Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Locura

¿Qué cosa es la locura? Tener los pensamientos incoherentes, y lo mismo la conducta. El hombre más cuerdo conocerá la locura si reflexiona sobre el curso de sus ideas durante el sueño. Si tiene una digestión laboriosa por la noche, lo agitan mil ideas incoherentes: parece que la naturaleza nos castiga, dándonos pensamientos por haber tomado demasiado alimento, o por haberlos elegido mal; porque casi nunca se piensa en el sueño sino mientras una mala digestión. Los sueños inquietos son en realidad una locura pasajera.

La locura durante la vigilia es de la misma manera una enfermedad que impide a un hombre que piense y obre como los demás. No sabiendo manejar sus bienes, se le quita su administración; no pudiendo tener ideas convenientes a la sociedad, se le excluye de ella; si es peligroso, se le encierra, y si es furioso, se le ata. Algunas veces se curan con los baños y un buen régimen.

Este hombre no está privado de ideas; y como todos los demás hombres las tiene durante la vigilia, y algunas veces durante el sueño. Puede preguntarse, como su alma espiritual e inmortal, alojada en su cerebro, que recibe por los sentidos todas las ideas muy claras y muy distintas, no hace sin embargo jamás un juicio sano. Ella ve los objetos como el alma de Aristóteles y de Platón, de Locke y de Newton; oye los mismos sonidos, y tiene las mismas sensaciones del tacto, ¿como, pues, recibiendo las percepciones, como los mas cuerdos, hace de ellas una reunión extravagante, sin poder menos de hacerla?

Si esta sustancia simple y eterna tiene para sus acciones los mismos instrumentos que tienen las almas de los cerebros de los cuerdos debe discurrir como ellas. ¿Quien se lo puede impedir? Yo concibo perfectamente, que si un loco ve encarnado y los cuerdos azul; si cuando los cuerdos oyen la música, un loco oye el rebuzno de un borrico; si cuando los cuerdos están en el sermón, piensa mi loco que está en la comedia; si cuando ellos oyen sí, él oye no; entonces su alma debe pensar al revés de las de los otros. Pero mi loco tiene las mismas percepciones que ellos; y no hay ninguna razón aparente por la que su alma no pueda hacer uso de todos sus utensilios que ha recibido por sus sentidos. Se dice, que ella es pura, y que por sí misma no está sujeta a ninguna enfermedad: ella está provista de todos los socorros necesarios: cualquiera cosa que pase en su cuerpo, nada puede cambiar su esencia; y sin embargo, se la lleva metida en su vaina a una jaula.

Esta reflexión puede hacer sospechar que la facultad de pensar que Dios ha dado al hombre, está sujeta a desarreglarse, como los demás sentidos. Un loco es un enfermo que padece del cerebro, como el gotoso es un enfermo que padece de los pies: el loco pensaba con el cerebro, como andaba con los pies, sin conocer ni su poder incomprensible de andar, ni su poder no menos incomprensible de pensar. En el cerebro se tiene la gota lo mismo que en los pies. En fin, después de mil discursos, tal vez solamente la fe puede convencernos de que una sustancia simple e inmaterial pueda estar enferma.

Los doctos, o los doctores dirán al loco: Amigo mío, aun que tú has perdido el sentido común, tu alma es tan espiritual, tan pura y tan inmortal como la nuestra: pero nuestra alma está muy bien alojada, y la tuya lo está mal; las ventanas de la casa están cerradas para ella, el aire le falta, y se ahoga. El loco les responderá en uno de sus buenos momentos: Amigos, vosotros suponéis, como es de costumbre, lo que está en cuestión. Mis ventanas están tan abiertas como las vuestras; pues que yo veo los mismos objetos y oigo las mismas palabras; luego es indispensable que mi alma haga un mal uso de sus sentidos, o que mi alma no sea en sí misma mas que un sentido viciado, una cualidad depravada. En una palabra, o mi alma está loca por sí misma, o yo no tengo alma.

Uno de los doctores podrá responderle: Compañero, tal vez ha criado Dios almas locas, como ha criado almas cuerdas. El loco contestará: Si yo creyera eso, seria aun más loco de lo que soy. Tú que sabes tanto, dime, si te parece, ¿por qué estoy yo loco?

Si los doctores tienen todavía un poco sentido, le contestarán, que no la saben. Ellos no comprenderán, porque un cerebro tiene ideas incoherentes; ni comprenderán mejor, porque otro tiene ideas regulares y seguidas. Ellos se creerán cuerdos, y serán tan locos como él.

Si el loco tiene un buen momento, les dirá: ¡Pobres mortales que ni podéis conocer la causa de mi mal, ni curarlo, temblad de volveros enteramente semejantes a mí, y aun de sobrepujarme! Vosotros no sois de mejor condición que el rey de Francia Carlos VI, el rey de Inglaterra Enrique VI, y el emperador Venceslao, que perdieron la facultad da raciocinar en un mismo siglo. Vosotros no tenéis más talento que Blas Pascal, Santiago Abadia y Jonathan Swift, que todos tres murieron locos. A lo menos el último fundó un hospital para nosotros. ¿Queréis que vaya a proporcionaros un cuarto?

N. B. Siento mucho que Hipócrates haya prescrito la sangre de pollino para la locura y todavía más, que diga el Manual de las damas, que se cura la locura atrapando la sarna. He aquí unas graciosas recetas, que parecen inventadas por los enfermos.