento contra el mar llamado a guerra,
amedrenta la costa y la ensordece
con bufidos de son tan pavoroso,
que turban de los pueblos el reposo.
Mas cuando el mar azul en calma duerme
y humilde el pie de los peñascos lame,
el eco yace en la caverna inerme
sin responder aunque la voz le llame.
Eco que asorda la comarca entera,
no del hombre a la voz sale al encuentro;
sólo habla con el mar cuando se altera,
ruge a impulso del mar de dentro a fuera,
no responde jamás de fuera adentro.
Yo le he ido a buscar: en el embudo
de piedra en que la mar boca le cava,
me asomé y le llamé: mas se hizo el mudo,
porque era yo, no el mar quien le llamaba.
A este eco altivo y de desdén sultánico,
para que en él a reposar se acoja
después de su periódica pelea,
el mar, que es como Dios, un gran mecánico
labrar un grande alcázar se le antoja,
y en él trabaja con afán titánico
empleando el poder de su marea.
Y aquel calcáreo gigantesco embudo
que un día fué no más un agujero
áspero, tosco, desigual y rudo,
es calado marfil, es chal ligero,
obra de aguja y de cincel agudo;
blonda de piedra, berroqueño encaje
tendido encima de peñón roquero,
filigrana sutil, labor de pluma
tejida por el mar con su oleaje,
con su acre sal y disolvente espuma.
Y el mar, que es además un grande químico,
descompone la roca y la rebaja,
la tornea, la ahueca y la trabaja
como pudiera artífice muslímico,
rumano, índico o godo; y la alicata
la dentella, la comba, la maquea,
la retuerce, la riza, la dilata,
la acanala, la istría y losangea:
sutil, cada partícula caliza
con sus sales disuelve o pulveriza;
y quitando y dejando donde importa
ya lo esponjoso, lo arenisco y blando,
ya lo duro y silíceo, y avanzando
en su trabajo sin cesar, recorta,
perfila, aguza, redondea, cuadra
y carcome la piedra y la taladra;
transforma, en fin, la roca, improvisando
primores mil de talla en su haz salvaje,
sin que la desmorone ni la raje
el ímpetu del agua; ya que brote
del cráter o del mar, ya suba o baje,
mane, esculle o con ímpetu rebote.
El alma del mortal contempla absorta
las maravillas que el capricho aborta
del agua en su labor, sin que se agote
la original y rica fantasía
de su trabajo secular: y espanta
ver cómo en él solícita adelanta,
y a su antojo fantástico modela
la peña, la abrillanta o la apomaza,
la esmerila, la pica o la cincela;
y en sus relieves incansable traza
repisas, ornacinas, doseletes,
nichos, estalagmitas, rosetones,
miles de inverosímiles juguetes,
miles de inconcebibles invenciones.
Y aquel como invertido y trabajado
con labor tan sutil y complicada
que comprender a quien la ve no es dado,
que turba la razón y la mirada,
que ni el loco mayor nunca ha soñado
en su mayor delirio, es la portada
del cóncavo palacio en cuyo hueco
duerme alojado por el mar mi eco.
Y he aquí con aire y mar lo que sucede
cuando el trabajo de ambos verse puede.