Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.

Impuesto

Se han hecho tantas obras filosóficas sobre la naturaleza de los impuestos, que es indispensable decir aquí alguna cosa: Es verdad que nada hay menos filosófico que esta materia; pero puede entrar en la filosofía moral, representando a un superintendente de rentas, o a un teftedar turco, que el tomar el dinero al prójimo no es conforme a la moral universal, y que a todos los rentistas, aduanistas y cobradores de subsidios y gabelas los maldice el Evangelio.

Pero por mas que los maldiga, es indispensable convenir en que es imposible que subsista una sociedad, sin que cada miembro pague alguna cosa para los gastos de esta sociedad: y pues que todo el mundo debe pagar, es necesario que haya quien lo recaude; y no se ve porqué este recaudador será maldito y considerado como un idólatra. Ciertamente no hay ninguna idolatría en recibir el dinero de los convidados para pagar su cena.

En las repúblicas y en los estados que con el nombre de reinos son unas verdaderas repúblicas, cada particular contribuye según sus fuerzas y según las necesidades de la sociedad.

En los reinos despóticos, o para hablar con más urbanidad, en los Estados monárquicos, no sucede lo mismo ni con mucho. Se impone la contribución a la nación sin consultarla. Un agricultor que tiene mil y doscientas pesetas de renta, se espanta de que le pidan cuatrocientos de contribución; y aun hay muchos que están obligados a pagar mas de la mitad de lo que recogen.

¿En qué se emplea todo este dinero? El uso mas razonable que se puede hacer de él, es dárselo a otros ciudadanos.

El cultivador pregunta ¿porqué se le quita la mitad de su bien para pagar soldados, cuando bastaba la centésima parte? Se le responde que además de los soldados es menester pagar las artes y el lujo, que nada es perdido, que entre los Persas se asignaban a la reina ciudades y villas para pagar sus cintas, sus chinelas y sus alfileres.

Este pobre hombre replica, que no sabe la historia de Persia, y que siente mucho que le tomen la mitad de su renta para una cinta, unas chinelas y alfileres; que él los puede proporcionar mucho mas baratos, y que esto es en verdad un desolladero.

Entonces se le hace entender razones metiéndolo en un calabozo y vendiéndole los muebles. Si hace resistencia a los exactores, que el nuevo Testamento ha condenado, lo ahorcan, con lo que todos sus vecinos son infinitamente convenibles.

Si todo este dinero no se empleara por el soberano más que en especerías de la India, café de Moka, caballos ingleses y árabes, sederías de Levante y baratijas de la China, es claro que en pocos años no quedaría un ochavo en el reino. Es pues necesario que el impuesto sirva para sostener las manufacturas, y que lo que ha entrado en los cofres del príncipe, vuelva a los cultivadores. Estos sufren y se quejan: las demás partes del estado sufren y se quejan también, pero al fin del año se encuentra que todo el mundo ha trabajado y vivido bien o mal.

Si por acaso un hombre del campo va a la capital, ve con ojos espantados una hermosa dama vestida de seda bordada de oro, en una magnífica carroza, tirada por dos caballos de punta y seguida de cuatro lacayos vestidos de un paño de a ochenta reales la vara, y se dirige a uno de los lacayos de esta dama y le dice: "Monseñor ¿donde toma esta dama tanto dinero para hacer tantos gastos? Amigo, le dice el lacayo, el rey le da una pensión de cuarenta mil libras. ¡Ay! dice el rústico; con que mi aldea paga esa pensión. Sí responde el lacayo; pero la seda que tú has recogido y vendido, ha servido para la tela de que va vestida mi ama, mi paño es en parte de la lana de tus carneros; mi panadero hace mi pan de tu trigo, y tú vendes en la plaza las pollas que nosotros nos comemos; y de esta manera la pensión de mi señora vuelve a ti y a tus paisanos.

El rústico no convino enteramente en los axiomas del lacayo filósofo: sin embargo una prueba de que hay algo de verdad en su respuesta, es que la aldea subsiste, y que se hacen muchachos en ella, que quejándose como sus padres harán también hijos que se quejarán como ellos.