El cantar del romero: 05
IV
editarEste eco juguetón, hijo intranquilo
del aire, que del agua va envidioso
dentro del hondo socavón asilo
a buscar cuando el agua está en reposo,
susurra intermitente, rumoroso,
cual manantial oculto que hilo a hilo
se oye apenas manar dentro de un silo;
y su son subterráneo y misterioso
la atención de quien le oye tiene en vilo.
Es que su padre el aire, que le crea
de la boca de piedra a la salida,
de la boca en el fondo se recrea
en hacerle bullir y juguetea
con él, y en una hebra de su aliento
le mece, le columpia, le cunea
con un murmullo igual y soñoliento.
Una brizna silvestre que, prendida
su raíz al peñón, flexible ondea
con aquel flébil hálito menea:
y el eco con la voz adormecida
entre vigilia y sueño se estremece,
y a intervalos despierta y se adormece;
y turba a quien le escucha, y le marea
con la aprensión de cosa indefinida;
pues parece la boca chimenea
de algún laboratorio en que se anida
algún gnomo, que está con mala idea
trabajando en labor desconocida.
Este eco, empero, caprichoso, extraño,
vario y falaz como mujer coqueta,
finge dormir con malicioso engaño
móvil siempre y sin pie como veleta:
pues cuando más halagador arrulla,
móvil esclavo de la mar inquieta,
en cuanto siente que la mar murmulla
a la boca exterior del subterráneo,
ante el mar que se encrespa se levanta,
y con ímpetu al suyo simultáneo
se sacude con ímpetu instantáneo:
y al que le oía entretenido espanta
el ruido inesperado del embite
repentino del mar, que en su garganta
de piedra el eco del cavón repite.