El cantar del romero: 06
V
editarEs que las ondas de la mar agita
ya la marea equinoccial que avanza:
es que el mar, que sus olas necesita
extender o romper, con infinita
creciente progresión sus olas lanza
más altas cada vez contra la roca;
y allí abre al mar el socavón su boca,
y allí el oleaje al socabón alcanza,
y el mar al eco con su voz provoca:
es que ya entre aire y mar la lid estalla,
y es que el aire que ocupa la caverna,
la defiende del mar: por lo que eterna
es del agua y el aire la batalla.
¡Ya la lid se trabó! Ya la marea
se desborda en la cueva: el aire grita,
silba, gime y tenaz puja y jadea
prensado sin cesar: el mar se agita
cada momento más: toca, rodea
y asalta el antro; de encontrar se irrita
al aire en el cavón: con él pelea
bajo la tierra: embravecido ondea,
y olas sobre olas al echar se comba,
y llena el socavón de espuma y ruido:
el eco, entre agua y aire comprimido
cual de prensa neumática en la bomba,
su hálito arrullador convierte en tromba,
su flébil son en infernal rugido.
Bufa el aire furioso: el mar rebrama
y ondas tras ondas en su auxilio llama:
montañas de agua sobre el aire arroja:
él reventando de furor se esprita:
dobla su empuje el agua: el aire afloja
sintiendo que, por fin, se debilita,
y muge con hondísima congoja:
pero por más tenaz que forcejea,
el agua de delante se le quita,
y él pro la encañonada chimenea,
fugitivo huracán, se precipita.
¡Dios! Por el fondo del calcáreo embudo
de ciclones con fuerza estremeciendo
la mole inmensa del peñasco rudo,
aire y eco a la vez salen rompiendo
de la atmósfera el tul en cien jirones;
haciendo al desgarrarla más estruendo
que el que harían rugiendo cien leones,
cien ballenas un golfo revolviendo
y reventando a un tiempo cien cañones.
De darle con inútil esperanza
caza en el viento, tras del aire lanza
gigante surtidor de agua en espuma
furioso el mar; pero en su altura suma
de su empuje a pesar ya no le alcanza:
y él, vuelto ya de su pavor, se engríe
y, en lo alto, de él y de su afán se ríe.
Entonces, alardeando por despecho,
desplega el agua espléndido penacho
de opalino cristal y perlas hecho,
que en cada grieta cóncava o picacho
saliente, punta ruin o áspera escama
del cóncavo peñasco, desparrama
rizo, madejas, cintas, trenzas, blondas
y velos mil sin adhesión ni trama;
cuyos hilos fugaces culebrean,
y van a reunirse con las ondas
del socavón por el conducto estrecho,
en donde serpenteando burbujean,
sin conseguir jamás hacerse lecho.
El aire, que la siente bajo tierra
tornarse hirviendo al mar tras la resaca,
detrás del agua al socavón se arroja;
vuelve otra vez a provocarla a guerra:
otra vez del cavón la desaloja
ella: él entra otra vez: otra le saca
el agua y otras mil… y no se aplaca
de aire y agua la horrísona pelea
de la caverna en el peñasco hueco
hasta que se retira la marea,
y vuelve, al fin, del socavón ya seco
a apoderarse el aire con el eco.