El cantar del romero: 11
III
editarANTECEDENTES
El padre y el hijo
EL PADRE. Dineros son menester,
dineros, hijo Fermín,
si don Juan Noriega al fin
te la ha de dar por mujer.
EL HIJO. Menester son, padre mío;
mas si no me echo a la mar,
sin ella me he de quedar:
conque escribid a mi tío.
EL PADRE. ¿Al fin te resuelves?
EL HIJO. Sí:
¿qué otro medio queda ya?
EL PADRE. Pues ya en Vigo el barco está.
EL HIJO. Pues mandadme a Vigo a mí.
EL PADRE. Pues voy a arreglarlo todo
con don Juan.
EL HIJO. ¿Si nos la niega…?
EL PADRE. Donde estamos ya, Noriega
de cejar no tiene modo.
Consintió en la romería
y autorizó de las prendas
el trueque: si oro o haciendas
granjeas tú… no hay tu tía.
¿Te quiere la chica?
EL HIJO. Sí.
EL PADRE. Pues él lo que prometió
cumplirá. Ve qué haces.
EL HIJO. Yo
cuanto pueda haré por mí.
EL PADRE. Pues fía en tu tío Gabriel,
que hizo en Méjico gran suerte,
y te llama para hacerte
millonario allí como él.
EL HIJO. No sé cómo lo hizo.
EL PADRE. Pues
creo que encontró una mina
por una doña Marina.
EL HIJO. ¡Vaya!, como Hernán Cortés.
EL PADRE. Creo que allá se hace así:
si él te dirige y tú quieres…
EL HIJO. Padre…, ir allá por mujeres…
dejando una y tal aquí!
EL PADRE. Si allá faltan novios pobres
y de aquí te hacen que saltes,
mejor estás donde faltes,
Fermín, que no donde sobres.
EL HIJO. ¿Estáis loco, padre mío?
Yo idolatro a Marifina:
sólo por ella la mina
fuera yo a ver de mi tío.
EL PADRE. Por ella te dejo ir,
pues que os ponéis en extremos
tales: porque aquí tenemos
casa y pan con que vivir.
EL HIJO. No: costumbres de esta tierra
son, y soy joven: me voy
a Méjico, que aquí estoy
como un zorro a quien se encierra
en una jaula. Yo siento
que tengo necesidad
de tener más libertad,
de respirar con más viento,
de ser rico, en fin; don Juan
piensa bien; aunque no hay año
malo con pan, hace daño
el no comer más que pan.
EL PADRE. Pláceme oírtelo así:
creí que tu amor, primero
que todo era para ti.
EL HIJO. Y sí que lo es: pero aquí
no le logro sin dinero.
Y aunque mi amor yo aquí fiel
con fe y constancia aquilate,
no puedo aquí, aunque me mate,
lograr éste sin aquél;
con que me voy: otros van
y vuelven; con el apoyo
del tío, o me abren el hoyo
allá, o…
EL PADRE. ¡Calla!, yo a don Juan
voy a ver.
EL HIJO. Y yo a Marica.
EL PADRE. Ve y con él dejadme a solas.
Llámala.
EL HIJO. Lo hacen las olas
del bufón, que el mar se pica.
EL PADRE. ¿Y es una seña?
EL HIJO. Son dos:
hemos hecho al mar y al viento
servirnos.
EL PADRE. ¡Anda con tiento,
Fermín!
EL HIJO. Dios os le dé a vos.
Esto don Diego Mijares
habló con su hijo Fermín,
cruzando los valladares
en que alindan tres lugares:
Vidiago, Puertas y Andrín:
y tomando cada cual,
don Diego el camino abajo
de Vidiago, y pedregal
arriba el chico un atajo
que del bufón va al breñal,
su padre se fué a poner
con el padre de la chica
de acuerdo, y Fermín a ver
si está en el bufón Marica:
y he aquí su historia de ayer.
En Andrín avecindado
don Diego, y venido a menos
porque, habiéndose aumentado
los Mijares, sus terrenos
para tantos no han bastado,
pensó que su hijo Fermín,
por quien una pasión ciega
tenía aquél serafín
que Dios dió a don Juan Noriega,
traer podía a buen fin
su mal estado, casándose
con Mariquilla: y hacía
medio año ya que, abocándose
con don Juan y espontaneándose
sobre lo que le traía
sin previo aviso a su casa,
planteó su plan; mas don Juan
su proyecto puso a tasa
diciéndole: «No se amasa
con mala harina buen pan.
Hombre que acepta mujer
que le haya de mantener,
o no tiene pundonor,
o trafica con su amor
a la novia sin querer.»
«—¡Señor don Juan!
—¡Voto va!
¡Señor don Diego!…, ya sé
que se quieren, bien está:
que sois noble, ya se ve;
que le quiere, yo querré:
lo que ella quiera, se hará.
Mas reflexionad, don Diego:
los chicos son aún rapaces:
pues se quieren, no os la niego:
los que aman bien son capaces
por su amor de echarse al fuego.
Que se eche Fermín al mar
como otros hacen; si aguanta
su amor la ausencia y tornar
sabe… mi hija es una santa
y fe le sabrá guardar.
Seis o siete años más tarde
no lo es para ellos; aún son
dos niños: que haga un alarde
de fe y de vigor; que guarde
su amor en su corazón
labrándose un porvenir:
no de un Creso, mas traer
un peculiejo, un haber
que baste a hacerle vivir
sin vivir de su mujer.»
Don Juan habló sabiamente;
don Diego se convenció
de que el juicio era prudente;
la boda a más no era urgente:
y el trato se concertó.
Para un plazo no bien fijo
quedó como prometida
la muchacha de su hijo;
don Diego a éste se lo dijo
y él optó por la partida.
Mas no fué sin vacilar:
pues placíale, a mi ver,
más que por él navegar,
citas a orillas del mar
con la muchacha tener.