Historia general de la medicina en Chile/Capítulo XXX
Cirujano del Ejército Patriota.
Secretario de la Inspección General de Medicina, Miembro de la Sociedad Médica.
Secretario del Protomedicato.
Médico de Hospitales y de Vacuna.
Profesor de Anatomía y Fisiología.
Fundador de la Escuela de Medicina.
Pedro Morán nació en 1771 de padres modestos y sin bienes de fortuna.
Huérfano de padre, desde muy niño, tuvo que entrar en la lucha por la vida para socorrer á su familia, obteniendo una plaza de practicante de flebotomía en el hospital de San Juan de Dios. La escasa retribución de sus servicios no le alcanzaba para las necesidades del hogar, por lo que tuvo que ejercer ambulante, aquel humilde oficio, según lo dice el Dr. Semir en sus apuntes sobre la enseñanza de la medicina en Chile.
En sus ratos de ocio el aspirante joven se dedicaba á estudiar los elementos de instrucción secundaria, llevándole su aplicación y la seducción que le ejercía la medicina á escudriñar en sus libros, los secretos de su arte y las doctrinas de la ciencia.
Con paciencia benedictina y guiado por su predestinada estrella siguió el educando de sí mismo, bebiendo con ansias el estudio en las páginas escasas que llegaban á sus manos.
Luego se hizo notar en el hospital y fué admirada su tenacidad inquebrantable.
Los doctores Sierra, Chaparro y Rios, y más tarde el cirujano Zapata, guiáronle, diéronle sus lecciones é indicáronle el rumbo definitivo de su carrera.
En estas condiciones lo halló la revolución de la libertad, incorporándose á las huestes patriotas del general Carrera donde asumió el puesto de cirujano militar.
Dilijente y entusiasta formó en Talca, durante 18 meses, el centro de sus trabajos, organizando hospitales, ambulancias, y elementos sanitarios de campaña. En este puesto cayó prisionero del general Gaínza, en 1813, en cuyas filas fué obligado á servir como cirujano, hasta obtener su libertad por los tratados de armisticio.
Devuelto á los suyos comenzó con nuevos brios á servir á los patriotas, encontrándose en la batalla de Rancagua donde volvió á caer prisionero en pleno campo de acción, al caer lesionado y estropeado por su caballo, en el momento que asaltaba una trinchera junto con el estado mayor de O'Higgins
En esta sangrienta batalla, dice El Araucano del 1.° de Enero de 1840, en un artículo necrológico, fué heroico el patriotismo desplegado por Morán, ya exhortando con ardor á sus compañeros, en medio de la pelea, á vencer ó morir gloriosamente, ya exponiendo á cada paso su vida para asistir á los heridos donde quiera que caían, «como pueden acreditarlo varios de sus compañeros sobrevivientes de aquella memorable jornada.»
El general Osorio, utilizó también sus conocimientos en las ambulancias españolas otorgándole una relativa libertad, de la que se valió Morán para hacer huir á su compatriota el general Calderón que sufría los rigores de la prisión. Este acto le costó un consejo de guerra, y hubiera sido ejecutado con pena capital, si el gobernador de los Andes, don Juan Romero, no hubiera protejido su evasión á las provincias de Cuyo, en pago de antiguos é importantes servicios profesionales.
Las victorias de Maipo y Chacabuco le abrieron las puertas de la patria, regresando á Santiago á fines de Abril de 1818, antes de haber alcanzado á trasmontar la cordillera.
Después de la batalla de Chacabuco, curó, gratuitamente, á los heridos refugiados en el hospital de San Ignacio.
Dentro de la vida republicana le fué más fácil entregarse á la prosecusión de sus estudios ayudado por los Drs. Chaparro y Zapata, hasta obtener del Protomedicato, el año 1821, su título de médico.
El Dr. Grajales fiscal de dicho tribunal, pidió la nulidad del diploma, por considerarlo basado en leyes caducas y por dudar de la lejitimidad de su nacimiento. Este enojoso incidente dió lugar á un proceso, mandado instruir por el Intendente Lastra, el cual terminó favorablemente para Morán, con el apoyo del Dr. Oliva, y después de haber comprobado que su sangre era limpia, y digno su nombre para poseer un título profesional.[1]
Conocido y querido por el pueblo, dedicó á su carrera una labor considerable y obtuvo muestras de aprobación y de confianza de aquella terca sociedad santiaguina.
En 1826 abrió la primera clase de anatomía y fisiología que hubo en Chile con los alumnos Martin Abello, Vicente Mesías y Bartolomé Morán (hijo.)
Este primer curso privado estudió con el Dr. Cox nociones de patología interna y quirúrgica, practicando en los servicios hospitalarios de sus profesores.
En el restablecimiento del Protomedicato, fue Morán nombrado profesor de anatomía, iniciando, oficialmente, sus tareas en Abril de 1833.
En el discurso de apertura de la Escuela Médica, el Dr. Blest pronunció en su honor las siguientes palabras:
«La anatomía y fisiología, el alpha y omega de la ciencia médica, son dos ramos para el profesor de medicina, como el microscopio para el naturalista, como la brújula para el marino, porque sin ellos jamás se puede apreciar en su debido grado el intrincado y hermoso mecanismo de nuestro cuerpo. Estos dos ramos serón enseñados con toda exactitud y perfección como en la mejor escuela de Europa por mi respetado colega el señor don Pedro Morán; quien aunque educado en la oscura época de la esclavitud de Chile, aprendió por su injenio y talento á volar por sobre las absurdas doctrinas de la antigüedad, y ponerse al nivel de las luces del siglo, fabricándose una reputación que debe adornar las pájinas de la historia médica de su patria.»
Estas justicieras y videntes palabras encierran un testimonio elocuente para nuestro compatriota, porque aquel lisonjero y público homenaje de su colega es en verdad un título que supo adquirir ó fuerza de constancia, fé y estudio.
En nuestros dias se han vertido apreciaciones diversas sobre el carácter y modismos peculiares de su vida. Algunos autores guiados por observaciones lijeras y superficiales no han comprendido en toda su latitud al hombre y al médico que supo elevarse venciendo mil adversidades privadas y públicas. En los «Médicos de Antaño» se le tilda de varchilón ó sea un simple curandero fatuo é ignorante, cuando en realidad son otras las deducciones que un estudio meditado saca de los archivos y de las crónicas pasadas, además de la tradición, conservada directamente por algunas familias que conocieron personalmente el valor moral y científico del Dr. Morán.
En la interesante obra «Los primeros años del Instituto Nacional» se trascribe la alusión festiva, con que Vicuña Mackenna quiso retratarlo endozándole esta pregunta hecha á un pobre pescador que gritaba sus pejerreyes en las gradas de Santo Domingo: «¿Porque clamorean esos insensibles bronces... etc.?—á lo que el buen hombre le respondió sin entenderle:—«á real y medio la sarta.»
Don Domingo Amunátegui Solar, rectifica en el apéndice de su libro la triste opinión que abrigaba de Morán, guiado por nuevas documentaciones escritas ó verbales que juzgan serenamente al primer profesor de anatomía.
Para comprender á Morán hay que estudiarlo desde sus principios modestos y en la enérjica lucha con que logró imponerse en un medio tan apegado á los resabios coloniales y prevenida en contra de una profesión que era sinónima de oficio vulgar é indigna de ejercitarse por los de sangre azul.
Morán que, aunque modesto, abrigaba el orgullo de su misión y de su saber, no desperdiciaba, en cambio, la ocasión para marcar la ignorancia y la necia vanidad de los que despreciaban al médico. De aquí se explican sus ironías y la altisonancia de lenguaje con que más de una vez hizo callar á sus contrincantes. Así es como discutía principios filosóficos con los que hablaban de ciencias nobles, envolviéndolos con su sagaz y fina dialéctica escolástica, terminando con una sentencia en latín ó con un adajio de circunstancias, alejándose en seguida calcando su tos y una especial sonrisa que reservaba para combatir á los fanfarrones. Oponía á la necedad la sátira.
Siempre tenía una salida oportuna y alguna cita feliz para expresar su pensamiento ó para cortar una discusión.
Me he detenido en estos detalles para juzgar con conocimiento de causa á un hombre que comienza á discernírsele justicia, á un profesor que ocupó puesto expectante al lado de maestros extranjeros que poseían caudales científicos adquiridos en los centros intelectuales de la vieja Europa, sin que se menoscabase su posición, formando, por el contrario, un haz homojéneo de personalidades dedicadas al trabajo y á la intelectualidad médica de esta nueva patria.
En el puesto avanzado del deber lo halló grave enfermedad que avasalló durante varios meses aquel cuerpo y aquella voluntad de hierro.
Su mejor alumno de anatomía, Martin Abello, tuvo el encargo de sustituirlo como profesor auxiliar, cayendo á su vez, este malogrado joven, víctima de la tisis, contraída durante su dedicación escolar.
Con su salud quebrantada el Dr. Morán reanudó sus tareas hasta poco antes de su muerte, acaecida el dia Sábado 19 de Diciembre de 1840, á los 69 años de edad.
Su hijo Bartolomé le reemplazó durante la reagravación de su enfermedad y en seguida hasta la ocupación en propiedad de la cátedra por el Dr. Lafargue.
De «El Araucano» del 1.° de Enero de 1840 tomamos las siguientes frases en homenaje á su memoria:
«Desaparecen unos tras otros por desgracia irreparable los pocos héroes que ya nos quedan de los que con sus talentos, virtudes y entusiasmo, nos dieran patria y libertad; y la pérdida de cada uno impone á sus conciudadanos el homenaje póstumo de gratitud á sus servicios, debiendo al mismo tiempo recordarse con veneración sus virtudes eminentes como un modelo que nos ofrece su memoria.»
«He aquí al hombre raro que después de haber servido á su patria en los peligros y en tan graves ocasiones, ejercitó hábilmente su lucrativa profesión, no para proporcionarse una vida cómoda sinó tan solo para curar gratuitamente al pobre, y lo que es más, darle con sus pocas ganancias el alimento y el remedio. El desvalido anciano, el huéfano indijente, la viuda vergonzante, fueron los objetos predilectos del alma ejemplar, magnánima y caritativa del Dr. Morán.»
Don José Miguel Infante, publicó en su honor un sentido artículo en «El Valdiviano Federal.»
Por su parte el alumno Francisco Javier Tocornal pronunció, al lado de su tumba, las palabras siguientes:
«El anciano respetable, catedrático de anatomía y doctor en medicina, el señor don Pedro Morán, acaba de bajar á la tumba. Un deber sagrado nos ha impuesto la obligación de venir á depositar en la huesa, los restos del chileno benemérito que, no ha muchos dias, apellidábamos nuestro compatriota, nuestro amigo, nuestro maestro.»
«No fué un maestro el que el Supremo Gobierno nos dió en el Dr. Morán, sino un padre tan celoso por nuestro adelantamiento que no había para él mayor gloria que el estar rodeado de sus alumnos, franqueándoles sus mismos libros y ofreciéndose á instruirlos no solo en las hora de clases, sinó en cualquier instante del dia.
El sentimiento de separarse para siempre de nosotros, antes de dar cima á nuestra carrera, fué lo que mas le amargó en sus postreros momentos.»
- ↑ Sobre esclarecer la idoneidad de don Pedro Morán para ejercer la cirugía.—(Exp. pasado á la Junta de Sanidad para que según su mérito provea lo que conceptúe justo.) Toma de razón y decretos de 1817 á 1828. — Arch. del M. del I.— Vol 1099.