Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Libros - Sección III

En el día se han multiplicado los libros a tales términos, que no solamente es imposible leerlos todos; pero ni aun saber su número y conocer sus títulos. Por fortuna no estamos obligados a leer todo lo que se imprime; y el plan de Caramuel que se proponía escribir cien volúmenes en folio, y emplear el poder espiritual y temporal de los príncipes para obligar a los súbditos a que lo leyeran, este plan, digo, ha quedado sin ejecución. Rinlelberg había también formado el designio de componer cerca de mil volúmenes diferentes; pero aunque hubiera vivido bastante para publicarlos, no hubiera llegado todavía a Hermes Trimegisto, el que según Jámblico, escribió treinta y seis mil quinientos veinticinco libros. Suponiendo la verdad del hecho, los antiguos no tenían menos razón que los modernos para quejarse de la multitud de los libros.

Así es que generalmente se está de acuerdo en que un corto número de libros escogidos es suficiente. Algunos proponen limitarse a la Biblia y a la Escritura santa, como los Turcos se reducen al Alcorán: sin embargo, hay una grande diferencia entre los sentimientos de respeto que tienen los mahometanos por su Alcorán, y los de los cristianos por la Escritura. No se puede ponderar la veneración con que los primeros hablan del Alcorán: según ellos, este es el mayor de los milagros, y todos los hombres juntos no son capaces de hacer nada que se le parezca; lo que es mucho mas admirable porque el autor no había estudiado nada, ni leído ningún libro. E1 Alcorán solo vale sesenta mil milagros (este es sobre poco mas o menos el número de versículos que contiene): la resurrección de un muerto no probaría la verdad de una religión mas que la composición del Alcorán. Este es tan perfecto que se le debe considerar como increado.

A la verdad los cristianos dicen, que su Escritura ha sido inspirada por el Espíritu Santo; pero además que los cardenales Cayetano [1] y Belarmino [2] confiesan que se han introducido algunas faltas, por la negligencia, o por la ignorancia de los libreros y de los rabinos, que han añadido en ella los puntos, se considera como un libro peligroso para el mayor número de fieles. Esto mismo se expresa en la quinta regla del Índice, o de la congregación del índice, que está encargada en Roma de examinar los libros que deben prohibirse. He aquí su texto [3]:

"Siendo evidente por la experiencia, que si la Biblia traducida en lengua vulgar fuera permitida indiferentemente a todo el mundo, la temeridad de los hombres sería causa, para que resultase de ello mas mal que bien, queremos dejarlo al juicio del obispo o del inquisidor, que con el dictamen del cura, o del confesor, podrán conceder el permiso de leer la Biblia traducida por autores católicos en lengua vulgar a los que juzguen que no causará perjuicio esta lectura. Será necesario que tengan este permiso por escrito; no se les absolverá hasta que hayan entregado su Biblia al ordinario; y en cuanto a los libreros que vendan biblias en lengua, vulgar a los que no tengan este permiso por escrito, o se las hayan dejado de cualquiera otra manera perderán el valor de sus libros, que empleará el obispo en cosas piadosas y serán castigados con otras penas arbitrarias: los regulares no podrán tampoco leer ni comprar estos libros sin tener el permiso de sus superiores."

El cardenal de Perron [4] pretendía también, que la Escritura era un cuchillo de dos filos en la mano de los simples, que podía herirlos; que para evitar esto, era mejor que el simple pueblo la oyese de la boca de la Iglesia con las soluciones e interpretaciones de los pasajes, que al parecer de los sentidos están llenos de absurdos y de contradicciones; que el leerla por sí sin la ayuda de ninguna solución ni interpretación. En seguida hace una larga enumeración de sus absurdos en términos tan poco comedidos, que el ministro Jurieu no vacila en decir, que no se acuerda de haber leído nada tan espantoso y tan escandaloso en un autor, cristiano.

Jurieu que escribió tan fuertes invectivas contra el cardenal de Perron, sufrió también la misma acusación de parte de los católicos. "Yo vi a este ministro, dice Papis [5] hablando de él, que enseñaba al público que todos los caracteres de la Escritura santa, sobre los que estos supuestos reformadores habían fundado la persuasión de su divinidad, no le parecían suficientes. No se crea decía Jurieu, que yo quiera disminuir la fuerza y la luz de los caracteres de la Escritura; pero me atrevo a afirmar que no hay uno que no pueda ser eludido por los profanos; no hay uno que forme una prueba a la que no se pueda responder alguna cosa; y considerados todos juntos, aunque tengan mas fuerza que separadamente para hacer una demostración moral, es decir, una prueba capaz de fundar una certeza que excluya toda duda; confieso que nada me parece mas opuesto a la razón, que decir, que estos caracteres son capaces por sí mismos de producir semejante certeza."

No es pues admirable que los judíos y los primeros cristianos, que como se ve en los Hechos de los apóstoles, [6] se limitaban a la lectura de la Biblia en sus asambleas, hayan sido divididos en diferentes sectas, como lo hemos dicho en el artículo herejía. En lo sucesivo se sustituyó a esta lectura la de muchas obras apócrifas, o por lo menos la de los extractos que se hicieron de estos últimos escritos. El autor de la Sinopsis de la Escritura, que está entre las obras de san Atanasiso [7] reconocía expresamente que en los libros apócrifos hay cosas muy verdaderas, e inspiradas por Dios, las que se han escogido y extractado para hacerlas leer a los fieles.



  1. Comentarios sobre el Antiguo Testamento.
  2. Lib. II, cap. II de la palabra de Dios.
  3. Start. cuarta parte pág. 5.
  4. Espirit. de M. Arnaud, tom. II. pág. 119.
  5. Trat. de la natur, de la gracia. Las consecuencias de la tolerancia, pág. 12.
  6. Cap. XV, v. 21.
  7. Tom. II, pág. 135.